Flores a un hijo: 25 años del atentado de ETA en Córdoba
Hace hoy 25 años que Córdoba no tuvo que encender el televisor para seguir el rastro sangriento de ETA. Una olla cargada de amosal, una mezcla química de gran poder explosivo, detonó desde las entrañas de un contenedor en la avenida de Carlos III a las 7:40 de la mañana de aquel lunes, 20 de mayo de 1996. El sargento de artillería Miguel Ángel Ayllón fue la única víctima de un atentado diseñado macabramente para una masacre mucho mayor: un Ford Orion y un Volkswagen Polo, ambos robados y dispuestos frente a frente, no cumplieron su misión de estallar al paso de un autobús cargado de militares del Euroejército con destino a la base militar de Cerro Muriano. En el interior de los coches, más de 200 kilos del mismo compuesto que los tedax detonaron.
La ciudad había despertado con una de las alegrías breves que da el equipo de fútbol local, recién clasificado para la fase de ascenso a Segunda División. José María Aznar comenzaba su singladura en la Moncloa, tomada la posesión apenas dos semanas antes, y José Antonio Ortega Lara, funcionario de prisiones de la cárcel de Logroño, llevaba desde enero secuestrado. Faltaban poco más de dos semanas para que comenzara la Eurocopa de Inglaterra y dos meses para encender la antorcha olímpica en Atlanta.
Manuel Ayllón circulaba su coche mientras escuchaba estas y otras noticias en el programa matinal que Iñaki Gabilondo dirigía en la Cadena Ser. Llevaba pocos días prejubilado después de toda una vida trabajando en Telefónica, la misma empresa donde su mujer, Asunción, se había desempeñado antes de ocuparse en exclusiva a criar de los seis hijos que había tenido el matrimonio. Manuel tendría ahora más tiempo para disfrutar de ellos. También de un pequeño terreno cerca de Málaga, la ciudad donde echó raíces la familia.
Hacía allí se dirigía cuando su vida cambió. Las inflexiones trágicas en la voz de Gabilondo comenzaban a informar de una noticia recurrente: la inconfundible mueca de que ETA había vuelto a atentar. Manuel, quizás, subió el volumen para escuchar mejor el lugar y el número de víctimas, los primeros datos que se atienden, la estadística. El locutor dio paso a Jesús Cabrera, corresponsal del programa en Córdoba, llegado al lugar del atentado a la media hora: “Un atentado de ETA en Córdoba acaba con la vida del sargento de artillería Miguel Ángel Ayllón y deja cinco heridos más”.
“Había habido un atentado en Córdoba y muerto un soldado que coincidía con mi hijo”, recuerda Manuel 25 años después. El balance trágico de la noticia. Escuchar la muerte del tercero de sus hijos fue “como si te cae una pesa encima de la cabeza”. Lo único que sabía es que tenía que volver a casa: “Todo se desarrolló de una forma precipitada y de locura. Yo volví a mi casa, mi mujer me esperaba. ¿Pero qué hacemos ahora? ¿Qué va a ser de nosotros ahora?”, fueron las preguntas sin respuesta que ambos se lanzaron.
Manuel tenía 27 años, una edad maldita que él no había elegido para morir. “Era un chico muy sano en el trato, con su pareja, un muchacho muy abierto con sus compañeros y querido por el personal. Había estado el año anterior en la guerra de Bosnia. Un muchacho muy abierto...”, recuerda de su hijo.
Jesús Cabrera, la voz al otro lado de la radio, llegó al lugar del atentado “cuando todavía olía a explosivo”. Aunque la cadencia de los atentados se había vuelto “casi semanal”, siempre se había preguntado cómo habría de responder profesionalmente en el caso de enfrentarse a ello: “Tenía auténtico temor”. Después de confirmar la noticia con el Gobierno civil, dejó colgado el informativo que tenía que dar de inmediato y se marchó hacía Carlos III, cuando aun la zona estaba sin acordonar. Un trozo de aquel contenedor es el recuerdo que Cabrera guarda de aquel día de ignominia.
Asier Ormazabal Lizeaga fue el etarra del “Comando Andalucía” que accionó el artefacto. Condenado 351 años de cárcel en 2004, en noviembre del año pasado salió de prisión. 16 años después. Su pueblo, Hernani, lo recibió con un homenaje. “Eso es algo horroroso. Cada vez que hacen un homenaje a cualquiera de los terroristas que han matado, que han tenido que ver con algún delito de sangre... El dolor es muy grande para todas las personas que hemos sufrido un atentado familiar”, describe Manuel, sin atisbo de odio en sus palabras. ¿Le diría algo? “Nada. El dolor que se sufre es muy grande y no tienes pensamiento de decirle absolutamente nada”.
El año pasado, por los motivos evidentes que dejó la pandemia, Manuel y Asunción no pudieron acudir a la cita anual con su hijo. Cada 20 de mayo acuden al lugar donde esperaba el autobús su hijo Miguel Ángel. El lugar donde siempre tendrá 27 años. “Allí vamos, ponemos un ramo de flores y estamos un rato con él”.
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