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Diario del Confinamiento | Alegría

'Alegría', de Manuel Vilas.

Juan José Fernández Palomo

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Deberíamos haber estado con Manuel Vilas en el bulevar del libro, en el centro de la ciudad, en el foro donde se cruzan las calles pisadas y pisables, paseadas y paseables desde que al tiempo le llamaron Tiempo.

Hubiera sido una tarde feliz hablando de Alegría en el corazón de los peatones, de los caminantes demorados y de los lectores atentos. De los viajes al exterior y al interior, de familia y de las familias, de las cosas. Se echa de menos hablar de cosas.

Hubiera estado Mozart un rato antes cartografiando los afectos y Pablo, Manuel y yo hubiésemos echado unas risas hablando de coches viejos y hermosos, de Lou Reed, de los hijos, de Santa Teresa o de Cervantes, que estuvo confinado en Argel cinco años sin tele ni internet ni torrijas que llevarse a la boca. Eso diría Vilas entre la esperanza, la paciencia y la Alegría.

“Han venido a verme.

Ha venido a verme la alegría“

Así se cierra el libro de Vilas cuando ve a Montgomery Clift y a Marlon Brando en la pantalla en blanco y negro del portero automático. Uno de esos al que ahora no llama nadie.

No, perdón: así sigue, no se acaba.

“Llegué por el dolor a la alegría. Supe por el dolor que el alma existe. Por el dolor, allá en mi reino triste, un misterioso sol amanecía”.

Así, con José Hierro, decidió Vilas emprender el viaje hacia la Alegría.

Y la Esperanza es una cosa con plumas, me dijo ella.

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