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Lorca a viva voz

Pasión Vega y Víctor Clavijo

Marta Jiménez

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Al misterio de que Lorca sea el desaparecido más famoso del mundo se une otro enigma: el del sonido de su voz, de la que no hay rastro en ningún archivo. El poeta que más recitó en público en su época, que dio más conferencias, que visitó y charló en tantas radios sufrió la damnatio memoriae de quienes lo asesinaron. Los mismos que también quisieron borrar su memoria, por lo que de Lorca no se pudo hablar durante la dictadura, tampoco escucharlo, ni leerlo, ni buscar sus restos. Por fortuna, la electricidad de sus versos, de su teatro y de su pensamiento cortocircuitó un plan tan sombrío. 

Hoy, la voz de Federico sigue acercándose a seres de todo el planeta como aquel jinete del Romance de la luna luna, tocando el tambor del llano.

Suele contar el dramaturgo Lluis Pascual, un lorquiano total, que Isabel García Lorca se quedó varios segundos muda al escuchar a Juan Echanove interpretando a su hermano a finales de los 80. El actor supo añadir a su voz el típico ceceo y la musicalidad granadina mientras recitaba la conferencia Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre. Tanto ella como Rafael Alberti confesaron entonces que al cerrar los ojos parecía que escuchaban a Federico. Tal vez aquella fuera la mejor de las aproximaciones al sonido de la voz perdida del poeta, a la que ahora hay que sumar la de otro actor, Víctor Clavijo, quien también cecea buscando la sonoridad y el acento del poeta, resonado en el Gran Teatro en el espectáculo Lorca sonoro, de Pasión Vega.

El primer amor de Federico fue un piano. El poeta iba para músico, fue gran amigo de Falla y su poesía siempre ha hundido sus raíces en la música. Por eso, la cantante andaluza ha querido reinterpretar algunos de sus poemas más célebres, acoplando jazz, elegancia y la sonrisa de su voz a la fuerza de los versos y la musicalidad que desprende la obra del poeta de Fuentevaqueros. Y qué mejor manera de hacerlo que reivindicando todas las influencias musicales que tuvo Federico, como el flamenco, la música negra, la cubana o la andalusí, con  la voz de Lorca como hilo conductor en un espectáculo que une música y dramaturgia presidido por una gran luna.

Pasión Vega y Víctor Clavijo  llenan con sus voces el delicado escenario, dirigido con buena mano por Ana López Segovia. Con Jacob Sureda al piano, la cima de la velada llega enredando versos recitados del Poema sonámbulo de Lorca con la copla Ojos verdes, de Quiroga, León y Valverde. El verde que te quiero verde tiñe de verde aún más albahaca a la copla en una interpretación memorable.

Otro momento clavado en la memoria por su belleza y profundidad es la interpretación de la cantante de Pequeño vals vienés (Poeta en Nueva York, 1940), la expresión abierta de la homosexualidad del poeta. La versión posee ecos de la maravillosa adaptación ochentera de Leonard Cohen (Take this waltz), el enorme lorquiano canadiense que llamó Lorca a su hija y que no comprendió nunca cómo en España no nos habíamos puesto a cavar toda Granada para encontrar los restos del poeta.

Hay más ecos de otros que musicalizaron versos de Lorca: de Ruibal en Por tu amor me duele el aire o de Camarón en la Leyenda del tiempo, así como de Martirio y Chano Domínguez en coplas tan jazzeras como La bien Pagá de Miguel de Molina. Todo ello sin olvidar la voz del pueblo que siempre latió dentro del poeta, en una hermosa secuencia que encadena canciones populares (Tres morillas o Cuatro muleros) guiada por el homenaje a Dolores la colorina, la nodriza de la familia Lorca que despertó el alma de poeta de Federico a través de las canciones populares.

Tierra, fuego, agua y luna, los símbolos lorquianos, quedaron suspendidos en un ambiente lleno de música y versos que hizo emerger la voz del poeta. Y es que no hay nada más vivo que un recuerdo, como escribió premonitoriamente el propio Federico.

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