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Rafa Berges, el cordobesismo y el adiós imposible

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Paco Merino

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“Todos en Córdoba decimos que no valoramos lo nuestro, pero no hacemos nada por cambiarlo” (Rafael Berges, entrenador)

Es más que probable que Rafael Berges vuelva algún día a entrenar al Córdoba CF. No sería nada extraño si se tienen en cuenta los precedentes. Ya ocurrió antes con Pepe Escalante, Crispi, Pedrito, Perico Campos, Paco Jémez... La de El Arcángel es una puerta giratoria. Si eres cordobés y ex futbolista del Córdoba, las posibilidades aumentan. Quizá dentro de un año, o de dos, o de diez. Quién sabe. Volverá sabiendo mucho más de muchas cosas y habrá quien le mirará de otro modo. Otros, no. Así funciona este circo del fútbol, donde lo que hoy es perfecto mañana es un problema, donde los proyectos se alargan tanto como dura encendida la llama de los resultados. Berges ha entonado un adiós imposible, porque gente como él permanece siempre atada por hilos invisibles al cordobesismo, y lo ha hecho con elegancia. Ha dado las gracias a muchos de los que le han hecho sufrir lo que no está en los escritos. Como un mártir.

El adiós de Berges supone un paso más en la entrada en una nueva dimensión del Córdoba, cuyas reformas van más allá de simples retoques cosméticos. Quiere crecer -que es lo que se lleva demandando mucho tiempo en esta ciudad, y no cito el número de años por no ofender a los espíritus más sensibles- y sus dirigentes tienen un método. Éste es. Ya lo ven. Berges lo asumió desde el primer minuto, pero es imposible evitar la irritante sensación de que le mandan a uno a una batalla con el ejército diezmado. “Si a Tito cuando sustituyó a Guardiola le hubiesen quitado a Messi, a Xavi...”, reflexionó en voz alta en su última comparecencia ante los medios. “Eso sí, los que he tenido se han partido el alma”, añadió. Seguramente no ha habido ningún entrenador en la historia del club que haya recibido una herencia tan complicada: debutante en una división profesional, se encontró con una plantilla remodelada y los confettis aún en el aire por la mejor campaña blanquiverde desde que en España entró la tele en color. Cargó con la cruz hasta que un día se le borró la sonrisa, expuso sus sensaciones y sus jefes entendieron que se había fundido.

El despido de Berges marca, de modo claro y evidente, el nuevo signo del Córdoba de la modernidad. Con los números que ahora presenta el equipo, cualquier otra temporada de las 20, 30 o 40 anteriores a la llegada de Paco Jémez (y de Carlos González, obviamente) se hubiera etiquetado de buena o incluso de excelente. Noveno, a un par de puntitos de la permanencia a falta de nueve jornadas... ¿qué más se puede pedir?. Pues sí, se puede pedir más. Tanto como seguro que se pedía Berges a sí mismo cada uno de los días que acudía al trabajo. El técnico cordobés desaparece del primer plano y ahora el desafío lo retoman otros. La guerra continúa. “Yo voy a ser un tío que va a pasar y el club se va a quedar. Y este escudo es sagrado”, sentenció Rafael.

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