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La vida en un trasplante (II)

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Carmen Reina

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Es domingo a media tarde. Pablo y Rafi ingresan en el Hospital Reina Sofía. La espera toca a su fin. El día siguiente, el lunes, está marcado en rojo en su calendario. Es el día en que Rafi le regalará un riñón a su marido para que pueda hacer una vida normal, para que deje de ir a diálisis tres veces a la semana y alguna más a Urgencias, para que pueda volver a su día a día, a ir a donde quiera, a alimentarse con normalidad, a visitar a sus hijas, a disfrutar de sus nietos... sin depender del horario que le marca una máquina ni del deterioro físico que le ha sobrevenido. Y, también, para hacer realidad ese sencillo sueño que tiene: poder beberse un vaso de agua.

Los nervios están a flor de piel. Los meses de espera y de pruebas médicas han quedado atrás. Ahora llega la hora de la verdad. Y ni Pablo ni Rafi han pegado ojo esta última noche. Juntos en la habitación del hospital esperan que llegue el momento. Ella, con el mismo ánimo que siempre, él con el deseo de que todo el sacrificio les lleve a buen puerto. Los dos, con una mezcla de nervios y esperanza.

A las 8.00 de la mañana del lunes, según lo previsto, deben despedirse. Ya no se verán hasta que haya pasado todo. Es el momento en que bajan a quirófano a Rafi, y con ello, comienza todo el dispositivo preparado para concatenar las dos operaciones: primero, la de extracción de un riñón de ella y, luego, la del trasplante de ese órgano a su marido.

En el quirófano esperan la anestesista y dos enfermeras. Son las encargadas de tenerlo todo a punto y de recibir a Rafi, pasarla de la camilla a la mesa de operaciones y comenzar a prepararla para la intervención. En unos minutos, ella ya duerme. Y, a su lado, ya están listos los dos cirujanos encargados de extraerle el riñón izquierdo. Un tercer cirujano espera a entrar en acción más tarde.

La invasión de esta operación es mínima: una incisión en el abdomen por donde adentrar una pequeña cámara que guiará la intervención por laparoscopia y otras dos incisiones por donde insertar el instrumental que se utilizará y por donde, finalmente, se extraerá el riñón.

Un estudio anatómico previo les ha dado a conocer a los cirujanos las características del órgano que se va a extraer. La pantalla sobre la mesa de operaciones muestra lo que la cámara va encontrando hasta llegar al riñón. En realidad, son los ojos de los cirujanos ahí dentro, que se afanan en su tarea para liberar el órgano de todas las estructuras adheridas y poder trabajar sobre él para sacarlo en las mejores condiciones. Una sección en la arteria y la vena que lo alimentan de sangre, y otra en el uréter que lleva la orina hasta la vejiga, son las claves en el cénit de la operación. El riñón ya no está conectado a Rafi.

En un rápido movimiento, lo extraen y queda en manos del segundo y tercer cirujano. Son los encargados de realizar una perfusión para limpiarlo, operar sobre él para dejarlo a punto y mantenerlo en una solución fría, en una nevera, hasta que vaya a ser trasplantado. Trabajan rápido, aunque cuentan con una ventaja: un órgano como éste, de donante vivo, dura mucho más tiempo en plenas condiciones bien conservado que uno de donante cadáver.

Y mientras el riñón espera su nuevo destino, el primer cirujano ha terminado la intervención sobre la paciente, que en unos minutos será despertada de la anestesia. Todo ha ido bien.

En la aparente tranquilidad de quienes operan vence la profesionalidad, pero el componente humano también convive en el quirófano y toma forma en sus palabras: “Esta es una operación con mucha tensión, mucho estrés. Tenemos a una paciente sana, en perfecto estado, que se somete a una intervención y tenemos la responsabilidad de que salga de aquí igual de bien”, explica el cirujano que ha dirigido la operación mientras se quita ya guantes y mascarilla. Todo ha ido bien. Y eso es lo que, después de comprobar que Rafi ha despertado correctamente de la anestesia, se dirige a comunicarles a los familiares. “Todo ha ido bien- repite- La operación ha ido como estaba previsto”. La primera etapa de esta carrera de fondo ha concluido con éxito.

Meses esperando este momento

Mientras, más nervioso en estas horas por su mujer que por él mismo, Pablo espera noticias en la habitación. Sus hijas le acaban de comunicar que todo ha resultado bien y los doctores han salido contentos. Rafi ya está en la sala de reanimación. Allí le esperará para reencontrarse. Pero, ahora, le toca el turno a él. Es el momento que tantos meses llevaba esperando.

El riñón de Rafi, conservado en frío en una nevera, espera en el quirófano mientras limpian todo el espacio y disponen de nuevo todo el material para una nueva operación. Pablo ya está en la sala anexa, “más tranquilo”, dice, al saber que su mujer había superado positivamente la intervención. De nuevo, el ritual se repite. Las dos enfermeras y la anestesista reciben al paciente en el quirófano. El instrumental está a punto. Ahora es Pablo quien ocupa la mesa de operaciones, sus constantes quedan monitorizadas y, en unos minutos, la anestesia hace su trabajo. Duerme. Otros dos cirujanos se ponen al mando de la intervención.

La operación pasa por preparar la zona del paciente donde se insertará su nuevo órgano, en el lado derecho. Sus riñones no llegarán a tocarse. De tamaño pequeño al atrofiarse por su falta de función, no molestan para la intervención y extraerlos supondría operar sobre arterias y venas vitales, sin necesidad.

La principal preocupación, ahora, es comprobar que los vasos que se conectarán para que lleven el torrente de sangre hasta el nuevo órgano están en buenas condiciones. Y ahí surge un obstáculo, uno de esos que el plan B de una intervención de este tipo tiene siempre previsto: un trombo impide la buena circulación de sangre por la arteria y es necesario actuar. Un tercer cirujano, especializado en el sistema cardiovascular, entra en acción y se encarga de ello. La solución es un baipás en la arteria, que queda lista para cumplir su misión: llevar la sangre hasta el nuevo órgano que se va a implantar.

Es el momento clave. El riñón de Rafi pasa a formar parte ya del cuerpo de Pablo. Arteria y vena se conectan con el nuevo órgano. El uréter, con la vejiga. Se inicia la fase de una nueva vida para ese riñón y, con ello, se vislumbra el final de esta segunda etapa del camino que el matrimonio ha emprendido unido.

Son más de las 20.00 horas. Doce horas después, Rafi y Pablo vuelven a verse, ahora en la sala de reanimación. Ella ya puede subir a planta, pero todos –médicos y familiares- han preferido que esperara allí hasta que llegara su marido. Es el único momento en que van a poder estar juntos hasta dentro de, al menos, un par de semanas, el tiempo que mantendrán a Pablo en aislamiento tal y como establece su postoperatorio.

La larga jornada en quirófano ha acabado. La etapa más complicada ya está superada. La tranquilidad, después de muchas horas de nervios, se abre por fin paso entre el cansancio de los familiares. Ahora, todas las energías se concentran en ver cómo irá el día después…

Pincha aquí para ver el primer capítulo 'La vida en un trasplante (I)'

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