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ENTREVISTA

La Córdoba paseante de Pérez Azaústre: “Tenemos que reconciliarnos con nuestra riqueza”

Joaquín Pérez Azaústre

Juan Velasco

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Para el escritor Joaquín Pérez Azaústre, Córdoba ya siempre empieza y termina en la estación de tren. Exiliado desde 1998 de la ciudad en la que creció y en la que se convirtió en escritor, Pérez Azaústre asegura que sigue manteniendo una mirada local sobre la ciudad, un sentimiento capaz de imponerse sobre los cambios urbanísticos y sociales que ha experimentado ese conjunto amorfo de casas e historias que constituye la Córdoba del presente.

Y es esa mirada la que impera en Córdoba. Deseo y ámbar, un personal libro de viajes que la editorial Tintablanca ha lanzado en una gran colección que glosa las ciudades españolas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y que el escritor ha presentado este miércoles en el Alcázar de los Reyes Cristianos.

Lo primero que se apresura a aclarar cuando charla con Cordópolis, horas antes del acto, es que Córdoba. Deseo y ámbar no es literatura de viajes al uso, sino más bien un recorrido mucho más personal, casi íntimo, por una ciudad que ha sido testigo de sus recuerdos, encuentros y experiencias. Así, continúa Pérez Azaústre, la obra, salteada por las ilustraciones de Diego Gadir, uno de los más reconocidos pintores contemporáneos andaluces, invita no solo a leer, sino a caminar las páginas del libro, uniendo así el placer de la lectura con el del paseo.

Para el autor, Córdoba es un lugar vivido, no solo desde la historia, el arte o la literatura, sino desde el ámbito más personal, casi autobiográfico. “Voy recorriendo lugares de la ciudad, no solo los patrimoniales, sino también otros que forman parte de mi equipaje sentimental”, explica sobre una obra que alterna visitas a los lugares más conocidos de Córdoba con otros que han desaparecido, pero que viven en su memoria.

Puntos como el Bar Gaudí y la mítica Taberna El Tablón, dos puntos icónicos que, a través de su pluma, recobran vida. “En El Tablón jugábamos a que Pío Baroja había escrito La feria de los discretos en aquella mesa redonda de mármol”, comenta sin evitar que en su voz se filtre cierta nostalgia. 

Volver a sentirse en casa

A lo largo de sus páginas, el libro recupera amigos que ya no están, personajes públicos y figuras íntimas que han dejado una huella imborrable en la vida del escritor. Todo ello en una obra que califica como “una escritura paseante” y cuya elaboración ha coincidido con un periodo vital que lo ha acercado de nuevo a su raíz. “Últimamente me siento cada vez más a gusto, cada vez más en casa aquí”, confiesa Pérez Azaústre, que ha recuperado para estas páginas la mirada del niño que fue y también la de su propio padre, a través de alguna historia que éste le contaba y que ha querido reescribir para el libro. 

Una obra, en definitiva, llena de “viajes interiores”, trayectos a través del tiempo que vinculan el presente con el pasado, uniendo recuerdos, personas y lugares que ya no existen, pero que el autor ha rescatado a través de su escritura buscando que el lector experimente una Córdoba llena de vida y memoria, una Córdoba que, a su juicio, tiene aún más futuro que pasado.

“Es cierto que hay cierta homogeneización, pero este es un debate antiguo. Hace más de 40 años, Carlos Castilla del Pino ya escribió el artículo Apresúrate a ver Córdoba. Si estuviera hoy aquí, diría lo mismo. Córdoba tiene un futuro espléndido, aunque difícil, como el de cualquier ciudad. Lo que tenemos que hacer es reconciliarnos con nuestra riqueza, que no es solo patrimonial, sino también literaria y artística, y darle una ambición de futuro. No se trata de romper con el pasado, sino de integrarlo de forma más armónica”, reflexiona al respecto.

Para terminar, se permite el detalle de recomendar un lugar que va más allá de la Córdoba de postal. Es la terraza del Bar Playa, en los mal llamados jardines de los Patos, un rincón que no aparece en las rutas convencionales, pero que para él tiene algo especial. Un espacio que, a su juicio, simboliza el inicio y el final de su viaje por su cercanía a la estación de tren. Y porque viene a ser una “playa metafórica” en medio de una ciudad que, todavía hoy, en pleno auge del turismo de masas, sigue siendo una urbe perfecta para el paseante. 

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