Gracia eterna
Un gesto es suficiente. Basta con una sola acción para saberlo. Existen instantes, de esos que perduran más allá de la propia memoria. Son momentos fugaces y a la vez, por intensos, destinados a ser inolvidables. La atenta mirada entre las impurezas de una piel envejecida. El suspiro apasionado de quien estrecha una pequeña mano. Una sonrisa surgida de la más inocente infancia. O el beso tierno y delicado de quien sólo tiene su vida. La caricia de unos labios al cabello de Él, que desde el primer segundo derrama su Gracia a la ciudad. Bajo el sol, olvidado el gris plomizo e incluso el frío, en un día de primavera anticipada, el Cristo llegado de Puebla de los Ángeles recorre de nuevo las calles de Córdoba. Cuatro siglos después, la devoción continúa firme.
Menos cuarto las cinco es la hora que marcan las manecillas. Decenas de personas se congregan desde minutos antes en la plaza a la que da nombre. La imagen, también por el azul manto que es esta vez el cielo, recuerda a otra. Quizá de Jueves Santo. Y no lo es. Las puertas de Santa María de Gracia se abren. La antigua cruz de guía, de caoba, advierte del inicio del trayecto. El murmullo empieza a cesar. Los corazones del Alpargate, que son muchos y sólo uno, callan por un momento. Justo antes de latir con más impetuoso modo. El cortejo sigue la estela. Un trío de capilla pone la sobria nota musical. El reloj se detiene entonces. Surge del interior del templo la imponente figura del Santísimo Cristo de Gracia.
La maniobra de salida es compleja. El pelo, natural desde tiempo inmemorial, surca el aire a media altura. Es el momento en que ella, la mujer que habita donde los demás sólo están de paso, suavemente lo besa. Es suficiente un gesto. Para saberlo una sola acción basta. Existen instantes que por efímeros no se pierden. El Santísimo Cristo de Gracia reparte su amor y perdón desde el primero de los segundos en que vuelve a dejar atrás la parroquia. Arranca otro especial viaje, el que lleva al Crucificado de gran talle hasta la Mezquita Catedral. La imagen preside del Vía Crucis de la Agrupación de Hermandades y Cofradías en el primer sábado de Cuaresma de 2018. Sobresalen las emociones ya al compás de los pasos serenos de quienes la portan.
De 1718 al presente, cuatrocientos años de fe. El Santísimo Cristo de Gracia es aún, como a buen seguro lo va a ser en el futuro más lejano, una de las imágenes con más veneración en Córdoba. La ciudad que fuera testigo en un pasado imborrable para una corporación, la trinitaria a la que da nombre, que no sólo cuida sino ensalza su larga historia. Un relato eterno, que en esta ocasión suma un nuevo capítulo inolvidable. La comitiva, con la compostura que ha de ser, avanza rumbo a la Mezquita Catedral. Al Señor Esparraguero, como es popularmente conocido por su pueblo, le acompañan decenas de personas calle tras calle. Le preceden también, como parte del cortejo, el presidente de la Agrupación, Francisco Gómez Sanmiguel, y representantes de otras corporaciones como la Santa Faz o el Vía Crucis. Y por supuesto del Rescatado.
Junto al Santuario de María Auxiliadora, la Real Parroquia de San Lorenzo Mártir, la de San Andrés o la Real Iglesia de San Pablo camina Él, portado por los hombres y las mujeres que en el día a día le tienen presente. Ante la parroquia del Salvador y Santo Domingo de Silos detienen ellos su andar. El rezo interior sale y busca en este templo el altar de cultos de Nuestro Señor Jesucristo del Santo Sepulcro. De nuevo es suficiente un gesto, que en este caso rememora los días que el Cristo de Gracia fuera acogido en La Compañía. Tiempos de franceses invasores. Después no queda más que perder la vista por la estrechez de Céspedes hasta alcanzar el primer templo de la diócesis.
A la hora establecida, quizá algún minuto después, comienza el rezo de las Estaciones en las naves catedralicias. El sol aún ilumina el Patio de los Naranjos. Es entonces, en pleno acto de fe en el corazón de la ciudad cuando otra vez una sola acción basta. La fraternidad de las hermandades trinitarias cobra fuerza en el interior de la Mezquita Catedral. Miembros de la corporación del Rescatado portan durante unos instantes al Santísimo Cristo de Gracia. Es el enérgico latido del Alpargate. La oración continúa a su amparo para después buscar, paso cuidado en la estrechez de la Judería, aquel convento. Es el cisterciense de la Encarnación, donde la imagen va a permanecer por una noche. A escasos metros de donde tuviera su taller Miguel Arjona, manos que restauraran la talla en 1982.
El gesto es. Es la acción. Suficiente es uno y una sola basta. Definitivamente caída la noche, se escapa lenta pero inevitablemente el primer sábado de Cuaresma. Cinco horas, algo menos, que en la eternidad son sinónimo de fugacidad. Instante tras otro lo efímero es para siempre. Como la devoción que por Él tienen sus gentes. El pulso que no termina aun cuando los siglos se suceden. El beso aliviador es memoria viva. En su cuarto centenario en la ciudad, que celebra la hermandad de la que es titular, todavía lo intangible es palpable. Como los sentimientos de quienes de cerca le observan. Es la Gracia eterna de Córdoba.
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