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El viejo anhelo, la misma lluvia

Una joven protesta bajo la lluvia de este jueves | TONI BLANCO

Juan Velasco

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La alcaldesa de Córdoba, Isabel Ambrosio, la delegada del Gobierno de la Junta, Esther Ruiz, y la secretaria general de CCOO, Marina Borrego, estaban este jueves codo con codo en primera línea de la concentración que ha cortado el tráfico en Plaza de Colón con motivo del Día Internacional de la Mujer. Había, por supuesto, muchísimas más mujeres con cargo representativo en la misma, pero estas tres eran las únicas de la cabecera de la manifestación que están en lo alto de la pirámide y que ostentan el máximo cargo de representación política o sindical.

Las tres se habían despertado esta mañana convencidas de que la jornada de este 8 de marzo de 2018 iba a ser histórica, y que las movilizaciones, los paros y las huelgas sobre los que se ha articulado esta reivindicación iban a marcar un antes y un después. El arreón inicial les ha dado la razón, aunque aún no haya datos de seguimiento oficiales.

Porque Córdoba ha amanecido este jueves de alguna manera coja. Pendiente de lo que iba a hacer el 52 por ciento de su población. En los bares, durante el desayuno, era inevitable poner la oreja y escuchar argumentos a favor y en contra de la huelga. Hoy no tocaba hablar de Cataluña. Ni de las pensiones. Ni del nuevo ministro de Economía. Hoy se hablaba del papel de la mujer. La primera batalla, la de la comunicación cotidiana, ya la habían ganado, como nunca antes un 8 de marzo.

Porque en un bar de Santa Rosa, mientras una mujer servía cafés, un anciano sermoneaba a un grupo mixto de mujeres y hombres sobre la jornada de este jueves. Y, al contrario de lo que pudiera parecer visto desde fuera, el sermón era netamente feminista. “Esto es por tu hermana, por tu hija, por tu nieta”, decía el señor, que señalaba a la camarera y decía: “No es normal que esta muchacha cobre un 30 por ciento menos que tu cuñado por poner los mismos cafés”.

Con la batalla de la comunicación cotidiana en el bolsillo y todos los focos en lo que haga hoy la mitad de la población, quedaba la siguiente, la del paro laboral. La de congelar, al menos durante dos horas, la actividad de un país y de una ciudad como Córdoba.

Así, al tiempo que los piquetes informativos hacían historia al entrar por primera vez a informar sin incidentes en un lugar tan emblemático como El Corte Inglés, en otra de las cunas del capitalismo patrio en Córdoba, en el Zara de Gondomar, se decidía que se iba a parar de forma masiva y que “sólo 3 o 4 niñas” se iban a quedar en uno de los comercios que más personal femenino tiene en la ciudad. Muchas otras estaban en Colón.

Al tiempo que cada mujer ejercía su libertad para parar o no, los sindicatos de clase se movían por una ciudad que hoy amanecía gris y amenazante. Cada uno iba a su aire, con la idea de unificar todas las columnas en la Plaza de Colón. El primero en llegar era el piquete de CCOO, con Marina Borrego a la cabeza, que no se ha cansado de decir que el paro ha sido histórico, aún sin datos en la mano. Su compañera y portavoz de UGT en este día, la secretaria de Organización Carmen Jurado, explicaba que aún era pronto para conocer datos de seguimiento, pero prometía ofrecerlos ella misma, pues le habían tocado “servicios mínimos”.

Ellas dos encabezaban la concentración y avisaban de que lo de hoy no iba a ser flor de un día, que mañana habría más apoyo a un sector como el de las camareras de piso, y que el 17 de marzo se haría lo propio en apoyo a las pensionistas, las abuelas, convertidas en sostén de muchas familias por los empujones de la crisis.

Los mensajes, como se puede comprobar fácilmente, no eran nuevos. Anhelos históricos. La reivindicación de siempre, caminar hacia la igualdad. Lo que parecía acabar hoy era el tiempo en que el feminismo avanza a velocidad de crucero. Quizá por ello la concentración parecía un tanto caótica, en el sentido de que el ambiente era festivo y libre.

Algunas de las asistentes incluso bromeaban con los periodistas. “Hoy, además de cubrir a las compañeras, os mojáis”, nos decían. Y entre paraguas y banderas, cánticos, proclamas, reivindicaciones y también bofetones de realidad, como el de una compañera que reconocía que, aunque estaba de huelga, no le quedaba “más remedio” que ir a casa a “hacer la comida” para ella, su marido y sus hijos.

Nada cambia de un día para otro. Aún tiene que llover. Aunque también es posible que, a partir de ahora, sea la sociedad en su conjunto, y no sólo el 51 por ciento, la que se moje.

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