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Navidades truncadas por la ómicron

Cena de Nochebuena de Elena Molina solo para dos

Ángel Ortiz

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Álvaro Martínez fue el verdugo involuntario de la cena de Nochebuena de los Olid de este año después de dar positivo en covid el pasado martes. Se contagió en la cena de Navidad que celebró junto a sus amigos de la biblioteca. Tiene 27 años y es opositor. “Para un día que cambiamos la biblioteca por la discoteca, todos positivos”, se lamenta. “Éramos nueve. Comenzamos el día con un scape-room, luego nos fuimos a cenar y después al Mercado de la Victoria”, donde, según le consta, “salieron muchos positivos”.

El suyo desembocó en una cascada de llamadas por parte de su madre. “Tengo primos en Sevilla que no veo nunca e iban a venir y nada, se ha tenido que cancelar todo. He pasado de una reunión familiar de 15 personas a cada uno en su casa”, describe el cambio de planes. “Justo este año nos íbamos a reunir todos los hermanos de mi madre, antes no podía ser así porque había hermanos con suegros y suegras vivas y se iban la familia respectiva”.

Él cenó en su habitación, con una bandeja abarrotada de gambas, un surtido de ibéricos y tostas de paté y mermelada. Antes de comenzar, hizo una videollamada con su hermana y con sus padres a la que se acabaron sumando más miembros de la no-cena navideña. Notó algo de recelo en algunos. “‘Alvarito, la que has liado, cabrón’, me decían. Algunas eran sanas, pero otras iban con prejuicio. Me decían que hoy en día no se puede salir a la discoteca pero, joder, me tiro todo el día estudiando y para un día que salgo...”.

Pasa el tiempo estudiando, pero cuando se “satura” agarra algún libro o se distrae con algún videojuego o película de Netflix. La suspensión de la cena tendrá consecuencias en su dieta. “Voy a estar comiendo gambas, marisco y carrillada toda la semana”.

“Nos pusimos Aquí no hay quien viva”

“Me recogió mi hermano en Córdoba. Yo iba con doble mascarilla en el tren porque no sabía muy bien cómo estaba, así que conforme llegamos a casa tenía mi madre unos test preparados. Me lo hice, di positivo y me encerraron aquí en mi salita, la sala de estudios donde he estudiado toda mi vida”, narra Gonzalo Alhama, un lucentino que trabaja en una empresa de consultoría en Madrid, ciudad donde a la que recientemente se ha mudado Eduardo, su hermano.

Gonzalo había aguantado todos los envites de la pandemia hasta ahora, saliendo cada fin de semana, esquivando balas que silbaban demasiado cerca, positivos salidos de las mismas fiestas a las que había acudido. Una amiga y un compañero de se contagiaron días antes. El viernes compró un repetido en el Carrefour para tener mejor wifi y colocó un mantel para cenar con su hermano sobre el escritorio, que también dio positivo en una segunda prueba.

“Creo que me lo pegó mi hermano el domingo cuando me lo llevé para Córdoba”, sigue Eduardo desde el otro cuarto, mientras se prepara para ver ‘A 1.000 km de la Navidad’, una “película de Navidad que acaba de salir en Netflix”. Es el plan alternativo a Colón o Louvre, los locales a los que hubiera acudido antes de la cena de Nochebuena a tomarse alguna copa. “Hombre, eso es seguro, como todos los años”.

“Le mandé un Whatsapp y le dije que porqué no cenábamos juntos. Y ya se lo dije a mi madre, que nos trajo un mantelito que pusimos en el escritorio y unas gambas y cosas de Navidad. Nos bajamos una botella de vino y, cuando acabamos, se puso la mascarilla y para su cuarto”, describe Gonzalo sobre una cena que comenzó con una sopa, siguió con unos percebes y un redondo de carne y terminó con un postre de hojaldre y chocolate. “Lo hace mi madre, está buenísimo”. Con sus padres brindaron en la lejanía, con las mascarillas puestas, a través del cristal de la puerta del salón.

“En la salita no hay televisión TDT, así que le enchufé un cacharro pirata y queríamos poner Canal Sur, pero no se veía nada. Así que pusimos el capítulo de Aquí no hay quien viva de Nochebuena”, cuenta Gonzalo. Durante la cena “estuvimos riéndonos y hablando de toda la gente que tenía el covid”.

“Feliz Navidad a todos los contagiados”

Cristina de Hoces compartió una foto en Instagram el pasado viernes, poco después de las nueve de la noche. Lejos de la tradicional estampa de Nochebuena donde abundan las copas, las serviletas de renos o las tartaletas, la imagen mostraba una mesa para dos con zumo de naranja, gambas, pulpo y jamón. Hora y media después compartió un vídeo de su compañera de trabajo y de piso, María Ruiz, sonándose los mocos y con un mensaje de ánimo para los que, como ellas, habían dado positivo por coronavirus: “Feliz Navidad a todos los contagiados. ¡Estamos con vosotros!”. El día de Navidad volvieron a postrarse en el sofá para ver Netflix en vez de irse a Atrio de copas.

Aseguran que allí se contagiaron ambas el fin de semana pasado, durante la celebración de una comida de Navidad. “Todo el mundo que fue lo cogió, he hablado con mucha gente”, cuenta Cristina, que durante la cena hizo FaceTime con su familia y con su perro, Pancho. “No estamos agobiadas, estamos entretenidas, no estoy sola. Pero prefiero pasarlo así aunque sea sin mis padres a estar como mucha gente encerrada en su habitación, como tú por ejemplo”. Tras el positivo, la empresa de márketing en la que trabajan les dio la opción de teletrabajar o darse de baja. “Como estábamos bien decidimos trabajar y así hacer algo”.

De no haberse comido el pulpo, las gambas y demás viandas que les llevó la madre de su compañera de piso, María hubiera cenado en casa de sus abuelos, “como todos los años, un total de 12 familiares”. Los llamó antes de la cena. La idea del zumo fue suya. “No teníamos vino pero sí muchas naranjas, así que las pusimos en una copa para que quedara bonito”, relata María, que comparte caja de paracetamol y manta con su compañera y a quien “no se le van los mocos”.

“Creía que iba a ser una Navidad normal”

A Elena Molina le contagió de covid su jefe, que “lo cogió en una boda en Sevilla”. Esta joven cordobesa también trabaja en Madrid, donde pasa estos días confinada junto a su novio portugués, Tomás, negativo en PCR. El pasado viernes se despertó con dolor de garganta, por la tarde los síntomas se agravaron y la noche “fue horrible”.

“Me hice tres test de antígenos y todos negativos. Pero el viernes dormí fatal y por la mañana fuimos al hospital. Allí me hicieron otro y di positivo”, cuenta esta cordobesa de 26 años. “Mi madre, la pobre mía, no se lo podía creer. Hablé con ella y con mi abuela por videollamada. También hoy con la familia de Tomás, que están allí en Portugal, encima por mi culpa...”.

Después de que el año pasado la familia no pudiera celebrar junta la Nochebuena por miedo a un posible contagio de su abuela, Elena esperaba ansiosa la de este año. Igual que su novio, que tenía pensado desplazarse hasta Lisboa. “En mi familia hay muchos primos contagiados”, sigue Elena, “pero si todos hubiéramos estado bien seríamos unos 20”.

Solventaron la cena con un pedido a El Corte Inglés y una botella de vino. “Cenamos en una mesa larga que mide justo dos metros, cada uno en un extremo. Nos quitamos la mascarilla solo para comer. Era rarísimo. Comimos solomillo al Oporto con cebollitas glaseadas y patatas al horno con aperitivos de la cesta de Navidad y con nuestra botellita de vino tinto. No nos bebimos el champagne porque estábamos llenos”.

Volverá a Córdoba después de que su novio parta para Portugal, “el 28 o el 29”. Se quedará aquí hasta después de Reyes. “Creía que iban a ser una Navidad normal”.

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