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Sobre este blog

Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.

Luxus

Sucession y prendas de Loro Piana, YSL y Loewe

Ana Fernández

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Al lujo le han crecido los adjetivos y no sé si es bueno. La última pirueta de la exclusividad es el lujo silencioso, la discreción de gentes multimillonarias que llevan encima 80.000 euros sin hacer un ruido: visten sin logos, sin exuberancias sino con prendas minimalistas de calidad exquisita. Si se comportan sin arrogancia nadie caería en la cuenta de que acaba de cruzarse con una maravilla de estética dental, aquel reloj de Patek Philippe, un abrigo de Loro Piana y unos zapatos con cuya factura se calza a 50 escolares.

Esta opulencia silente de tonos beige, crudos, grises inundó las redes gracias a la adictiva serie Sucession, donde la fotogenia de las materias primas (cachemira, seda, vicuña, cristal de Baccarat y plata con alcurnia) que rodean a sus protagonistas es tan indiscutible como la seguridad en su físico que demuestra Shiv, una chica inteligente que se mueve despreocupadamente y no parece que tenga interés en rellenarse los labios ni alisar con bótox el entrecejo (cosas, por otra parte, muy respetables).

La palabra lujo proviene de luxus, que en latín vulgar significa el crecimiento exagerado o abundantísimo de la vegetación. El DRAE reúne sus distintas acepciones y se llega a la conclusión de que en todo lujo conviven la acumulación avariciosa y el elitismo de poseer o disfrutar algo único o muy escaso. ¿No son lujos sin precio los frutos de una huerta humilde, el rumor del agua y no pensar en nada mientras un sol inmenso como la yema de un huevo frito despide la tarde?

Pero algo pasa en el reino del lujo. ¿Por qué migran los ricos hacia nuevas versiones de lo exclusivo, además del clásico de ser mecenas y coleccionar arte?, ¿qué desastre ecológico, qué falsificación del concepto, qué imitación imposible subyacen en el llamado lujo asequible?, ¿cuál será la nueva frontera del privilegio?: ¿la edición genética?, ¿prolongar la juventud?, ¿vivir en lugares habitables de la explotada Tierra?

No quiero deslizarme hacia la distopía con un perturbador “Vivíamos en el lujo y no lo sabíamos” sino celebrar la vida con la fibra angélica de Ginés Liébana, que dijo en una entrevista con Cordópolis: “El exceso lo convierte todo en una porquería, menos el exceso de amor, que es sublime”.

Nota: Las menciones a marcas y productos no llevan aparejada ninguna contraprestación

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Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.

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