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¿De quién es la cabeza del Gran Capitán de Las Tendillas?

Estatua ecuestre del Gran Capitán | ÁLEX GALLEGOS

Alfonso Alba

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¿De quién es la cabeza que Mateo Inurria esculpió para la majestuosa estatua del Gran Capitán que le encargó el Ayuntamiento de Córdoba a principios del siglo XX? La respuesta a esta pregunta siempre ha sido polémica. Una leyenda, incluso. Un chascarrillo que los abuelos contaban a sus nietos. ¿Es en verdad la cabeza del torero Lagartijo? ¿Se trató de una broma que el propio Inurria le quiso gastar a la ciudad? ¿O simplemente fueron los enemigos del escultor cordobés los que levantaron un testimonio que no es que haya hecho correr ríos de tinta, pero sí que ha protagonizado conversaciones cerveza en mano desde el cercano Bar Correo? O historias que muchos les hemos contado, divertidos, a los turistas y amigos a los que les hemos enseñado la ciudad.

Pero ojo y cuidado, que puede que gran parte de esa leyenda no sea tal. Y que quizás sí que la cabeza del militar montillano que desde los años veinte del siglo pasado preside la plaza de Las Tendillas sea en verdad la del héroe popular de la ciudad por aquellos años, el torero Lagartijo. La respuesta está en un pequeño relato escrito por Manuel Harazem en La cuestión de las estatuas, un riguroso estudio histórico sobre el proceso por el que Córdoba fue de las últimas capitales de provincia de España en erigir un monumento cívico burgués a alguno de sus hijos ilustres. Y eso que la ciudad ha tenido bastantes. Pero vayamos por partes.

Córdoba llegó tarde a la fiebre estatuaria de finales del siglo XIX. Tan tarde, que no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando comenzaron a prosperar proyectos concretos. Pero Córdoba no sería Córdoba si su primer proyecto no hubiese estado envuelto en la polémica y hasta en el cachondeo. Harazem documenta cómo en 1910 un grupo de intelectuales reunidos en el Ateneo de Madrid convence al escultor tarraconense Julio Antonio, muy unido a Julio Romero de Torres, para que diseñe una estatua del torero Lagartijo con el objetivo de que acabase erigida sobre algún pedestal de la ciudad de Córdoba. Julio Antonio se puso manos a la obra, mientras los periódicos de toda España (sí, fue chanza nacional) comenzaban a chotearse del asunto. Unos pocos, a favor. Otros muchos, muy en contra de que la ciudad de Séneca o Maimónides le pusiese su primera estatua moderna a un torero, por muy héroe popular que fuera.

El proyecto de estatua a Lagartijo comenzó a fraguar. Hasta se organizaron corridas de toros en Alicante para recaudar fondos. Harazem detalla el divertidísimo cruce de columnas e informaciones en los periódicos de aquellos años sobre la cuestión, hasta que finalmente, horrorizada, la intelectualidad cordobesa desecha la idea. Aún hoy se conserva el modelo que diseñó Julio Antonio de Lagartijo, una especie de David de Miguel Ángel con la cabeza de un toro entre sus piernas.

La primera estatua de Córdoba

En 1909, el Ayuntamiento recogió la propuesta de un militar de erigir un monumento a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán que derrotó a Boabdil en Granada (y con el que mantuvo una más que estrecha relación) y que luego conquistó media Italia. El encargo recayó en Mateo Inurria, el escultor de moda entonces en España, cordobés de cuna y formación. Pero los acontecimientos se precipitaron. El ministro y cacique Barroso y Castillo se murió, y el Ayuntamiento le encargó a Inurria que priorizase una escultura a este preboste local. Y lo hizo. Pero la escultura apenas duró cinco meses en los Jardines de la Agricultura. En unos años de intenso movimiento obrero, un grupo de manifestantes cogió la picota y redujo la escultura a polvo en una noche. Era marzo de 1919.

La estatua del Gran Capitán se inauguró en 1925 y se instaló entonces en la confluencia entre Ronda de los Tejares y la avenida del Gran Capitán. Dos años más tarde se trasladó a la recién estrenada plaza de Las Tendillas. Pero su gestación tampoco estuvo exenta de polémica.

El Ayuntamiento le hizo un encargo a dedo a Mateo Inurria. Julio Romero de Torres, su enemigo íntimo y declarado (hay un mito en la ciudad sobre los insultos que se cruzaban los dos artistas en las tabernas de la Fuenseca a las que acudían), advirtió a su amigo Julio Antonio de las intenciones del “mamarracho” Inurria con la estatua y trató de convencerlo de que corriera presto a presentarle al Ayuntamiento su propio proyecto de estatua del Gran Capitán. Pero no lo hizo.

La cabeza de mármol

Mateo Inurria tomó como modelo para la estatua a caballo del Gran Capitán una diseñada por Donatello, según explica Manuel Harazem. En concreto, se trata de la imagen del condotiero Gattamelata de Padua. Donatello, a su vez, toma como modelo la estatua de Marco Aurelio en Roma. Pero Mateo Inurria, de manera intencionada, decide que la cabeza de su estatua tiene que ser diferente a la del resto del conjunto. Así, el busto es de mármol y el resto, de bronce, para realzar que la cabeza es la única parte del cuerpo del Gran Capitán que no cubre completamente su armadura.

Pero, ¿por qué esa cabeza? Mateo Inurria huye del retrato habitual que tenemos del Gran Capitán, con melena y una gorra o boina renacentista. De hecho, según estudia Harazem, existe una escultura casi contemporánea de Diego de Siloé por encargo de la viuda de Gonzalo Fernández de Córdoba donde este le retrata así: con melena y gorra renacentista. “¿Por qué Inurria decide cambiar esa imagen más cercana a la realidad histórica? Bueno, ahí está el quid de la cuestión”, avanza Harazem.

“Inurria hizo dos retratos de Lagartijo: uno usando la mascarilla mortuoria y otro posterior recuperando mentalmente los rasgos de quien fue su amigo. Cuando obtuvo el encargo de la estatua del Gran Capitán tuvo la opción de colocarle cabeza melenuda o calvicie incipiente donde colocarle apropiadamente la corona de laurel. ¿Optó la opción artística antihistórica por comodidad o para poder usar la cabeza del héroe popular que además presentaba rasgos muy aristocráticos, como la nariz aguileña y el semblante afilado? ¿Por venganza contra la sociedad cordobesa que consideró indigno de contar con estatua a un torero? Aunque se sabe que no era aficionado a los toros sí se sabe que fue amigo del torero”, reflexiona.

Los bustos que diseñó Inurria tanto del Gran Capitán como de Lagartijo no son idénticos, pero sí que guardan unas similitudes que hacen inclinarse a muchos autores hacia que una está inspirada en la otra. No obstante, hay quien lo niega. Es el caso de José María Palencia, actual director del Museo de Bellas Artes, que considera que Mateo Inurria nunca hubiera participado en semejante pastiche. Un caso similar es el de su antecesora, Fuensanta García, que también niega que la cabeza del Gran Capitán de Las Tendillas sea en realidad la de Lagartijo.

Contra esta acusación de que se trata de una leyenda, Harazem contrapone la opinión de dos expertos nacionales en esculturas como son Carlos Reyero y Salcedo Miliani, que “no tienen duda de que para la cabeza de don Gonzalo, Inurria usó la de Lagartijo. Reyero lo afirma en un artículo que publicó en el propio catálogo de la exposición que se celebró en Córdoba en 2007. Y Salcedo en un monográfico sobre el escultor tarraconense Julio Antonio publicado por Diputaciò de Tarragona en 1997”, concluye, para zanjar la polémica.

Pero queda una duda. ¿Por qué lo hizo Mateo Inurria? ¿Por venganza o como un homenaje a su amigo, el héroe popular que nunca iba a tener una estatua en Córdoba? Un siglo después, la ciudad saldó su deuda con Lagartijo. Siendo alcaldesa Rosa Aguilar, decidió instalar en la plaza Vaca de Alfaro el busto del torero. Por si tienen alguna duda, vayan y comparen. Está muy cerca de la plaza de Las Tendillas.

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