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Pasos perdidos bajo la niebla de los sueños

Aficionados blanquiverdes apoyan a su equipo en El Arcángel ! MADERO CUBERO

Rafael Ávalos

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Una nueva decepción provoca que la afición despida con bronca al Córdoba y abandone El Arcángel con una pesadumbre y un silencio pocas veces vistos

Las farolas dejan adivinar una niebla que poco a poco lo cubre todo. El albero, mojado por la lluvia, toma un color más oscuro que habitualmente. Parece mentira, pero reina el silencio. Parece mentira porque son miles de personas las que caminan por ese amplio terreno llamado de El Arenal. Una marea humana recorre la explanada tras salir del estadio, que esta vez es menos templo que otras. Es un coliseo en llamas, a pesar de que la temperatura es la que toca. El otoño está presente y en él se halla el Córdoba, que comienza a entrar irremediablemente en su más gélido invierno. La victoria se vuelve a resistir. Ni siquiera las circunstancias propicias consiguen abrir un camino que para la afición, que camina lenta y cabizbaja, está plagado de rosales con espinas. Nadie habla. Y quien lo hace nada comenta del partido. Pocos son los que abren un diálogo destinado al final sobre lo ocurrido en El Arcángel. “Si no ganamos hoy, no lo hacemos nunca”, indica un seguidor a su compañero de fatiga.

El silencio es lo único que se escucha mientras la niebla gana protagonismo. La noche dibuja un paisaje más propio del norte, del lugar del que vino un rival que logró sacar petróleo de donde no lo había. El albero está blando. La marea humana avanza casi sin perder su uniformidad. Todos andan sin más, parecen vagar por el lugar. Atrás queda, con los focos aún encendidos, el hogar de unos sueños que están quebrados. La decepción se entrelaza con el cabreo, éste con la desilusión, que se mezcla con la amargura. Cabeza gacha, cada cual busca su explicación. Probablemente nadie la encuentra. El Córdoba sigue sin ganar. Ni siquiera cuando el adversario juega con un hombre menos durante una hora y se resigna a arañar un punto porque no puede obtener mayor botín. Ni siquiera cuando tiene a su favor un penalti. La pena máxima lo es en sentido literal para una afición dolorida.

La calma en que abandona el estadio la hinchada blanquiverde nada tiene que ver con el ruido atronador del último suspiro de un partido que, pensarán muchos, por fortuna ya es cosa del pasado. Diez minutos de locura colectiva, de demostración de lealtad y compromiso, de unión de 15.000 almas en una no bastan. No es suficiente para lograr el triunfo. El cordobesismo volvió a dar muestras de su admirable fortaleza, la que le hizo superar años de tortura y sufrimiento para tocar el cielo en las tendillas. Pero acto seguido descubrió que las nubes quedan muy lejos y que el fuego calienta cada vez más. El infierno del invierno que se aproxima. El infierno que quiere evitar. No es de piedra la afición, que despide con un estruendoso concierto de silbidos a un equipo que no consigue asestar el golpe definitivo cuando sólo ha de hacer eso. Unos cuantos, quizá los menos, pero los más admirables si cabe, todavía animan. Los jugadores, tras el intento en vano de hallar el abrazo de su gente, se marchan también cabizbajos.

Todo es desazón. Existe desencuentro. La reconciliación sólo la puede generar eso que no llega. Los tres puntos más ansiados que jamás recuerde haber necesitado cualquiera de los muchos que bajo la niebla y sobre el albero mojado camina. Nadie quiere hablar del duelo con el Deportivo, como si fuera algo que jamás sucedió. La marea humana avanza por inercia, sin conciencia de los pasos que se dan. Quizá porque son pasos perdidos, los que provoca una decepción inimaginable. Pero queda mucho por andar. En tres semanas será.

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