Los palimpsestos o las sombras de un recuerdo inexistente
Emilio Pemjean juega con la arquitectura, los recuerdos y las sombras en una muestra de la Sección paralela que puede verse en Las Galerías del Cardenal Salazar
Empecemos el texto como empieza la exposición. Con la definición exacta.
palimpsesto.(Del lat. palimpsestus, y este del gr. παλίμψηστος).
m. Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente.
m. Tablilla antigua en que se podía borrar lo escrito para volver a escribir.
Aquello que se borra deja de existir. O al menos es lo que intentamos. Eliminar una idea mal expresada. O un texto mal recordado. Incluso una imagen que debemos cambiar. La goma ha dejado paso a la radicalidad de la función “borrar” del teclado y al icono papelera de los ordenadores. Pero los palimpsestos siguen ahí. Han saltado del papel y las pizarras emborronadas con tiza para refugiarse en huellas cotidianas. Como las sombras que dejan los cuadros que ya no cuelgan de una pared.
Ese recuerdo -al estilo del que dejaron los peatones volatilizados en Hiroshima y ajeno a la escritura- ha servido al Emilio Pemjean para dar un paso más y crear una obra fotográfica que no solo recrea las huellas físicas de la ausencia, sino todo el escenario -también inexistente- en el que una vez convivieron. La exposición, lógicamente, se llama Palimpsesto y forma parte de la sección paralela de la Bienal de Fotografía de Córdoba. La muestra puede visitarse en las Galerías del Cardenal Salazar, en la Facultad de Filosofía y Letras.
“Concibo mi trabajo desde un marco interdisciplinar conectando la arquitectura, la pintura, la escultura, el vídeo o la fotografía. Reflexiono en mis proyectos sobre el tiempo, lo presente y lo ausente, la memoria, lo que ha sido destruido o transformado, los sistemas de representación y la capacidad de conversión en símbolos de objetos y arquitecturas mediante su reconstrucción manipulada”, señala el autor en la hoja de sala.
Las arquitecturas que vemos no existen. Pero existieron. Y todavía son identificables. Un salón vacío con ventanales en un lateral. Sombras de cuadros que ya no están. Y una puerta. Esa puerta. Entreabierta. Queda. Sola. Si la estancia la llenásemos de niñas, un perro, un pintor, tapices y una familia real, tendríamos a Las Meninas. Pero no. La sala esta solo llena de aire. Y de recuerdos. Porque en sí es eso. El recuerdo de algo que nadie vivo ha visto, pues el Alcázar de Madrid, donde Velázquez pintó la escena, ardió en 1734.
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