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Los jóvenes emigrados y la Navidad como un billete de ida y vuelta

Joaquín hablando por videollamada con su familia en Nochevieja.

Juan Velasco

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Es Nochevieja en casa de la familia Ortiz Escribano. En una concatenación de mesas repletas de comida se sienta la familia. Presentarlos puede ser un suplicio. Allá vamos. Los abuelos son Antonio y Valle. Sus hijos: Candi, Isa, Jacobo, Pepi, Valle, Manoli, Antonio y Lola (faltan esa noche Antoñi y Fran). Las parejas, maridos y esposas presentes de los hijos: Paco, Joaquín, Loli, Gumer, Antonio, Jesús y Juan. Los sobrinos: Chechu, Isa, Jacobito, Loli, Bego, Pepi, Eva, Bea, Gonzalo, Antonio, Juan Antonio, Jaime, Leonardo, Ana, Valentino. Los sobrinos nietos: Lucas y Gabriel. Las parejas de algunos sobrinos: Luis, Amparo y José Carlos. El perro de Chechu, la amiga de Isa y la suegra de Lola.

Cuarenta personas en el salón de Jacobo y Loli, con la movilidad un tanto reducida y en una noche por la que algunos miembros de esta extensa familia recorren miles de kilómetros. Ocurre lo mismo en muchas otras casas de Córdoba en las que estos días que tocan a su fin han servido para tener cerca a los jóvenes que han tenido que irse a vivir lejos. No son pocos. Solo durante el pasado año 2018, más de 32.000 cordobeses encontraron un puesto de trabajo fuera de su tierra natal y tuvieron que poner tierra de por medio con sus familiares y amigos.

En la familia Ortiz Escribano este año hay solo dos sobrinas con billete de ida y vuelta: Pepi y Begoña, hermanas las dos. Claro que también hay ausencias, como la de Joaquín, otro joven de la familia que emigró y que no ha podido venir en Navidad. Aunque en mitad de la cena aparece. Por videollamada, claro.

Pepi y Bego, que sí han podido hacer el viaje hasta Córdoba reconocen vivir las fiestas como una montaña rusa, a un ritmo cambiado, con un baile de emociones y como una cuenta atrás. Como fin de año, pero sin brindis ni campanadas. El 1 de enero, apenas unas horas después de las uvas, Pepi estará cogiendo un vuelo de vuelta a Lyon tras haber pasado en Córdoba diez días. Viajará de vuelta con el pequeño. La próxima vez que venga, probablemente Gabriel tendrá un hermano o hermana, puesto que está embarazada.

Eso significa que el próximo viaje será más aparatoso y más costoso -este año su pareja Anthony no ha podido venir por el precio de los billetes-. Lo hará igualmente. “Navidad es para pasar las fiestas con la familia. Y para Gabriel -su hijo- es importante”, explica la joven de 31 años, que lleva una década viviendo en Lyon.

“No me planteo estar en Navidad en Irlanda. Yo necesito estar con mi familia”

Gabriel no querría ni irse, de hecho. “Mi hijo lleva una semana diciendo que no se quiere ir. Que él está muy bien aquí”, afirma con cierto pesar Pepi, que reconoce que volver a Lyon es pasar en unas horas de “una familia de cuarenta a una de tres”. “Ahora mismo estoy un poco triste. Ahora pasaré unos días así hasta que la rutina se imponga”, dice recomponiéndose y pensando también en Anthony, su pareja, que ha vivido toda la Navidad un poco aburrido, sin la vida que aporta el pequeño Gabriel.

Más o menos para cuando Pepi se fue a Francia, hace diez años, su hermana Begoña, que hoy tiene 28 años, empezaba la carrera de ingeniería en Belmez. Hoy trabaja como ingeniera en Dublin, Irlanda, país al que llegó en 2015. Begoña se ríe al recordar aquellos tiempos de estudiante: “Recuerdo perfectamente que cuando empecé la carrera, en la primera charla de bienvenida, nos dijeron: 'Habéis escogido una carrera estupenda con un montón de salidas y en la que la gente no termina de estudiar la carrera y ya está trabajando'. Así que yo pensé: 'Perfecto'. Ese mismo año llegó la crisis”.

Su caso no es muy distinto al de Pepi, en el sentido de que ella se fue a aprender un idioma y ya lleva cuatro años viviendo una vida con una independencia económica que no cree posible en estos momentos en Córdoba. “Aquí por mucho que busque, y sigo buscando, me es muy difícil encontrar trabajo. Es que las condiciones allí son muy buenas”, remarca la joven, que trabaja en una empresa de obra pública en un sector que está en pleno auge en el país anglosajón.

En cualquier caso, Begoña no perdona unas navidades fuera de Córdoba. “No me planteo estar en Navidad en Irlanda. Yo necesito estar con mi familia y sé que en Navidad nos juntamos todos. Y además sé que mis amigas están aquí, así que no me lo pienso”, señala, en la misma línea que su hermana Pepi.

“Cuando vuelvo es como si aquí mi vida se hubiese parado y quisiera retomarla donde la dejé”

¿Pero cómo se viven esas fiestas cuando hay fecha de caducidad? “Yo cuando vuelvo es como si aquí mi vida se hubiese parado y quisiera retomarla donde la dejé. Pero eso no es posible porque mis amigos, mi familia, ellos han continuado haciendo su vida. Así que uno viene y se intenta adaptar”, reflexiona la hermana mayor. “Yo tengo la imagen de mis primos de cuando eran más pequeños y cuando vuelvo los veo que han cambiado muchísimo. E igual me ocurre con los abuelos, que los veo mucho más mayores. Y eso me choca muchísimo”, añade la pequeña, que también reconoce que tiene que adaptarse al ritmo de sus amigas.

El ritmo en Nochevieja, sin embargo, es fácil de seguir. Comer, beber y amar en casa de los Ortiz Escribano. El sobrino ausente, Joaquín, se descojona a través del teléfono de la reunión navideña. Lleva tres años sin poder asistir. Joaquinito, como lo llama su madre Isa, trabaja en un restaurante en Cork (Irlanda) desde junio de 2017, y eso implica renunciar al break navideño. Lo asume con naturalidad.

“A ver, echo de menos aquello, pero es lo que hay. Aquí tengo mi segunda familia y con ellos paso las fiestas”, explica por teléfono el joven cocinero, que celebró Nochebuena y Nochevieja en su casa con una celebración al estilo español: “Yo como en España, con su plato de jamón, su plato de queso, el salchichón, las gambas, la carne...”, enumera Joaquín, que reconoce que en Cork hay muchos españoles que se han establecido en esta pequeña ciudad portuaria por los mismos motivos que él.

“Me voy buscando buen trabajo y buenas condiciones, no como en España. Yo en Córdoba estaba trabajando pero es que el salario mínimo de aquí no tiene punto de comparación con lo que pagan allí. Pero es que luego miras condiciones y es peor. Yo aquí tengo dos días de descanso a la semana, vacaciones, los días festivos se pagan doble... Yo cuando le cuento lo que me pagaban en hostelería en Córdoba a mis compañeros irlandeses se ríen. Se piensan que estoy de broma”, afirma, antes de volver al tajo.

“De momento no tengo intención de volver. Solo me iría de aquí con buenas condiciones”

Volver. La palabra más dura para estos tres miembros de la misma familia. Los tres piensan en volver a España. Pero para eso no hay billete, ni cuenta atrás, por el momento. Pepi tiene claro que, con un segundo hijo en camino, su futuro laboral sigue en Lyon, donde las condiciones de trabajo, sobre todo en lo que respecta los permisos de maternidad y la conciliación, son mucho mejores que en España. Begoña confiesa incluso haber estado buscando ofertas de empleo en Córdoba, porque tiene claro que solo volvería con un contrato de trabajo que le permita unas condiciones de vida como las que tiene en Dublin.

Y Joaquín ni se lo plantea: “De momento no tengo intención de volver. Solo me iría de aquí con buenas condiciones. Y eso en mi sector en España parece difícil. Así que no. No está en mi mente ahora mismo volver”, explica al respecto.

La otra cara del viaje es la de quiénes se quedan en Córdoba. Pepi Ortiz, la madre de Bego y Pepi reconoce claramente lo que le espera esta semana. El síndrome del nido vacío. “Mi hijo Juan Antonio me dice que me subo por las paredes”, confiesa la madre de las emigradas, que compensa el vacío con el orgullo que siente por sus hijas.

En una generación como la suya y la de su marido, en la que muchos miles también tuvieron que emigrar en busca de oportunidades, el éxodo de sus vástagos se vive con resignación. “Yo siento orgullo de ver que son fuertes. Porque no todo el mundo es capaz de irse”, afirma Pepi, que no descarta que un día su tercer hijo se plante delante de ellos y les diga que va a probar suerte en el extranjero. No le sorprendería, dice, “porque las niñas nunca me dijeron de irse”.

Pero se tuvieron que ir.

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