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Diario del Confinamiento. La Copa

Di Estéfano en una final de Copa.

Redacción Cordópolis

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Hace tiempo, una vez, le di la mano al Rey. No he sido el único, creo. Bueno, ahora que lo pienso no sé si yo le di la mano o él me la dio a mí. Supongo que da igual.

Ahora ese señor no es ya rey de España por razones que ahora no vienen al caso. Yo sigo siendo el mismo, más o menos.

Digamos que aquel rey y yo “nos” dimos la mano porque vino a mi ciudad a inaugurar una exposición de importancia o algo así y yo andaba por allí. Es muy posible que no se acuerde de mí, es natural, no es para tenérselo en cuenta.

Lo recuerdo como un señor de la edad de mi padre pero más alto, por eso pensé que igual me daría un abrazo –no un beso, mi padre no era especialmente besucón- o me diría “estudia, gilipollas, que me cuesta a mí los dineros”. Pero no; no me dijo nada.

Me acuerdo ahora de él porque estoy viendo por la tele un partido de fútbol repetido en el que mi equipo gana la Copa del Rey y los futbolistas suben al palco y le dan la mano al monarca. O él a ellos.

Me hubiera gustado ser un futbolista de esos y que darle la mano al Rey hubiera tenido un sentido.

Tiene gracia, porque soy aficionado a un equipo cuya masa social más visible o más ruidosa se hace definir como republicana o/e independentista, siendo el club con más copas del rey ganadas en la historia de esa competición.

“Manda huevos”, habrá dicho para sus adentros el rey más de una vez en el palco.

El caso es que cada vez que mi club gana una copa del rey me recuerda a cómo yo me bebía la media botella de güisqui que mi padre guardaba en la alacena cuando estaba de viaje.

Hay cosas que se parecen.

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