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Gregorio Morán: “La geografía del independentismo catalán es la del carlismo”

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Manuel J. Albert

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Gregorio Morán (Oviedo, 1947) es uno de esos periodistas de finales del franquismo cuya militancia en la lucha contra la dictadura no torció su mirada inquisitiva ni su plumilla crítica. Tanto fue así que una vez enterrado el dictador y a punto de legalizarse, abandonó el Partido Comunista Español en el que había estado integrado y por el que había llegado a exiliarse.

Esa independencia que le ha acompañado siempre, le ha permitido abordar toda esfera de poder o influencia con el mismo sentido educadamente tocanarices que le ha caracterizado y con el que ha publicado libros como el recientemente reeditado Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985, El cura y los mandarines (Planeta se retiró de su publicación al criticarse duramente al director de la RealAcademia de la Lengua, Víctor García de la Concha) o La decadencia de Cataluña contada por un charnego (que contenía un artículo que fue censurado por La Vanguardia al publicarse en periodo electoral en 2013).

Cataluña, donde vive desde hace décadas, es uno de los grandes dolores de este columnista que se siente víctima del llamado procés para la independencia. Sobre todo, después de haber sido despedido de La Vanguardia tras publicar el artículo Los medios del Movimiento Nacional catalán en el que evisceraba sin anestesia la relación entre el fenómeno independentista, la Generalitat y los medios de comunicación catalanes.

Hace unas semanas, Morán fue invitado por el Colectivo Prometeo y el Frente Cívico Somos Mayoría para dar una charla sobre la Transición democrática y la continuidad o no del régimen franquista en la actual monarquía borbónica. Media hora antes, recibe a Cordópolis en una tarde húmeda y gris en el Hotel Los Naranjos. En su patio, antes de que la lluvia primero -y Julio Anguita, después- marquen el final de la entrevista, hablaremos sobre política, periodismo, sus respectivas relaciones con el poder y su papel en Cataluña.

P. ¿Cuándo terminó la Transición -si lo hizo- en su opinión?

R. Está muy claro cuando empieza, con la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975 y luego... Para poner una fecha de término, porque yo creo que es significativo, hay otro momento que puede ser la aparición de un Gobierno consolidado de un partido que no tenía entonces veleidades franquistas y que fue el Partido Socialista Obrero Español, que venció en las elecciones de octubre de 1982.

P. ¿El procés ha sido nuestro Ukip ibérico?

R. (Varios segundos de silencio) No lo sé. El procés como tal ha puesto el dedo en la llaga de montones de tradiciones no consolidadas de la Transición. Y por otra parte ha reflejado la fragilidad de las sociedades civiles y, sobre todo, de la sociedad civil catalana. A mí me llama la atención lo raro que era ver antes banderas españolas fuera de los días de Semana Santa y sus las procesiones y, sin embargo, ahora en toda España, Cataluña incluida, hay un reverdecer de banderas que no es bueno. Una sociedad consolidada, democrática y madura no necesita banderas para exhibirse.

El 'procés' ha reflejado la fragilidad de la sociedad civil catalana

P. ¿Qué pensó cuando hace unos meses la líder de la CUP, Anna Gabriel, dijo en el Parlament que en su formación eran “independentistas sin fronteras”?

R. La CUP es una aportación permanente de genialidad. No hay que olvidar que es un presunto grupo revolucionario cuya acción más importante ha sido pinchar las ruedas de las bicicletas públicas en Barcelona. Por lo tanto... Aunque no recuerdo haber escuchado esa frase que usted dice, puede haberla dicho como otras muchas genialidades. La CUP, en definitiva, es la consolidación de algo que no existía desde hacía muchos años ni en España ni en Cataluña: una especie de revuelta de hijos de papá que, tras acudir a manifestaciones, volvían a casa de sus padres donde la criada les esperaba con la comida preparada. Si realmente esta gente tiene que hacer algo parecido a una revolución, evidentemente será contra nosotros y la gente que trabaja o tiene una opinión crítica. Esto, en realidad, creo que es flor de un día.

La CUP es la consolidación de una especie de revuelta de hijos de papá

P. ¿Ha vuelto a comprar La Vanguardia después de su despido?

R. No. No. El periódico La Vanguardia me lo sé de memoria. Yo llevaba allí ya 30 años, aniversario que iba a cumplir ahora. Con este despido me he convertido en la primera y hasta ahora única víctima colateral del procés y de la situación singular que se vive en Cataluña. Por eso, me parecería un ejercicio de sadomasoquismo que comprara un periódico que antes siempre había comprado. Porque, fíjese, lo compraba incluso cuando escribía en sus páginas, ya que a mí nunca me lo dieron, lo compraba. Ahora, leo otros periódicos porque es una inclinación a la que no me puedo resistir, aunque en más de una ocasión me arrepienta luego de haberlos comprado. Pero no es el caso de La Vanguardia, que ni la leo ni la compro.

P. Dice que es la última víctima colateral en los medios de lo que ha supuesto el procés. ¿No es extraño dado que es uno de los mayores momentos de tensión que ha vivido Cataluña?

R. Hay que diferenciar las características de los medios de comunicación con otros oficios y otros empleos. La consolidación o la ubicación de los medios en Cataluña es muy fija. Todavía más que los del resto de España, que ya lo son mucho. El nivel de corrupción, llamémoslo así, ideológica y económica de los medios de comunicación en Cataluña es muy superior aún al que existe en el resto de España. El hecho de que mi ubicación política fuera la no ubicación política, es decir, que no estuviera respaldada por ningún grupo político, te hace mucho más frágil frente al despido, las ofensas o la represión patronal.

El nivel de corrupción ideológica y económica de los medios de comunicación en Cataluña es muy superior al español

P. ¿Le advirtieron alguna vez de las consecuencias que podría usted pagar?

R. Hombre, algún amigo que me quería sí me dijo algo. Pero fuera de lo que se llama la amistad personal, no. Pero tengo la singularidad de que el Comité de Redacción de La Vanguardia, el equivalente al Consejo de Redacción, llegó a mandar una carta al director el año pasado pidiendo que mis artículos fueran censurados. Yo creo que esto no tiene precedentes ni siquiera en el viejo Régimen porque tradicionalmente cada uno se ha venido ocupando de lo suyo. Esto demuestra la simbiosis que existe entre determinados periodistas y determinados partidos y grupos políticos.

P. Pero esas simbiosis entre medios, grupos y políticos son comunes al conjunto del país, no solo a Cataluña. La endeblez de las estructuras económicas de las empresas periodísticas las hacen más vulnerables al poder.

R. Quizás lo que no exista tanto fuera de Cataluña es ese gesto; ese paso que te hace ser capaz de denunciar a un compañero por tener unas posiciones no oficiales. Es decir, el carácter de servidumbre de los medios de comunicación con respecto al poder, siendo muy importante en toda España, en Cataluña es especialmente grave. Hasta tal punto, que recuerdo hace años que tuve alguna dificultad con algún artículo que me censuraron y apelé a la Asociación de la Prensa, que allí se llama Colegio de Periodistas. Tras mucho insistir, uno de los directivos del Colegio me dijo que cómo iban a hacer una declaración con respecto a La Vanguardia. Directamente me dijo que no podían hacer algo así porque el sponsor fundamental de aquella entidad era, precisamente, La Vanguardia. Claro, es como si a los sindicatos les pagase el mismo patrón: las posibilidades que tienen de reivindicar mejoras son, por tanto, muy limitadas.

P. Treinta años escribiendo en La Vanguardia. ¿Había sufrido siempre esta exposición, casi desnuda, frente a las presiones empresariales y políticas?

R. La cosa se ha ido enconando en los últimos años. Eso está ligado al deterioro de los medios de comunicación y a la fragilidad de la que hablábamos antes. Hay una cuestión que hoy en día resulta obvia: es casi imposible encontrar en España -fuera de algún periódico local concreto- cabeceras que puedan vivir de los ingresos que ellas mismas generan. En general, viven sobre todo de las subvenciones. Es decir, son empresas deficitarias que necesitan del poder público para sobrevivir. Por otro lado, aún creo que el futuro está en los diarios digitales que no cobran por sus servicios sino por la publicidad. Pero todo ese panorama mezclado nos ha abocado a algo que no me canso de repetir: tenemos la prensa peor hecha de Europa occidental. Los portugueses tienen periódicos y semanarios más que dignos. Nosotros no tenemos ni siquiera semanarios.

En España hacemos la peor prensa de Europa occidental

P. ¿Y hacemos el peor periodismo?

R. En España se hace el peor periodismo, claro. Y eso termina viéndose en algo tan sencillo como la reducción del número de kioscos, que es es total y absoluta. Pensar que yo tengo que hacer todos los domingos tres kilómetros para encontrar un kiosco abierto donde pueda comprar los periódicos es algo que me resulta llamativo. Eso no pasa en otros sitios y es inédito en los anales del periodismo, también español, donde no se llegaron a estos niveles ni durante la República ni antes.

P. ¿Y qué periodismo se hizo durante la Transición?

R. La Transición estaba cargada de esperanzas. Vista con cierta objetividad, en realidad no había demasiados motivos para tanta confianza, esperanza y entusiasmo. Pero lo cierto es que en el periodo entre la muerte de Franco y las primeras elecciones democráticas del 77 -o las elecciones que ganó el PSOE en 1982- hubo motivos hasta para pensar que los periódicos podían ser una cosa rentable. Y algunos, incluso, lo fueron. Pero las aventuras periodísticas se fueron al carajo porque los presuntos grandes empresarios de los medios de comunicación descubrieron la verdadera niña de sus ojos: la televisión. Y claro, en prensa puedes perder millones, pero en televisión miles de millones. Y una arrastra a la otra.

P. Muchas veces aquella prensa se sigue tomando como referente. El surgimiento del diario El País, el desarrollo de Cambio 16, Diario 16

R. En primer lugar hay que tener en cuenta que no había modelos en los que fijarse dentro de España. Si querías buscarlos, tenías que salir fuera y mirar a la prensa internacional. En ese marco, una de nuestras cualidades era que apostábamos con mucha voluntad por trabajar en algo en lo que creíamos firmemente. Pero lo que hubo en realidad al final fue algo mucho menor a lo que nuestras esperanzas daban. Y ahí está El País ahora para demostrarlo. Ahí está toda la sangría que hubo con el cierre de revistas y de publicaciones. Es curioso cómo el ciclo de la Transición cierra también un ciclo de publicaciones más o menos variadas. Tenías a Triunfo e innumerables semanarios como Doblón, Posible, Cambio 16, La Calle… Y todo se fue al demonio en un muy poco tiempo.

P. ¿Desaparecieron porque no fueron rentables, porque no se leían, porque no interesaba que existiese ese tipo de prensa?

R. Yo creo que fue una mezcla de todos los elementos. Hubo un amateurismo profesional claro: no existían empresarios de prensa reales. Y pronto se dieron cuenta de que si uno quería ganar dinero, era mejor buscar otras fórmulas. Por eso digo que en la prensa hemos dado la vuelta a esa frase que dice peor que robar un banco es crearlo y hemos preferido la de para qué vamos a crear un banco si podemos robarlo. Y se ha terminando robando las cabeceras y reduciéndolo todo al absurdo. Como consecuencia, encontramos este desdén público y de la ciudadanía hacia los medios de comunicación. Y al tiempo, ha ido ascendiendo de una manera vertiginosa la televisión, pero no como medio de información, sino como medio de desinformación.

P. Pues la prensa sigue sin dar dinero.

R. Lo proyectos periodísticos de Planeta, por ejemplo, son deficitarios. Han colocado un paquete importante, casi la totalidad de La Razón, y aún así es un periódico absolutamente deficitario. Tiene también otro paquete en El País, que es otra empresa totalmente deficitaria.

P. ¿Y por qué sigue invirtiendo?

R. Me imagino que hay ejercicios compensatorios: antes de que lo cojan otros, lo coges tú; es preferible estar ahí que no estar. Pero está claro que para las grandes empresas las inversiones periodísticas son el chocolate del loro.

Tras la Transición el auge fue de la televisión pero no como medio de información sino como medio de desinformación

P. Y a esos problemas, la prensa española suma otro: su nulo predicamento entre determinados sectores de Cataluña. En las manifestaciones independentistas siempre se grita aquello de prensa española manipuladora.

R. Pero con un detalle: es rarísimo que eso se grite de los medios catalanes en Cataluña, donde la prensa es aún más manipuladora que la española.

P. ¿Alguna vez TV3 fue aquello que muchos quisieron ver: una suerte de BBC?

R. Si lo lograron, vendieron la moto sin ni siquiera haber visto la moto y sin montarse en ella. Mire, TV3 era igual que la televisión española estatal pero elevada al cuadrado. Y si TVE se parecía a la BBC como un huevo a una castaña, TV3 se parecía a la BBC como una hormiga a un caballo.

P. Y tampoco tardaron en vetar a personajes como Albert Boadella, en época de Jordi Pujol.

R. Recuerdo una entrevista, tal vez la última que me hicieron en TV3, donde la agresividad de la entrevistadora hacia mí era notoria y usaron estrategias descaradas. Llegaron a colocar un ventilador justo encima de mi cabeza, logrando que estuviese tan absolutamente incómodo que les pregunté en directo si lo del frío era motivado por los recortes en las televisiones públicas. En fin, aquella agresividad derivó en lo que hacen las teles más cutres: pinchar para ver si el entrevistado salta y así ellos cargarse de razón en sus comentarios.

TV3 se parecía a la BBC como un caballo a una hormiga

P. Podría pensarse que esa estrategia de pinchar buscando una reacción se ha llevado hasta sus últimas consecuencias en la vida política catalana.

R. Sí, porque eso te garantiza que la culpabilidad siempre la vas a poder depositar en los otros.

P. Ahora escribe en un digital llamado Crónica Global. ¿Le han garantizado respaldo en su criterio?

R. Hasta ahora, mi confianza en ellos es absoluta y no he tenido dificultad ninguna, más bien todo han sido facilidades. En el caso de Crónica Global mi respaldo ha sido absoluto.

P. Antes hablábamos de Planeta. Siempre me ha llamado la atención que siendo la propietaria de La Razón, abiertamente de derechas, sean capaces de gestionar La Sexta, que busca ser más progresista; y, al mismo, tiempo tener Antena 3. Llegaron incluso a tener un paquete importante de Avui.

R. Bueno... Son empresarios. Empresarios a la española. La idea de un empresarios es que invierte allí donde puede sacar un rendimiento económico. Pero teniendo en cuenta que estas empresas están en crisis y hay que pagar a sus trabajadores, tampoco entiendo yo muy bien cuál será su futuro. Yo también he llegado a plantearme si los medios de comunicación en España no tienen ya un gran cartel puesto a la puerta -de momento invisible pero real- en el que puede leerse se vende.

P. Por lo físico empezaron hace tiempo. Ademas de los despidos, Prisa prácticamente vendió todas sus propiedades, incluida la sede del periódico El País en la calle Miguel Yuste de Madrid.

R. La Vanguardia, que pasa por el peor de sus momentos económicos -porque todo es deficitario, incluidos los sueldos- es posible que espere también una mano de plata o de oro que le compre.

P. La Vanguardia pertenece a una de esas sagas familiares, como pasó con los Polanco en El País, que marcaron la prensa de este país.

R. Sí, fueron una de sis características genuinamente españolas. Pero las sagas familiares se acabaron. Solo queda un pequeño resto en Abc y lo que queda en La Vanguardia>. En prensa local sí queda más con El Heraldo de Aragón, cabeceras que incluso llegan a ser rentables . Pero no dejan de ser isletas en un océano de crisis permanente.

(En este momento, aparece Julio Anguita, que será el encargado de acompañar a Gregorio Morán hasta la charla)

P. Y con este panorama económico, ¿cómo ha sido el encaje de la prensa con la reciente situación política marcada por la aparición de los nuevos partidos?

R. En realidad solo se puede hablar de Podemos y sus ramificaciones.

Es curioso, a la prensa no le gusta nada lo nuevo

P. Todo lo surgido tras el 15M.

R. Es curioso, pero a la prensa no le gusta nada lo nuevo, sea a favor o en contra de un sistema.

P. Pero con Ciudadanos se ha actuado de manera distinta.

R. Sí, su caso es otra cosa porque aunque durante bastantes meses también sufrieron al principio un fuerte rechazo por parte de los medios -porque venían a quitar votos a parte del PP y del PSOE- han terminado integrándose muy bien en el sistema. Es más, para algunos periódicos parecen como el modelo de una nueva alternativa política. Yo creo que lo que caracteriza más a los medios de comunicación con respecto a los partidos en este momento en España es la ausencia de realidad. Es decir, lo que interesa a los periódicos no interesa a la gente y viceversa.

P. Eso es algo que también podría decirse de los partidos políticos.

R. Sí, es cierto.

P. Pero se suponía que los nuevos partidos venían a salvar esa distancia y a llevar la realidad de la gente a la política. ¿Lo han logrado? Porque viendo lo que ha pasado en Cataluña hay quien lo duda.

R. En Cataluña es difícil entender las posiciones políticas de más de un grupo. Y en el caso de Podemos es realmente difícil. Por un lado, tenemos a la alcaldesa Ada Colau cuyos giros y regiros políticos han sido absolutos. Y luego hay un problema de novatos: Colau asciende a la alcaldía tras acaudillar la ocupación y la lucha contra las hipotecas. Nada más. Pasar de ahí a ser líder política es muy difícil. Y salvo en España, en el resto de países no es fácil improvisar un líder político. Aunque aquí parece que sí.

P. ¿Cree que Colau o Pablo Iglesias son ya firmes líderes políticos?

R. Al menos juegan como tales en el tablero. Si no lo son, sería un error no tanto de ellos sino de la sociedad que los alimenta.

P. Los partidos políticos, como los medios de comunicación, crean sus propias realidades. Y en tiempos de postverdad se prestan afirmaciones gruesas como que hizo Marta Rovira acerca de que el Gobierno había amenazado con muertos si seguía adelante la independencia.

P. Ella es otro ejemplo de nueva incorporación. Lleva apenas año y medio en primera línea política. Como le pasa al mismo Carles Puigdemont [ex presidente de la Generalitat] que no ganó ninguna elección. Fue alcalde de su pueblo por corrimiento de escala, y luego pasó a ser alcalde de Gerona por corrimiento de escala, ya que el anterior cesó. De esta forma, su carrera política para llegar al poder, entendiendo el poder lo que ellos tienen en este momento, ha sido de un recorrido muy corto que les ha exigido muy poco esfuerzo. Esa es una de las razones por las que creo han terminado pensando que se pueden decir todas las tonterías del mundo. Y así tenemos que los nombres más representativos de Esquerra Republicana sean Joan Tardá, con su brazo jodido y Gabriel Rufián, cuyo apellido es una palabra castellana que no existe en catalán y que como buen quinqui de la política no tiene ni zorra idea de lo que significa.

Rufián es un quinqui de la política

P. Pero hablamos de ERC, un partido histórico.

R. Desde luego, fue un partido con una larga tradición. No solo Tarradellas sino también Companys. Un partido con una fuerte impronta masónica que sin embargo ahora está liderado por Oriol Junqueras, un abad que no deja de decir lo buena gente que es. Fíjese: buena gente opuesta a la mala gente. Siempre usan esta terminología a la que nos tenía acostumbrados la Iglesia católica pero que ahora es de dominio público, de nuevo. Como si estuviésemos en tiempos del nacional catolicismo.

P. O del carlismo.

R. Desde luego. Por cierto, la radiografía del independentismo en Cataluña hoy es coincidente geográficamente con la del carlismo.

(Julio Anguita, señalando su reloj de pulsera tras un par de avisos previos, decide cortar educadamente por lo sano. Es hora de llevarse a Gregorio Morán a su charla. Aquí acaba la entrevista)

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