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Y sin embargo, es rentable

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José Carlos León

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Perdón, pero como diría Umbral, hoy voy a empezar hablando de mi libro (pongo el link para que los Millenials sepan de qué estamos hablando). La semana pasada arrancamos uno de nuestros proyectos internacionales, TIWA (The Ideal Working Atmosphere), en el que trataremos de detectar, entrenar e implementar los aspectos que  hacen que el entorno laboral sea los más agradable posible. Reconozco que cuando empecé a escribirlo el tema me pareció demasiado sencillo, algo incluso infantil, porque más o menos todos tenemos claro que trabajamos mejor con gente con la que nos llevamos bien y en un entorno lo más amistoso posible. Pero a partir de ahí empecé a investigar, a buscar documentación, y me llamó la atención la cantidad de literatura académica y científica, de artículos, de informes de grandes empresas y consultoras que han tratado un asunto tan aparentemente obvio, pero con unas repercusiones tan grandes. Porque deja que te diga algo: trabajar en un sitio en el que no estás a gusto no es rentable ni para ti ni para la empresa.

Ese es quizás el punto de partida. Durante la dura década de crisis económica, las empresas se olvidaron de las personas. Bastante ocupadas estaban cuadrando balances, haciendo números, pendientes de los ROI y los KPI, y también de sus despidos y abaratamiento en personal. Mientras trataban de esquivar las balas, a las empresas se les olvidó contar los muertos, pero también atender a los vivos que quedaban en unas situaciones lamentables. Porque como decían en Platoon, la primera víctima de la guerra es la inocencia.

Cuando descampó y al fin pudieron sacar las cabezas, muchas compañías se dieron cuenta de que estaban completamente deshumanizadas y de que habían despreciado a su capital humano, lo único que las hace grandes. Porque las empresas no son las grandes ideas ni los gurús del management, no son las instalaciones ni la imagen. Las empresas son las personas que las formamos, y sin personas, no hay nada.

Buscar o pedir resultados sin tener en cuenta a la gente es el primer paso para el desastre. Y no lo digo yo. Lo dice por ejemplo un informe de la Universidad de Warwick (Reino Unido), que señala que los empleados felices son hasta un 12% más rentables para las empresas. ¿Por qué? Porque trabajar en un entorno agradable, en el que nos sentimos cómodos, con gente con la que nos llevamos bien y en un sitio en el que se nos valora hace que seamos más productivos, y esto para las compañías sí que empieza a ser interesante. Aspectos como el salario emocional aumentan el compromiso de los trabajadores con sus empresas, fomenta la retención del talento y disminuye la rotación de personal, que a la larga sale cara, porque cuando alguien se va o lo despiden hay que indemnizarlo, buscar a otro que lo sustituya y enseñarle a hacer lo mismo, con la consecuente pérdida de tiempo y dinero. La identificación del trabajador con una empresa que lo cuida y en la que se siente feliz termina construyendo eso de lo que tanto se habla que es la cultura de una compañía, un término que muchos empresarios y managers piensan que se genera sola, por ciencia infusa o por osmosis, o que simplemente se adopta y asume en el momento que firmas el contrato y entras por la puerta. Así, tan fácil.

Pues no. ¿Porque cómo se crea ese ambiente óptimo de trabajo? Aquí hay que tirar de antropología, porque los homo sapiens nos relacionamos con el entorno en base a los espacios y a las personas que lo comparten con nosotros. Es decir, un TIWA se construye en base a un lugar y a las relaciones que se establecen entre las personas que habitan dentro, jefes, directivos, mandos intermedios y trabajadores, pero personas al fin y al cabo. Aquí todos tienen que poner de su parte, pero quizás el movimiento deba partir de arriba, de los que toman decisiones estratégicas y también deben ser el ejemplo y el motor de una empresa. Dicen que Napoleón sabía el nombre de todos sus soldados y se dirigía a ellos antes de cada batalla, generando un vínculo que hacía que sus hombres le siguieran literalmente hasta la muerte. Pero no siempre es así.

Todos hemos leído lo guay que es trabajar en Google, con esas habitaciones para pensar mientras echas una partida al futbolín, con comedor gratis, guardería para los niños… Eso está genial, pero no conozco a nadie que trabaje en Google. Sí conozco a gente que trabaja en pequeñas empresas o que ha montado la suya, y aquí surge un riesgo. Aunque puede haber aspectos extrapolables, no es lo mismo dirigir una macro corporación que una PYME con cinco trabajadores, y mucho empresario perrillero con ínfulas de Steve Jobs se ha leído dos libros de management y se ha colocado “CEO” en la tarjeta de visita para marcar el nivel, pero también distancia con su gente. He trabajado con empresas que hablaban de “dificultad para comunicarnos entre departamentos” trabajando en la mesa de al lado, y es que hay que tener en cuenta que, por mucho que nos pese, no es lo mismo trabajar en Sylicon Valley que en Las Quemadas.

En mi última etapa en un medio de comunicación la situación del personal era terrible, después de tres EREs y un proceso de deshumanización que convirtió a los supervivientes en personajes dignos de The Walking Dead, que diría Cantador. Allí estábamos los supervivientes, poco más de una quincena, malviviendo en el tiempo en que llegó una nueva gerente. Sus tacones resonaban en la planta noble y lucía en su despacho, sin caer en la cuenta de lo que estaba pasando abajo, donde los curritos sacaban el trabajo adelante soñando con llegar un día a ser mileuristas. Venía de una gran empresa y con una mentalidad en la que no entraban las relaciones con el personal llano, y por eso protagonizó algunas anécdotas memorables por su falta de empatía y quizás por darse cuenta de dónde se había metido. Desde presentarse a redactores de su medio a los que después de meses no conocía (ni falta que le hacía, debía pensar) a la mejor, al día en que se dignó a bajar a la redacción en busca del director. Cruzó toda la oficina (que ese día, casualmente, estaba bastante concurrida) y tras asomarse a la puerta del despacho sin encontrar al único que conocía allí abajo preguntó con todo su desahogo: “¿Pero no hay nadie?”. Anabel, con todo su descaro, le respondió “pues estamos todos, pero no sé a quién buscas”. Por cierto, ese director es el mismo que tras un ERE en el que despidieron a 12 compañeros llegó al día siguiente gritando: “Señores, se ha acabado el luto. Vamos a trabajar”. Todo un gurú de la inteligencia interpersonal, un crack de la gestión de equipos. Sí señor.

Es sólo un ejemplo de cómo una pésima gestión del personal y de las relaciones que se establecen en un centro de trabajo terminan afectando a los resultados. Todos conocemos sitios en los que nos gustaría trabajar, pero también sabemos otros (o incluso lo hemos sufrido) de los que huiríamos como de la peste. No sólo es cuestión de sentirte cómodo y a gusto, es una cuestión puramente de productividad y rentabilidad. Y sin embargo, hay muchos empresarios que todavía no quieren darse cuenta... Galileo abjuró diciendo aquello de “y sin embargo se mueve”, y yo diré que y sin embargo, es rentable. Be TIWA, my friend.

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