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Mañana

Decepción en el Ayuntamiento de Córdoba por no conseguir la Capitalidad Cultural 2016

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¿Dónde estabas el día que nos quitaron lo de la Capitalidad? Para una generación de cordobeses ese va a ser uno de los momentos de nuestra vida, de esos de los que nos acordaremos para siempre, como el día que tocó la lotería del Deza o el gol de Uli Dávila.

A la mayoría aquello le pillaba muy lejos, pero el caso es que la camiseta azul hizo que por una vez todos nos uniéramos por una causa común. Teníamos la impresión de que aquello iba a ser bueno para la ciudad, inmersa en una crisis feroz y con la autoestima por los suelos. La cultura parecía una gran excusa, un escenario ideal para que culturetas y cazasubvenciones de distinto pelaje hicieran su agosto a costa de algo aparentemente beneficioso para todos.

Pero nos lo quitaron, porque todo apuntaba a que nos lo iban a dar. De hecho, se incrustó en el lenguaje popular que lo de la Capitalidad nos lo tenían que dar porque nos hacía mucha falta, no porque lo mereciéramos, porque el proyecto fuera indudablemente mejor que los demás o, sencillamente, porque la candidatura tuviese todo lo necesario para ganar la votación. Un detalle de cómo un uso perverso del lenguaje se pone al servicio de cualquier causa.

De eso ha hecho diez años, y todavía nos estamos lamiendo las heridas de lo que pudo ser y no fue, de nuestro gran what if, que dirían los americanos. Ayer mismo, Juan Velasco escribió aquí un excelente artículo en el que recordaba todo lo que pasó en aquellos años previos, pero especialmente en aquellas horas previas a la elección, momentos de cuitas y favores en los que todo se coció a favor de San Sebastián. Y desde entonces, nada.

Es reconfortante mirar atrás y rememorar nuestros fracasos, porque nos generan calma y nos aportan certezas y argumentos para explicar lo que nos pasó y, en cierta forma, lo que nos sigue pasando. Nuestros malos resultados del pasado calman nuestras conciencias, sirven para buscar enemigos y encontrar culpables, para seguir hablando de ellos y encontrar cómplices que nos acompañen en una conversación lastimera y victimista. Es reconfortante, pero inútil.

No es raro que nos pregunten qué diferencias existen entre la psicología y el coaching. Desde el absoluto respecto a una profesión y un ámbito que a la mayoría de coaches nos pilla muy lejos, solemos dar dos respuestas que nos sirven para salir del embrollo:

  • La primera es que el coaching trata a personas sanas, sin problemas ni patologías mentales, en cuyo caso deben ser derivados a un profesional.
  • La segunda es que el coaching busca la mejora de resultados desde un estado actual a un estado deseado. Es decir, desde algo que pasa hoy que no te gusta que esté pasando a algo que te gustaría que pasara mañana. Nunca tomamos como punto de partida lo que pasó ayer. Sencillamente, no nos interesa.

¿Por qué? Porque mantener el foco en el pasado significa vivir en la post-ocupación, es decir, vivir anclado en algo que ya sucedió y que no va a cambiar. Sí puede que vuelva, porque la experiencia seguirá anclada eternamente en nuestro recuerdo y regresará a la mente de forma recurrente, pero sin posibilidad a que nada varíe.

A nivel emocional, quedarnos anclados en algo que no pasó y que nos hizo daño genera emociones poco operativas. Si nos quedamos enganchados con alguien a quien consideramos responsable o culpable de nuestro mal resultado (un Gaulhofer de la vida) generaremos rencor y resentimiento; y si lo hacemos hacia nosotros mismos nos quedaremos anclados en la culpa, algo que nos removerá las entrañas para siempre y que no nos permitirá enfocarnos en la solución.

Por eso en coaching todo comienza con una toma de conciencia de nuestro estado actual. ¿Qué está pasando hoy que no nos gusta que pase? No merece la pena hurgar en qué pasó ayer o qué ha pasado para que estemos donde estamos. Una caza de brujas de culpables sería de lo más estimulante, pero completamente inoperativa si lo que queremos es fijarnos objetivos, marcarnos metas y comenzar a recorrer el camino hacia la persona o la ciudad que queremos ser. ¿Qué nos gustaría que pasara que no está pasando hoy? ¿Qué queremos que pase? Y a partir de ahí, comenzar a trabajar, a dar pasos, a cambiar cosas y diseñar nuevas estrategias distintas a las desarrolladas hasta ahora, porque por muy buenas que parecieran no nos han llevado donde queríamos. Si no, no estaríamos ahora pensando en lo que pudo ser y no fue.

Si hoy seguimos llorando por lo que pasó en 2011 y lo que pudo suceder en 2016, será imposible pensar en que queremos que pase en 2022, porque el único día que nos queda por vivir es mañana.  

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