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El peso

Báscula, cinta métrica y alimentos saludables de jcomp en Freepik

Ana Fernández

12 de abril de 2024 20:22 h

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Ese fármaco para la diabetes tipo 2, fabricado en Dinamarca, del cual todo el mundo habla últimamente, por su capacidad para ayudar a adelgazar, ha obrado el milagro: la demostración de que culpar (en menor o mayor medida) a las personas obesas por su enfermedad era y es absolutamente injusto y exige una disculpa eterna.

Si vivimos rodeados de un permanente acceso a la comida rápida y alimentos procesados nada saludables; si los azúcares inundan casi cualquier bocado al tiempo que colonizan el paladar de lugares empobrecidos de África o Asia; si los comedores escolares no resultan, en general, ejemplares (suele faltar variedad de verduras frescas, proteínas de calidad, además de mejor fruta); si la medicina llevaba demasiado tiempo sin dar, científicamente hablando, en las muy complejas teclas del sobrepeso; si el componente psicológico de la obesidad resulta a duras penas abordable por el déficit de profesionales de salud mental en la pública, y si normalmente triunfa el sedentarismo por hábitos laborales y de movilidad insostenibles, lo lógico es que abunden los mimbres para ganar kilos desde edades tempranas.

Pero, ¿supone la nueva generación de fármacos contra la obesidad una verdadera revolución? En lo fundamental, sí, pues se trata de un apoyo para adelgazar, muy necesario y sin precedentes, para personas afectadas por esta enfermedad crónica. Sin embargo, por otra parte, la humanidad corre el riesgo de volver a afrontar desafíos de la salud solamente con pastillas o dispensadores de sustancias, cuando urge un tratamiento global y multidisciplinar del sobrepeso.

Imagino que habrá quien esté frotándose las manos ante la idea de hacer negocio con tratamientos prácticamente de por vida que mantengan a raya la diabetes y los kilos de más, vendidos a lo largo del presente siglo a millones de personas cuyos países o sus propios bolsillos lo puedan pagar. 

No obstante, existe una dimensión ética, de derechos humanos, sobre la obesidad que no se calma con inyecciones de ninguna molécula milagrosa. La llamada gordofobia es intolerable y es cada persona, soberana y plena de dignidad, quien tiene que marcarse su hoja de ruta de salud e imagen corporal. Escuchas a afectad@s y descubres que se puede ser modelo de tallas grandes y luchar secretamente por adelgazar; que la masculinidad entrada en carnes se abona a los nuevos medicamentos; que Oprah Winfrey, al final, ha tenido que recurrir al célebre remedio y que, junto con su férrea disciplina, le está sirviendo, o que futuras madres con obesidad tienen aún que escuchar riñas discriminatorias e hirientes sobre sus kilos.

Realmente, con la obesidad, lo que más adelgaza es la economía personal. Los nuevos fármacos para adelgazar solamente suelen estar financiados por la sanidad pública o las mutuas cuando se prescriben para su indicación: la diabetes tipo 2. De manera que quien tenga diabetes o diabetes y obesidad puede beneficiarse de un precio medianamente asequible; si solo existe sobrepeso, el coste resulta elevado.

Las diferencias de clase también afloran: en Nueva York, según contaba el NYT, el medicamento inyectable contra la diabetes y adelgazante se recetaba más a personas ricas -y cada vez más delgadas- del Upper East Side, que a pacientes con diabetes de los barrios populares de población afroamericana.

Frente a todo esto, la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO) defiende que “resulta imprescindible reconocer la obesidad en toda su magnitud: se trata de una enfermedad crónica, compleja y multifactorial, que interviene en el desarrollo de numerosos factores de riesgo para la salud y en la aparición de otras enfermedades crónicas, pero que es prevenible y tratable”.

Según el “Atlas de Obesidad Mundial 2023”, el panorama es preocupante: el coste económico del sobrepeso y la obesidad alcanzará los 4,32 billones de dólares anuales en 2035, ya que más de la mitad de la población mundial padecerá de exceso de peso.

No es que vayamos a terminar tan obesos como el pasaje del crucero estelar de Wall-E, pero, a lo mejor, sí bien pertrechados de la pastilla para no hacer deporte, para no engordar, para no sufrir, para tal y para cual. Antes de eso, cambiemos el rumbo ya.

Nota: Las menciones a marcas y productos no llevan aparejada ninguna contraprestación

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