BOLETÍN | Cosmoagonía
Cordobeses, Cosmopoética ha muerto.
Al menos, la edición de este año. Y veremos cómo sale de esta el Ayuntamiento pensando ya en 2026. Resumir el lío en el que se ha metido la concejala de Cultura, Isabel Albás, con esta cuestión es complicado, pero allá voy.
La semana pasada, ante las críticas de Vox y Hacemos —una alianza que ni el más rojipardo hubiera planteado en temas culturales— Albás anunció en la Comisión de Cultura que no prorrogarían la gestión de la empresa responsable del último Cosmopoética, dirigida por Azahara Palomeque. Hacemos Córdoba difundió después una nota de prensa que copiaba el argumentario equivocado… el que lanzó Vox en septiembre.
Hacemos, en realidad, no solo celebraba que la empresa no siguiera: si era cierto lo dicho por Albás, hasta podría merecer una sanción económica. El motivo estrella: un supuesto incumplimiento del pliego. Vox, Hacemos y -según Albás- los técnicos de Cultura, sostienen que la empresa lo incumplió por no mantener su propuesta inicial de autores: de cinco nombres, se acabaron cayendo cuatro. Pero lo cierto es que el pliego no exige en ningún lado respetar esa lista al milímetro, sino justificar el interés inicial de los autores con declaraciones firmadas, cosa que la empresa asegura que cumplió.
La cosa se enreda en este punto. Albás ha apuntado a los técnicos de la Delegación (funcionarios, ojo) para deslindar la discrecionalidad política de la decisión. Con ello, se ha metido en un terreno pantanoso en el que muy pocos concejales se atreven a entrar. Por otro lado, Hacemos, una coalición en la que está IU, ha jugado a la batalla cultural en el bando equivocado, aún no se sabe muy bien por qué motivo. El PSOE, por el momento, ha guardado silencio, aunque en solitario suma tantos concejales como Vox y Hacemos juntos.
Lo grave, sin embargo, no es eso, sino que nadie señale el verdadero escándalo: que el proceso de adjudicación se hizo con tres meses de retraso, entre amenazas de demanda entre empresas y bajas desproporcionadas, y que, para cuando terminó, a finales de junio, la adjudicataria tenía menos de tres meses para montar el festival (si contamos agosto como mes hábil, que ya es mucho contar).
En esas condiciones, que se caigan autores no solo es normal: sacar adelante el festival fue casi un acto de heroicidad. Algo que merecía, como mínimo, una segunda edición para valorarlos con justicia.
Hasta hace una semana, el rumor de que el Ayuntamiento quería cargarse a la empresa parecía difícil de llevarse a cabo. Sin embargo, la opinión mayoritaria es que, tras el concurso de Hacemos, situándose al lado de Vox, lo difícil ahora es que la empresa repita el año que viene.
Marty
El pasado fin de semana me vi de dos sentadas Mr Scorsese, la serie documental sobre Martin Scorsese disponible en Apple TV y Movistar. Es un producto fabuloso siempre que seas, como yo, un fanático del director de cine más influyente de las últimas cinco décadas, aunque también si te interesa el proceso creativo, en general, y el Hollywood de los moteros tranquilos, toros salvajes en particular.
Mr Scorsese no solo traza un dibujo bastante veraz de un hombre genial, contradictorio y fascinante, sino que, de paso, muestra cómo la tozudez y la suerte son los dos factores más determinantes para conseguir llevar a buen puerto empresas artísticas. Porque, a diferencia de otros grandes nombres, Scorsese no era un niño rico cuando desembarcó en Los Ángeles, sino más bien un freak que no encontraba su sitio. Y solo cuando volvió a su hogar y comenzó a hacer el cine que le nacía de dentro, encontró su voz.
Tolstoi dijo aquello de que si quieres ser universal, pinta tu aldea. Eso es exactamente lo que hizo Scorsese cuando se empeñó en filmar Malas calles, una película independiente que cambió, entre otras cosas, la manera en la que se usaba la música pop y rock en el cine, y que abrió la puerta a una de las relaciones más nutritivas de la historia del séptimo arte: la que entabló su director con un entonces desconocido Robert de Niro.
La fascinación por la violencia, el peso de la culpa y la fe, el dolor, la pérdida de confianza (la propia y la ajena), la atracción por las drogas, la enfermedad, el fracaso, las amenazas de tarados y de grupos ultracatólicos (siendo estos últimos tarados, también), los múltiples divorcios y sus ausencias como padre (es tremendo el momento en que una de sus hijas describe que solo conoció realmente a su padre cuando la contrató y la dirigió en un papelito en La edad de la inocencia)... Todo eso está en una serie documental que traza una historia lineal (algo poco scorsesiano, que en eso de romper el introducción-nudo-desenlace también fue pionero) que permite asistir al milagro de que un niño asmático y enclenque de un barrio deprimido haya podido convertirse en el cineasta más importante (el más influyente, al menos) de la historia moderna.
Y lo mejor: comprobar que sigue en la brecha. El anciano cuya filmografía se divide entre peliculones y obras maestras, está levantando un nuevo proyecto con Jennifer Lawrence y Leonardo DiCaprio mientras escribo estas líneas.
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