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Terapia de grupo para Cordobeses Anónimos

Luneados en la librería El Laberinto FOTO: MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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Luneados confiesa en la librería El Laberinto su amor y su odio por Córdoba

Algunas corrientes de tratamiento psicológico recomiendan las terapias grupales. Entendiéndolas de forma particular, hubo quienes adoptaron el concepto colectivo para hacer de este sistema una seña de identidad. Todos lo hemos visto en la tele. Un corro de personas -normalmente cariacontecidas- sentadas en torno a un espacio vacío que, en realidad, está dirigido por un experto que da el turno de palabra. Uno se levanta en un extremo del círculo, dice su nombre y manifiesta, por ejemplo: “Hola, me llamo Manuel y soy alcohólico; o soy adicto a los puzles; o me encantan los programas de sucesos matutinos”. Todo depende de si es un bebedor anónimo, un obseso de los rompecabezas o un vicioso de Ana Rosa. La variedad es tan amplia como gustos tienen las personas.

Pero qué pasa si es simplemente cordobés. Nacido, adoptivo o de paso. Da igual. Qué pasa si uno disfruta, sufre, piropea y despotrica de esta ciudad. Qué pasa si ama Córdoba hasta la náusea; o si la odia hasta el orgasmo. Sin duda, merece una buena terapia de grupo. Pues anoche, en la librería El Laberinto, los cordobeses más conscientes de esta lucha interna y patológica, tuvieron oportunidad de lanzarse a una particular catarsis de confesionario, de la mano del colectivo Luneados.

El proyecto Amo Córdoba, odio Córdoba, lleva meses rondando por las cabezas de estos culos inquietos de la cultura local. Desde que nacieran hace cuatro años organizando conciertos de autoconsumo en terrazas particulares, los luneados han pasado por todo tipo de embolaos persiguiendo un solo fin: pasárselo bien. Una de sus últimas ideas locas consistió en dejar una máquina de escribir en el bar Mundano para que la gente pudiese teclear sus declaraciones de amor a la urbe o destilasen sobre ella su odio más sincero. Todos esos textos, encuadernados en forma de libro, ya viven en El Laberinto

“Sois unos adolescentes eternos”, se reía anoche Daniel, el librero. No le falta razón. Presentaciones de revistas, actuaciones sorpresas, poesía, música... Luneados se mueven en Córdoba y lo hacen entre la radical ambivalencia que sienten por esta ciudad a la que soportan y que les soporta.

“Odio Córdoba porque es tremendamente aburrida”. José María Martín abría el fuego. Se lanzaba a la piscina después de haber leído la justificación del proyecto, inspirado en aquel libro Odio Barcelona, editado hace cinco años. “Creo que sería posible amar una ciudad sin jamás haberla pisado, pero también que es imposible odiar una ciudad si no se vive o se ha vivido en ella”, escribía entonces Agustín Fernández Mallo.

“Amo Córdoba porque su sol de invierno me calienta”, le respondía Xabier Barandiaran. Las filias y fobias -con la ciudad en medio- se repitieron en un debate aveces tímido, otras más visceral, casi siempre divertido. Los camareros siesos cordobeses asomaron entre las estanterías, alguno de los domingueros que arrojan toda la basura que pueden en la sierra también dejó algo de mierda en los anaqueles del Laberinto. Se habló de la falta de cambios de la ciudad, del tedio que eso produce y el encanto que tiene. Se recordó lo acogedor de sus calles y la dificultad de sus gentes. Se destacaron sus rarezas, alabadas y censuradas a partes iguales.

Y la ciudad milenaria se impuso. Al menos, para este redactor. El peso asolador de lo que sea que es Córdoba atemperó, entibió y cauterizó muchos de los comentarios. “¿Por qué no usáis las palabras amar y odiar?”, se quejaba José María. La respuesta puede que sea porque Córdoba, aunque se tome su tiempo, arrastra a todos a su cadencia particular, mucho más lenta que la del resto del planeta.

O puede que todo fuese a causa del vino de bodegas Robles, que sonrojó las chapetas del personal. Hasta que Josefo Rodríguez soltó la más absurda y acertada verdad, que rompió la risa: “Córdoba, a lo que aspira realmente, es a parecerse a Lucena”, con la s de Lucena bien marcada.

Como todo Luneados que se precie, la velada acabó con más vino, tapas, proyecciones de vídeo de Juan Pablo Lucena (con c) y un concierto de Javi Nervio.

Ah, y si se preguntan si yo odio o amo a Córdoba les diré que, yo personalmente pienso que... Mejor me espero al próximo Luneados.

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