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Manuel Concha, cirujano: “No hay medicina sin humanidad”

Entrevista N&B al cardiólogo Manuel Concha

Aristóteles Moreno

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Apenas tenía 44 años cuando el señor de la imagen inscribió su nombre en la historia de la sanidad andaluza. Era el 10 de mayo de 1986. Un helicóptero procedente de Granada estaba a punto de aterrizar en Córdoba. En su interior viajaba un corazón estabilizado en frío recién extraído de un cuerpo inerte. El tiempo apremiaba. Un órgano vital no sobrevive más allá de seis horas fuera de su ecosistema natural.

El doctor Concha se jugaba mucho. Estaba a punto de marcar un hito estratosférico de la medicina. Andalucía afrontaba el primer trasplante de corazón de su historia. El tercero de España, tras Barcelona y Pamplona. Han pasado 38 años. Manuel Concha (Nules, 1942) tiene hoy 82 y se encuentra sentado frente a una infusión en Casa Millán. Sus manos han salvado la vida de decenas de seres humanos y han ejecutado nada menos que 300 trasplantes en su fecunda trayectoria profesional.

Son las 10.00 de la mañana y hoy no ha ido a nadar tal como hace puntualmente cada día. A las 12.00 se inaugura en Cajasol una muestra del pintor Miguel del Moral, miembro del Grupo Cántico. Allí estará el doctor Concha como un reloj suizo. El insigne cardiólogo es un reconocido aficionado a la pintura, gracias, en parte, a la benigna influencia de su añorado amigo Antonio Povedano. A través suya también se sumergió en el universo del flamenco, con algunas de cuyas figuras cuajó una entrañable amistad, entre ellas Luis de Córdoba, El Pele, Vicente Amigo o el crítico ya fallecido Agustín Gómez.

El hombre bueno siempre es un hombre auténtico

PREGUNTA. Un médico no vive solo de medicina

RESPUESTA. Evidentemente. Yo defiendo el componente humano. Ahora se habla mucho de la falta de humanismo de los propios médicos. Yo tengo un hijo médico de familia y es un ejemplo de humanismo. La cultura de los médicos también es muy importante: la lectura, la pintura, el arte. Hay incluso una asociación de médicos escritores y yo ahora que estoy jubilado escribo bastante. Dentro de una semana sacarán de imprenta mi último libro. Se llama Relatos inconexos.

P. ¿Ficción o historias que le han pasado a usted?

R. No es ficción. Son historias reales todas. Cosas que me han ocurrido, que he vivido con enfermos o en aventuras personales. Yo he ido a la Antártida, por ejemplo, y lo cuento en un relato breve. Hace poco la Universidad me publicó un libro sobre el flamenco y las artes plásticas, que ha quedado francamente bien.

P. Le gusta escribir.

R. Siempre me ha gustado. Tengo varios libros escritos sobre el flamenco, el vino, la cultura. Antes tenía poco tiempo y ahora tengo todo el tiempo del mundo para dedicarme a escribir y a la cultura. Llevo una vida un poco acelerada porque todos los días me salen cosas.

P. O sea, para usted la jubilación no ha sido un descanso.

R. No ha sido un descanso. Ha sido una liberación. Jubileo viene de alegría. Yo me paso en mi casa seis o siete horas escribiendo todos los días.

P. ¿Seis o siete horas escribiendo?

R. Tres horas por la mañana y tres por la tarde. Ahora estoy haciendo un libro sobre Cádiz. Yo me he criado en Cádiz y puedo escribir desde los orígenes fenicios hasta el siglo XIX y las Cortes. Lo tengo ya casi terminado y mi hijo lo está corrigiendo. Cuatro ojos ven mejor que dos.

La medicina está muy cosificada por parte de las administraciones

Manuel Concha nació en Nules. A su padre lo destinaron a Castellón para participar en labores de reconstrucción tras la Guerra Civil. Con 5 años regresó a Cádiz y allí estudió bachiller y Medicina, que era la única carrera que se ofrecía entonces en la ciudad. El joven Concha perdió la beca y su familia no disponía de recursos suficientes para hacer frente a las 3.000 pesetas que costaba la matrícula. “El jefe de mi padre era don Francisco Hernández Rubio, arquitecto jefe de Regiones Devastadas”, recuerda el cirujano. “A mí me llamaba Manolito. Un día preguntó cuánto valía la matrícula y puso las 3.000 pesetas”.

Se formó como especialista en cirugía cardiovascular en el hospital Puerta de Hierro, de Madrid, y La Fe, de Valencia, antes de ingresar como jefe de servicio en el recién fundado Reina Sofía en Córdoba. Era 1977. Todo lo que vino después forma parte ya de la memoria excepcional de la sanidad andaluza.

P. Usted quiere se le recuerde como un hombre bueno.

R. Sí. Lo he dicho en alguna entrevista cuando me han preguntado. Es un sentimiento que yo tengo. No quiero que me recuerden como un buen cirujano, que he sido también. La humildad no está reñida con la verdad. Pero realmente siempre lo he dicho porque lo siento: creo que la bondad es lo mejor que tenemos.

P. La bondad es la principal virtud humana.

R. Yo diría que sí. Lo contrario de la bondad es la maldad, que es execrable. El hombre bueno siempre es un hombre auténtico, honesto y cercano a sus vecinos. Yo podría hablar de Povedano, por ejemplo, de quien siempre destaco, aparte de que sea buen pintor, su bondad. Y tengo un libro, que se llama Corazón abierto, donde hablo de las 25 figuras legendarias del siglo XX en la cirugía de corazones del mundo. Y de todos ellos destaco reiteradamente su bondad y su humildad. Todos eran hombres sencillos. Para mí, eso fue una escuela de sabiduría y una escuela vida.

P. A usted, sin embargo, se le va a recordar como el cirujano que hizo el primer trasplante de corazón de Andalucía.

R. Lógicamente. Eso ha sido una faceta importante en mi vida. Fui el primero en Andalucía y el cuarto de España.

P. ¿No hay medicina sin humanidad?

R. No hay. Y eso ya lo tengo registrado en el libro de Corazón abierto. Ahí hablo de René Favaloro, que fue el que inventó la cirugía de las coronarias. Es argentino. Yo estuve dos meses con él allí y luego lo invité a Córdoba. Y una de las frases que destaco en el libro es esa: “Sin humanidad no es posible la medicina”. Eso decía Favaloro que, sin embargo, terminó pegándose un tiro y se suicidó. Era un hombre muy bondadoso. Muy querido por todos. Hizo una universidad y una fundación y se arruinó. Un día en su despacho delante del espejo se pegó un tiro con la pistola.

P. Eso es un acto antimédico.

R. Pues sí. El hombre entraría en una depresión muy gorda. Yo conservo las cartas que escribió a su familia diciéndole que siguiera adelante. Que él había llegado hasta los 77 años. No será el primer médico que se haya suicidado.

Yo soy defensor de la medicina pública

P. ¿Hay humanidad en las listas de espera?

R. En principio, no puede haber humanidad. Es uno de los problemas de nuestro tiempo donde la medicina está muy cosificada por parte de las administraciones. Falta ese humanismo que reclamamos para que no ocurra eso. Hay medios para evitarlo. Se pueden mandar pacientes a otras instituciones, como se está haciendo, en realidad. Lo que pasa es que a ellos no les gusta decirlo porque políticamente no vende bien. Pero es que la sanidad pública no puede con todo. No tiene medios suficientes y más ahora que faltan muchísimos médicos. De hecho, se están fichando en algunos hospitales residentes de últimos años que están pasando a ejercer ya como médicos. Faltan médicos y, sobre todo, de familia. Yo reivindico mucho al médico de familia. Creo que es un eslabón fundamental y hoy en día está muy burocratizado todo. Les obligan a trabajar con ordenador y no están mirando la cara del paciente. Eso está ocurriendo. O también que haya 40 pacientes esperando. Eso es una cosa en la que hay que trabajar mucho.

P. ¿La sanidad pública peligra?

R. Peligrar no. La sanidad pública tiene que funcionar. Como su nombre indica, todo el mundo debe tener acceso a la sanidad pública. Lo que pasa es que cuando no es capaz de dar respuesta tiene que recurrir a otros medios, aumentar el número de sanitarios y dignificar la profesión pagándole más a los médicos de familia. Mi hijo hace guardias de veinticuatro horas y eso es inhumano. Todas esas cosas podrían tener un cierto arreglo, pero se van dejando. Yo soy defensor de la medicina pública.

P. ¿Qué decreto firmaría mañana?

R. Nunca se me ha ocurrido ser político. Yo intentaría corregir los defectos de la administración pública. Solucionar las listas de espera, la atención a los enfermos mayores y todas estas cosas. Hay que buscar soluciones y no pelearse en las Cortes. Como el problema que tenemos ahora con la inmigración.

P. ¿Y qué soluciones buscaría usted para el tema de la inmigración?

R. Yo no soy experto pero leo mucho y estoy al día de toda la información. Leo cuatro diarios todos los días. Los países tienen que ser más sensibles e intentar solucionar la cuestión en su lugar de origen para que no tuviera que emigrar tanta gente. Intentar controlar esa huida descontrolada, porque hay mucha gente que se ahoga y se muere. Y eso es un drama. Y, desde luego, habilitar centros de acogida que funcionen bien. Porque ahora mismo la situación de Canarias es dramática. Están desbordados. Y es una responsabilidad de todo el país.

P. ¿La inmigración es una amenaza o una oportunidad?

R. Yo no lo considero una amenaza. Hay gente que dice que aumentan los robos. Yo creo que enfocándola bien es una oportunidad. Muchas de estas personas inmigrantes están trabajando en la agricultura y en otros sectores. Eso es lo que habría que movilizar. Primero, facilitarles un refugio, y, segundo, darles trabajo. Los políticos son conscientes de que la mano de obra extranjera es fundamental, como lo fuimos nosotros cuando emigramos a Alemania o Argentina. Pero, claro, eso tiene que ir acompañado de unas medidas de estabilidad. Que vivan bien, estén bien pagados y bien considerados. Y eso conlleva una serie de medidas económicas y sociales que hasta ahora no se están haciendo del todo. Eso es lo que se está reivindicando.

Ahora mismo no creo en el más allá

P. Usted participa en un WhatsApp con niños a los que salvó la vida. El grupo se llama Nuevos Corazones.

R. Yo tengo un grupo de WhatsApp, al que dedico también un capítulo en el libro de Relatos inconexos. En efecto, el grupo se llama Nuevos Corazones. Lo mantengo con tres o cuatro personas. Yo operé a más de cincuenta y tantos niños. Y cuando me fui del servicio se habían hecho 600 trasplantes aunque yo personalmente realicé unos 350. Casi todos los niños prácticamente los hacía yo. Y los niños despertaban especial sensibilidad. En ese grupo me escribo con ellos, sobre todo con tres. Una es Laurita, que ahora vive en Río Frío y tiene 37 años. La operé con ocho días y tres kilos y pico de peso. Luego está Carlitos, que era de Algeciras y es futbolista. Ha sido campeón con la selección de fútbol andaluza y tengo una foto de él con la copa. Y luego está una chica muy cercana también que me viene a ver cada vez que regresa a Córdoba para una revisión. Se llama Aranchita y es del Puerto de Santa María.

P. A todos los sigue llamando por el diminutivo.

R. Sí. Los he conocido de recién nacidos.

P. ¿Qué vínculos se establece entre un cirujano y un trasplantado?

R. Un vínculo muy emocional. El trasplante es un reto emocional, pero si son niños mucho más, porque hay unos padres detrás esperando. Por ejemplo, en el caso de Arantxa, yo tengo una anécdota muy curiosa. Fui a ver a la niña después del trasplante y la madre me dijo que entrara a verla porque estaba muy triste. “No sabemos lo que le pasa”, me dijo. Una enfermera le había dicho que el corazón que le trasplantaron era de un niño. Y era verdad: lo trajimos de Italia. Ella creía que al ser de un niño le iba a salir un pito. Entré en la habitación, me senté con ella en la cama y le dije: “Mira, Arantxa, escúchame. Tú sabes lo que es un coche, ¿no? Si un coche tiene un accidente y el motor se le rompe, el vehículo sigue siendo el mismo. Entonces, se le cambia el motor pero el coche sigue siendo igual. Eso mismo te pasa a ti. Tú tenías el corazón mal, se te ha cambiado, pero tú sigues siendo la misma”. Y entonces Aranchita sonrió. Salí de la habitación y le dije a la madre: “Ya está sonriendo”.

P. Solo por un grupo de WhatsApp como este ya merece la pena vivir.

R. Por un WhatsApp como este y por muchas más cosas. Pero sí: esa es una de las cosas por las que merece la pena vivir y te hacen ser feliz. Yo tengo aquella foto de Arantxa sentada en la cama del hospital en mi despacho.

P. Conserva fotos de sus pacientes.

R. Conservo bastantes. Cuando he publicado estas fotos lo hago con las iniciales para mantener el anonimato.

Yo reivindico al médico de familia

P. ¿Cuántos trasplantes tiene en su hoja de servicio?

R. Yo personalmente habré hecho por encima de 300. Me jubilé en el año 2008 y ahora mismo sé que van 600 y pico. Todos son discípulos míos y siguen trabajando.

P. ¿Qué se aprende en un quirófano?

R. Una de las cosas que se aprende es la humildad. Cuando no te va bien una cosa hay cirujanos que se ponen histéricos o chillan. Hay que aprender también a tratar bien al personal con el que trabajas. Cuando tú cometes un error, el error es tuyo. No es de la gente que te ayuda. Antes de empezar los trasplantes en Andalucía me fui a Harefield donde trabajaba el cirujano Magdi Yacoub, que era de Asuan, al sur de Egipto. Lo conocía pero no tenía amistad directa. Luego sí. Lo traje a Córdoba hasta en cuatro ocasiones a dar conferencias.

En Londres les dije que me avisaran por si había un trasplante. Me llamaron una noche. Vivía a 30 o 40 kilómetros y ya no había metro. Cogí un taxi. Era un trasplante doble de corazón y pulmón. Era el trasplante número mil de Yacoub y había un fotógrafo en el quirófano. Yo me situé en la cabecera del paciente mientras que el fotógrafo estaba en los pies encima de un taburete. Y, cuando iba a hacer la fotografía, se cayó encima del paciente que tenía el corazón y los pulmones abiertos. Yacoub no dijo ni una palabra. Se sentó en la silla, pidió un paño estéril, se limpió las manos y esperó pacientemente a que las enfermeras le cambiaran todo el material y todos los paños del enfermo. Yo ahí aprendí lo importante que es que un cirujano mantenga la serenidad incluso en circunstancias dramáticas.

P. ¿Usted mantiene la serenidad?

R. Lo procuro. Muchas veces mis enfermeras me dicen: “Ya está taconeando con los zuecos”. No he chillado nunca en un quirófano. Tengo mucho respeto por el personal, pero si te pones nervioso o haces algo mal pues, claro, taconeas.

P. ¿Usted es indulgente con sus propios errores?

R. En general, sí. Si son errores que no se han podido evitar no me martirizo. No soy un masoquista. Asumo los errores.

P. Manuel Pimentel ha dicho de usted lo siguiente: “El doctor Concha es el gran médico sabio”.

R. Y escribió un artículo donde habló de la excelencia. Me presentó en el último homenaje antes de la conferencia y luego publicó un artículo. Lo he leído muchas veces y se lo he transmitido a mis hijos. Decía que la excelencia es un salto cualitativo de la persona.

P. ¿Le abruman los homenajes?

R. Abrumarme no. Me inquietan. En el sentido de que puedo dar una imagen de frivolidad. La gente es generosa y agradecida y yo lo veo bajo ese prisma. Los homenajes me crean la responsabilidad de responder a lo que la gente dice que soy.

No considero la inmigración como una amenaza

P. Tiene usted 82 años y se planta a las ocho de la mañana en la piscina todos los días.

R. Todos los días menos hoy. Voy a la piscina municipal. Los sábados también. Nos juntamos un grupo de tres o cuatro amigos.

P. Y ha dicho que no piensa nunca en la muerte.

R. Es verdad. Estoy cercano por cronología, pero yo no pienso en la muerte. Asumo que tengo que morir, pero no es un pensamiento que me obsesione. Algún día me faltarán facultades. El alzheimer, gracias a Dios, no me ha ocurrido y espero tener la mente bien hasta que me muera. Y eso que me han operado de muchas cosas: espalda, vesícula, cuello. Son pequeños baches que hay que ir pasando por la vida.

P. ¿Qué hay al otro lado de la muerte?

R. Pues no lo sé. Yo he sido creyente y ahora me considero agnóstico. No lo sé. No me lo planteo. Aunque alguno se puede escandalizar, yo ahora mismo no creo en el más allá. Creo que cuando me muera, me he muerto. A mis hijos no se lo puedo decir porque ellos sí son muy creyentes. Es un tema que procuro no sacar nunca ni definirme públicamente.

P. ¿Ciencia y religión se conjugan bien?

R. Sí. Yo creo que sí. No tienen por qué estar contrapuestas. La ciencia es más pragmática y la religión está a otro nivel. No tienen por qué estar reñidas.

P. ¿Qué le queda por hacer?

R. Algo que he perseguido toda mi vida, sigo persiguiendo y, en parte, lo he conseguido: ser feliz. Yo soy un obseso de la felicidad. Quiero ser un hombre feliz. Pero claro: la felicidad es un concepto muy heterogéneo y muy bucólico pero existe.

P. ¿La felicidad es el gran éxito del ser humano?

R. Pienso que sí. El gran éxito y la gran suerte. Porque, claro, que un hijo te salga drogadicto, por ejemplo, no lo puedes controlar. Influye mucho el ejemplo que tú des en la vida de ellos. Yo tengo la suerte de que mis ocho nietos, y alguno ya es ingeniero en Alemania, sean gente sana. Es labor de los padres. Los han educado bien. Pero he tenido la suerte de que no ha habido ningún desvío en ningún sentido. Por decir algo: mis tres hijos varones ninguno fuma. Y, por supuesto, mis nietos tampoco.

He operado a más de cincuenta niño

P. ¿Usted ha fumado?

R. Yo nunca.

P. Cruzó el Atlántico en velero, se ha adentrado en el desierto, ha viajado a la Antártida. ¿Qué buscaba?

R. Yo soy muy aventurero. Y buscaba un poco la sensación de vivir experiencias que yo había leído. Cuando fui a la Antártida me habían operado de una hernia de disco en el cuello y yo estaba en la cama haciendo reposo. Salió un programa de un rompehielos ruso que lo administraba una compañía americana para viajar cincuenta y cinco personas. Habían adaptado el barco. Me entusiasmé y cuando vino mi mujer del trabajo le dije: “Ya sé dónde vamos a ir dentro de unas semanas”. Ya había llamado a la agencia y había reservado plazas para el crucero Orlova, que era el nombre de una artista rusa. Semanas antes leí un libro que se llamaba Hacia los confines del mundo. Es un libro precioso y yo lo aconsejo. Cuenta el viaje en barco de Fitz Roy y Darwin al Estrecho de Bering. Me fascinó.

P. ¿De qué le cura el flamenco?

R. El flamenco me da sensación de hondura y de emoción. Escucho mucho flamenco y tengo muchos discos. Me gusta el flamenco auténtico pero no el flamenquito barato. Me gusta el cante de esa boca desencajada que parece que se le va a escapar el alma. Eso siempre lo decía Povedano cuando pintaba a cantaores. El flamenco tiene que producirte el pellizco. Y, si no te lo produce, es que no es bueno.

P. ¿Qué le indigna?

R. Me indignan las personas que no son sinceras. La falsedad de muchos políticos que juegan a hacer un doble juego para engañar a la gente y lucrarse. Y me indigna no ser honesto en la vida.

Me gusta el flamenco auténtico pero no el flamenquito barato

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