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Wole Soyinka: “Todas las culturas se roban unas a otras”

El escritor nigeriano Wole Soyinka

Juan Velasco

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Para el escritor Wole Soyinka (Abeokuta, Nigeria, 1934), la literatura, la poesía, la creación misma, tiene menos fronteras que etiquetas o géneros literarios. El primer africano Premio Nobel de literatura, que se crió en Nigeria, estudió en Gran Bretaña y ha vivido en Estados Unidos, amén de haber viajado por todo el mundo, no cree ni en eso que algunos llaman “tradiciones literarias” ni en lo que otros, con posmodernidad y alevosía, llaman “apropiación cultural”.

“Todas las culturas se roban unas a otras, ya sea consciente o inconscientemente”, acierta a decir el escritor, que tras casi cincuenta años sin publicar ficción, ha vuelto a la novela por todo lo alto con Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra (Alfaguara). Se trata de un libro de casi 600 páginas que, bajo la ironía de su título, esconde una disección de la Nigeria contemporánea en la que, aunque los uniformes militares se hayan cambiado por trajes de chaqueta y las Ak-47 por maletines, sigue habiendo abuso de poder.

Soyinka habla de todo esto en Córdoba, donde ha recalado para participar en el Festival Internacional de Poesía Cosmopoética. Y, en una rueda de prensa previa a su intervención, asume con escepticismo que “los villanos siguen siendo los mismos villanos de siempre”.

“Hoy, se siguen usando los mismos métodos de siempre para explotar a los que no tienen poder”, lamenta el escritor, que compara los métodos de la Inquisición Católica con los del extremismo islámico. Un extremismo que, con el rostro de Boko Haram, está en la misma génesis de la novela que está presentando esta semana en España.

La literatura es un instrumento de lucha e interrogación cívica

Una novela que, de algún modo, está conectada con La estación del caos (1973) en su mirada hacia la corrupción en su país. Cinco décadas median entre una y otra novela, aunque su visión sigue mezclando la mordacidad y el escepticismo. “Nos dejamos seducir por el cambio de imagen y queremos creer en los aspectos más optimistas cada vez que se produce un cambio. Creemos en la capacidad de los nuevos líderes de conseguir mejoras para la sociedad pero, hasta ahora, todo ha terminado en desilusión y en la decepción final de que nada ha sido como se esperaba”, reconocía con cierta amargura el autor, que llegó a estar encarcelado dos veces por sus críticas al Gobierno Nigeriano a finales de los 70 y que, bajo el régimen de Sani Abacha ya en los 90, tuvo que abandonar el país a prisa y corriendo.

En este sentido, ha insistido en la idea de que, cualquier líder, sea dictador o democráticamente elegido, busca perpetuarse en el poder, de modo que ha desechado la esperanza de que la clase política sea la que consiga los cambios que se necesitan acometer en estos momentos. La duda pertinente, por tanto, es si puede el arte ser el motor del cambio. Soyinka expresa sus dudas.

“En algunas sociedades, los filósofos, los pensadores e intelectuales tienen la habilidad de cambiar el curso de los acontecimientos. Desafortunadamente, en la mayor parte del mundo, son los políticos y los que tienen el poder económico los que tienen la posibilidad de cambiar las cosas. Y, desgraciadamente, solo cambian algo en su propio interés”, ha cavilado. En cualquier caso, aclara, como escritor siempre estará “empujando” hasta que “muera y acabe en la tumba”.

Se siguen usando los mismos métodos de siempre para explotar a los que no tienen poder

No parece que tenga planes para ello. Soyinka ha bromeado con que volverá a Córdoba dentro de 50 años a presentar una ópera. Lo decía al hilo de que, como escritor, no le importa saltar del teatro a la poesía, y de ahí al ensayo o la novela. “No hay nada en esta novela de lo que no haya escrito antes, pero es cierto que llegué a un punto en el que intuitivamente concluí que la novela era la única forma de contar esta historia y expandir unos temas que abarcan un tiempo muy amplio, de varias décadas”, ha señalado el escritor, que, en la misma línea en la que su primo, el músico Fela Kuti usaba la música, considera que “la literatura es un instrumento de lucha e interrogación cívica”.

De hecho, comparte con Fela Kuti la misma educación, una mezcla de tradición nigeriana y formación artística anglosajona, lo que explica también que la prosa, la poesía y el teatro de Soyinka utilice tradiciones y mitos africanos a partir de métodos y fórmulas occidentales.

Eso también supone que deseche la idea de las tradiciones literarias y prefiera mirar el tronco común del que emanan todas las corrientes. “Si miras Los cuentos del Decamerón, la literatura zulú o la narrativa tradicional de la literatura China, todos vienen de la misma imaginación”, apunta el narrador, que cree, si se tradujeran todas las novelas del mundo a un único lenguaje, lo único que las distinguiría serían las referencias y los personajes geográficos específicas.

El fondo e incluso la manera de contar las cosas se parecen mucho, sea de donde sea el narrador. Es la conclusión a la que ha llegado Soyinka “como escritor y como estudiante de la literatura”. Y para ello ha recurrido al realismo mágico, una tradición literaria que el público vincula con autores latinoamericanos, pero de la que hay precedentes africanos. “Gabriel García Márquez podría pasar perfectamente por pupilo de Amos Tutuola. Todos somos parte de una gran familia”, ha sentenciado el Premio Nobel africano.

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