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El increíble efecto Doppler de una buena Cabalgata

Rey Melchor FOTO: MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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Los Reyes Magos reparten toneladas de caramelos por las calles de Córdoba |

Un vehículo de emergencias se acerca. Escuchamos su sirena. Primero en una frecuencia de onda, luego en otra. A medida que se aproxima, parece que cambia. Y sigue cambiando hasta que lo tenemos al lado. Después, vuelve a parecernos que varía al mismo ritmo en que se aleja. Hasta que desaparece. Es el efecto Doppler. Ahora, sustituyan el solitario coche de bomberos por una fila de 23 vehículos con casi un millar de personas avanzando y lanzando la friolera de 8.700 kilos de caramelos, golosinas y juguetes. Es decir, una Cabalgata de Reyes en todo su esplendor. Pues entonces, el efecto Doppler se desquicia, se eterniza y retuerce a golpe de bandas de Semana Santa que han sustituido las marchas por los villancicos. Agrupaciones que, a pesar de hacer versiones de ...pero mira cómo beben o ...hacia Belén va una burra ring, ring..., nunca pierden su aire cofrade ni varían su característica frecuencia de onda. Ya estén más cerca o más lejos del receptor. Doppler enloquecido por el oro, la mirra y, lógicamente, el incienso.

La Cabalgata de Córdoba comenzó puntual en el Campo de la Verdad. A las cinco de la tarde arrancaron los vendedores de globos. Helio con forma de Bob Esponja, los Pitufos, o cualquier otro personaje de serie infantil. Todos ellos eran los heraldos de la que se avecinaba. Pero alguno, más rebelde de la cuenta, se daba a la fuga por los aires, completando la estampa más tópica que puedan imaginar de un cielo azul despejado y Dora la Exploradora diciendo adiós con la mano.

Detrás, cuatro jinetes. No del Apocalipsis, sino de la Policía Local. Casco emplumado y dorado. Casaca roja. Guantes blancos. Sonrisas y algún “cuádrese, agente” ocasional -con saludo militar incluido-. Y sobre todo, la marcialidad previa a la llegada de los monarcas de oriente. Los Tres Reyes venían acompañados de una corte de pajes, niños, vírgenes bíblicas, pastores de Belén, hombres cuchara (se lo juro), coches con propaganda, carrozas patrocinadas, carteros en moto, además de otros muchos personajes que todavía le son desconocidos a quien escribe estas líneas.

Todos ellos, en todo caso, se esforzaron en lanzar bien los caramelos. Y bien significa bien lejos. Tan lejos como la distancia -lejana, insisto- a la que se encontraba este redactor, que recibió más de un impacto mentolado en la cabeza. Alrededor, niños al borde del colapso nervioso junto a padres entregados a la causa, enarbolando al revés paraguas abiertos.

En la avenida de Cádiz, una cuadrilla de trabajadores de Sadeco observaba con curiosidad. Custodiaban las cuatro máquinas barredoras que, aparcadas, esperaban a que pasase la comitiva -que por cierto viajaba bastante ligera- para recoger todos los plásticos, papeles y caramelos que la cabalgata va dejando como rastro de residuos. En total, Sadeco ha movilizado a 17 operarios para dejar las calles despejadas al término de la fiesta.

Una calle que se había transformado en la avenida de la Victoria. Por primera vez esta arteria urbana, junto a Ronda de Los Tejares, ha sido vallada para evitar percances como el accidente que hace justo un año costó la vida a un niño en Málaga. Las vallas -muy ligeras, hechas de un cable decorado con una tela granate- marcaban la línea que no debía cruzarse. Pero algún chavalillo intrépido lo hacía. Eso sí, los vigilantes en torno a los vehículos cuidaban de que no se acercasen demasiado a las ruedas.

Cuando los reyes viajaban por Vallellano y Los Tejares la noche empezaba a caer. Con ella, se ponían en marcha los transformadores eléctricos que arrastraban algunas carrozas y que alimentaban el espectáculo de luces de cada una. Y no vean qué espectáculo: entre discotequero y bar de carretera. La Cabalgata iba avanzando e iluminando a críos que parecían extasiados, al borde de la epifanía y el paroxismo. Boquiabiertos mientras los reyes pasaban de largo, como una ambulancia a toda pastilla. Dejando el sonido retumbando en los oídos de todos. Como Doppler manda.

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