Una prosaica balada a lo Chet Baker escrita en Fundación Antonio Gala
Dice el escritor Eduardo de los Santos (Madrid, 1992) que durante el tiempo que vivió en Córdoba se animaba a pasear la ciudad de noche escuchando música con sus auriculares, y que esta actividad le ayudaba a imaginar la que ha sido su primera novela. Yas (Alfaguara, 2020), el libro del que habla y que acaba de ser publicado, se inscribe automáticamente dentro de esa corriente minoritaria pero altamente nutritiva que es la literatura jazzie.
De los Santos vive hoy en Madrid, la misma ciudad que retrata el libro. Aunque cuando lo escribió, hace ya más de dos años, vivía becado en la calle Ambrosio de Morales, en la Fundación Antonio Gala, a la que ha vuelto esta semana a presentar la novela. Un par de horas antes de hacerlo, el escritor recorre con CORDÓPOLIS parte de la zona en la que vivía mientras ideaba una novela concebida como “una balada de jazz”.
Y dotar de los códigos jazzísticos de una balada -pongamos una de Chet Baker- en una novela no es un proceso sencillo. “Aquello fue un proceso de descubrimiento. Partí de lecturas sobre teoría del jazz, sobre cómo está estructurada normalmente una canción de jazz, cuando entra la improvisación, cuando suele entrar el tema… Y teniendo eso en la cabeza y partiendo de una atmósfera típicamente jazzie, es decir de noche, whisky, neones y hoteles, pues trabajé para acercarme a ese tipo de balada. Es efectivamente un proceso de traducción, nunca perfecto”, explica el escritor sentado en un bar de la calle San Fernando, a unos metros de una tienda de discos a la que acudía de vez en cuando a buscar grabaciones viejas mientras disfrutaba de la beca de la fundación.
Hay que aclarar que Yas es más una novela sobre literatura de jazz que sobre el propio género en sí, y que el autor no se considera un experto, ni mucho menos, en la materia. Así, los referentes de esta novela más que musicales son literarios: Boris Vian, Jack Kerouac, Cortázar, Bolaño o Pavese son los fantasmas que impulsan una historia que trata tanto sobre la memoria como sobre el vacío, y que a menudo recurre a una prosa poética para insertar una suerte de estilo jazzístico. “Hay ciertos fragmentos que remiten a la poesía y la música en el sentido de que lo que trabajo es el sonido, la sonoridad de las palabras. Son las partes más improvisadas que tiene la novela”, reflexiona De los Santos.
PREGUNTA. Es que el propio jazz es un género musical bastante poético, que evita caer a menudo en “la fórmula”.
RESPUESTA. Claro, de hecho la gente aficionada al jazz, que es lo que yo me considero, para nada un experto ni mucho menos, solemos decir que nos gusta “el jazz”. No es como cuando dices que te gusta un músico u otro, sino que a un amante del jazz lo que le gusta esa poética que hay detrás de la creación jazzítica, en la propia actitud musical, y que requiere de unas circunstancias muy particulares, tanto por parte del músico como del oyente.
Bajamos desde el Ayuntamiento hacia la Corredera y reparamos en el Jazz Café. Es temprano y está cerrado, pero De los Santos recuerda que, dentro de la rigidez que se marcaba en la fundación a la hora de escribir, pudo acercarse con regularidad a este club a ver y escuchar sesiones de improvisación en vivo. El escritor reconoce que la música que escuchó aquel año en Córdoba, en vivo o enlatada, fue clave en el devenir del libro, e incluso se anima a ponerle una banda sonora al lector.
“Pues un disco muy claro es Emotional Dance de Andrea Motis que fue de lo primero que escuché. Kind of blue de Miles Davis sería otro. Pero yo creo que el gran descubrimiento que me acompañó durante la escritura de este libro fueron los discos de Jazz Epistles de Hugh Masekela con Dollar Brand. Jazz sudafricano que es mucho más alegre y tiene una especie de calidad improvisatoria maravillosa”, recomienda el autor antes de aclarar que, de los tres, el más relevante, vital incluso en la trama, es el de la trompetista y cantante española, pues ella inspira a uno de los personajes principales.
De los Santos desconoce si la artista ya sabe de su papel en el libro y aclara que nunca ha cruzado ninguna palabra con ella. No escatima halagos hacia ella, en cualquier caso: “La voz y la trompeta de Motis son muy sugerentes y, a la vez, muy accesibles. Hace un tipo de balada que cualquier tipo de persona puede escuchar y apreciar. Tiene canciones que son importantes en mi vida personal, pero no me he acercado a ella de ninguna forma. Y no sé si ella ha accedido a la novela. No sé tampoco si se asustará porque está saliendo en tantas entrevistas (risas) que a lo mejor piensa que soy un fan loco”, afirma.
Cuesta poco imaginar la serena belleza que aporta un paseo por una Córdoba nocturna bajo el influjo jazzístico de Emotional Dance, de Motis, un disco que la trompetista y cantante editó en el prestigioso sello Impulse! de John Coltrane y que casi parece de otra época: un jazz de aliento clásico que vivió tiempos mejores, pero que sigue siendo altamente seductor. Casi como la propia ciudad de Córdoba. O como el Madrid que evoca el libro.
“Hay una belleza decadente y cotidiana que tiene mucho que ver con la belleza del jazz. Quizá el jazz ya no es tan marginal porque se ha relacionado con cierta intelectualidad o con cierto elitismo. Pero sigue siendo minoritario. Y sigue exigiendo de una actitud muy particular en el que lo escucha para poder apreciar lo que ocurre en escena. Entonces, creo que sí que hay algo que une estas ciudades con el jazz”.
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