Juan Manuel Gil, premio Biblioteca Breve: “Cada vez que miramos nuestra infancia la embadurnamos de nostalgia”
El escritor almeriense Juan Manuel Gil ha escrito un librazo con Trigo limpio (Seix Barral, 2021). Su novela, premio Biblioteca Breve, vive constantemente al borde del precipicio en su huida de lo convencional y, sin embargo, es capaz de mirar al lector a los ojos gracias, en buena medida, al retrato generacional que hace de un tiempo y unas relaciones personales que hoy están en franca decadencia.
Todo ello atravesado por un humor subterráneo, de carácter mendoziano, que ayuda también a sobrellevar la lectura de una novela que escribió durante el confinamiento y al tiempo que hacía espacio en su vida a un hijo recién nacido, dos hechos que, de manera totalmente natural, quedará anclados en su memoria y que, además, lo harán atados a Trigo Limpio, una novela que precisamente parte de la premisa de que la memoria es una coartada para la imaginación.
Una novela, por cierto, en la que aparecen sus recuerdos de la Fundación Antonio Gala, donde estuvo a principios de siglo, cuando formó parte de la primera generación. Y solo cuando le pregunto por la Córdoba de 2001, se permitirá Gil caer en la nostalgia.
He procurado mantener a raya la solemnidad
PREGUNTA (P). En Trigo Limpio hay una frase que me encanta: “Nadie se va a morir si se queda a medias en su historia”. ¿Se te quedó a medias la novela anterior? Creo que están muy conectadas ambas historias.
RESPUESTA (R). Sí, digamos que la voz narrativa de una y otra novela tienen muchos elementos en común. Pero no se me quedó a medias la anterior, sino que fue una progresión natural. Es decir, aquella voz que yo tenía en Un hombre bajo el agua fue desnudándose y quedándose un poco más en lo esencial. Podríamos trazar un pasadizo entre una novela y otra que, aun siendo muy diferentes, están interconectarlas.
P. Pasadizos como los que transitan los chavales de Trigo Limpio.
R. Exactamente. Es que, en realidad, esta novela tiene su origen en la fascinación que me han provocado siempre determinadas novelas, determinados libros que me han acompañado a lo largo de mi vida, y que es similar a la fascinación que sienten los niños en esa edad que va entre la infancia y la adolescencia, y en la que vivimos las aventuras como si saliéramos a ganarnos el divertimento.
P. Hace poco hablaba con Jabois de su nueva novela, que estaba ambientada también en los noventa, y convenía con él en que los recuerdos son muy mentirosos.
R. Sí, la memoria está interconectada con la imaginación. Necesitamos de la imaginación para dar luz a nuestra memoria. Y en ese sentido, cuando exigimos que algo se corresponda con la realidad, estamos metiéndonos en un camino imposible. El paso del tiempo es un viento que todo lo erosiona. A la memoria también. Afortunadamente, tenemos el músculo de la imaginación, que es capaz de crear, si me apuras, una historia muchísimo mejor de lo ocurrido.
P. ¿Por eso, además, haces una suerte de falsa e irónica autoficción?
R. La autoficción es probablemente un filón que han encontrado los escritores. Y, en mi caso, lo hago desde el humor. Mi novela, más que autoficción es una parodia de la autoficción. Pero, sobre todo, porque he procurado mantener a raya la solemnidad. Cuando hablo de literatura, del proceso de escritura, me gusta hacerlo más desde el humor o la ironía que desde la solemnidad, que normalmente me deja más frío, me enamora menos.
P. El humor, de hecho, es una forma de supervivencia.
R. En la vida y en la literatura, el humor es un bálsamo que suaviza los rigores de la vida. Y también una herramienta muy afilada y muy precisa a la hora de cuestionar la realidad que nos rodea e incluso de cuestionarnos a nosotros mismos. Y creo que cuestionárselo todo debe ser una obligación del ciudadano de hoy en día. Porque parece que todo nos lo quieren meter en casa ya prefabricado.
Cuestionárselo todo debe ser una obligación del ciudadano
P. Luego está esa frontera que uno no sabe si abrir, que es la de recuperar el contacto con los amigos de la infancia. ¿No hay amistad más idealizada que la de la infancia?
R. Efectivamente. Porque cometemos el error de que, cada vez que miramos nuestra infancia, la embadurnamos de nostalgia. Y la nostalgia y la idealización son buenas compañeras entre sí, pero en la vida hay que tener cuidado con idealizar las cosas. Hay que mantener a raya la nostalgia y evitar que lo cubra todo.
P. Aunque deliberadamente reniegas de la nostalgia, para el lector de treinta en adelante resulta imposible no sentir una identificación casi idealizadora por la parte más noventera de la historia.
R. Es lógico que el lector hable con nostalgia de aquellos años, porque pienso que esa manera de vivir la infancia que teníamos en los noventa es un tiempo en extinción. Es decir, los niños y los preadolescentes de hoy en día viven su tiempo de una manera totalmente distinta. Y, cuando les dibujamos como era nuestra infancia, les parecen restos arqueológicos de una civilización pasada. Para nosotros, un descampado lo era todo. Los niños de hoy viven una realidad de suelos acolchados en el parque para no dejarse los dientes, con supervisión constante, y con una suma de miedos y amenazas que en nuestra época pasaban desapercibidos. Y claro, cuando uno habla de algo que parece desaparecido, rápidamente acude la nostalgia.
P. Fíjate, cuando leía tu novela me preguntaba si se seguirán llamando gamberradas a las cosas que cuentas en tu libro.
R. Hoy en día ya trasciende. Va más allá de la gamberrada. En los tiempos en los que relato en la novela se vivía con cierta naturalidad el hecho de que un balón cayera más allá de la valla de un aeropuerto y que entrásemos a recogerlo, incluso cuando un avión estaba a punto de aterrizar. Hoy en día eso lo miramos con otras gafas. Eso hoy es impensable. Un delirio.
P. Al contrario que los ochenta, cuyo revival dura ya más que la propia década, los noventa todavía no han terminado de ponerse de moda. Y a mí me jode, claro, porque fui inevitablemente feliz entonces.
R. Sí, yo creo que con los ochenta ocurre un poco como con la guerra civil, que está en continua revisión. Y claro, eso va en detrimento de otras épocas que también resultan fascinantes. En ese sentido, dicen que uno es de la década en la que vivió su adolescencia. Y yo la viví en los noventa. Así que yo, de lo que tengo que hablar, es sobre los noventa, que son unos años muy interesantes porque dejábamos atrás ese despendole de los ochenta y nos metíamos en las puertas de una crisis económica de España, con un cambio de gobierno… Es decir, los noventa dan para mucha literatura.
P. Totalmente, la entrada en la UE, la caída del muro, el inicio de la globalización a gran escala… Fue como una especie de preludio del apocalipsis neoliberal.
R. Sí, tiene algunas cosas espléndidas y otras menos espléndidas, pero esos contrastes son los que hacen de los noventa algo grande.
P. El éxito de Trigo Limpio coincidide con el de Al final siempre ganan los monstruos, de Juarma, y he encontrado ciertamente esperanzador que se esté hablando de dos novelas escritas desde Andalucía Oriental y que tratan la crisis existencial de manera distinta, aunque a mi manera de ver complementaria. A mí no me gusta decir que son novelas de eso que se llama la periferia, pero me gusta la coincidencia de que el mundo literario esté hablando hoy de ambas.
R. Bueno la periferia siempre ha sido uno de los grandes temas, no solo de reflexión, sino de discusión. Hoy en día, el progreso tecnológico, las redes sociales lo han cambiado todo. Uno puede vivir perfectamente en Almería y seguir estando en el centro del panorama. Pero creo que este tipo de literatura resulta interesante cuando el narrador asume su condición de ciudadano de la periferia desde su condición natural, no desde el agravio. Porque ese es el sitio desde el que mira, el sitio en el que siente y el sitio en el que vive. Y yo lo hago de una manera natural, no lo hago contra nadie. Lo hago porque es el sitio desde el que me siento más cómodo contando: Almería, una esquina de la península que está mal conectada por carretera, aire y mar, pero que eso define nuestra manera de mirar, nuestro sentido del humor, nuestra mala leche. Todo eso, bien mezclado, da como resultado Trigo Limpio.
P. Y también te ha permitido escribir un western, ¿no?
R. Sí, sí. Claro el género western también lo hemos naturalizado aquí en Almería.
La infancia que teníamos en los noventa es un tiempo en extinción
P. La Fundación Antonio Gala también aparece en el libro, en un episodio muy potente. Y, por encima de lo que cuentas en el libro, ¿Qué importancia tuvo para ti pasar por la Fundación?
R. Fue decisivo en mi carrera de escritor. Porque yo eso lo considero casi mi comienzo o el paso más importante de mis comienzos. En la Fundación Antonio Gala nos ofrecieron tiempo, espacio y serenidad para hacer lo que uno iba a hacer. Pero además, tenía la confianza de quienes mantienen aquello y lo tienen en pie. Y eso es muy importante para alguien que está empezando. Así que, pase el tiempo que pase, yo a la Fundación Antonio Gala siempre la voy a considerar mi casa. De hecho, con todos mis libros he pasado por allí para presentarlos. Y este espero hacerlo en cuanto pase un poco la situación que vivimos.
P. A ver, que nos pongamos nostálgicos. ¿Qué año fue el tuyo?
R. Pues fue la primera promoción. Fue el año 2002-2003. Va a hacer 20 años dentro de nada.
P. Qué maravilla la Córdoba del Soul.
R. Mira, te voy a decir una cosa: salvo porque desarrollé una alergia al olivo tremebunda, a mí Córdoba me parece una ciudad preciosa, fascinante, con un talento increíble… Volveré a alguna vez, a quedarme, no sé, aunque sea un tiempecito. Unos años… ¿Ves, ya me he dejado llevar yo por la nostalgia?
0