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Ginés Liébana: “El exceso lo convierte todo en una porquería, menos el exceso de amor, que es sublime”

Ginés Liébana, pintor y escritor

Juan Velasco

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Dice Ginés Liébana (Torredonjimeno, 1921) que una entrevista es buena cuanta más libertad para hablar tiene. Y con tono guasón, de abuelete centenario, Ginés se jacta de que este jueves, en la conversación que ha mantenido con Cordópolis, su hijo no ha estado pendiente de sus barbaridades. “Esta es de las buenas”, repite. Sobre la pared de su estudio, ubicado en su casa de Madrid, hay colgadas otras entrevistas. Son como presas de caza. Porque, quien entrevista a Ginés Liébana, muy pronto se descubre entrevistado, desprovisto de la sobriedad y rendido ante la explosiva vivacidad del artista.

Lo que más sorprende, cuando uno planta una grabadora o un micro ante Liébana, es la destreza con la que el pintor y escritor centenario esquiva los tópicos. La naturalidad y la cercanía con la que aplana la hondura y el ego del entrevistador. Como le ocurría con sus contemporáneos de Grupo Cántico, a Liébana resulta muy difícil tomarlo en serio, puesto que prefiere vivir la vida como si fuera una fiesta. Pero, ¿acaso hoy no sabemos mejor que nunca que la fiesta es algo muy serio?

Seria es, también, su pintura. Un arte por el que ha obtenido todos los premios y halagos posibles, a pesar de su reticencia a seguir ningún postulado estético. Un arte que, a menudo, ha ensombrecido la brillantez de su prosa y su poesía.

“Yo de vez en cuando leo un libro mío para reírme. Antes no los leía, porque como no creían en mí, pues tampoco me interesaban mis libros. Los escribía porque me divierte escribir”, explicará Ginés Liébana sentado en su estudio bajo una luz cenital que reflectará con fuerza sobre su rostro y su pelo ensortijado. Una luz que, aún hoy a sus cien años, permitirá ver en sus ojos al niño travieso que recorría las calles de Torredonjimeno.

PREGUNTA. Cuénteme cómo está viviendo estos días. Esto de cumplir cien años en medio de una pandemia

RESPUESTA. Pues como todo el mundo. Yo no paro de trabajar. Tengo mucho por hacer.

P. Está usted vacunado, me han dicho.

R. Sí.

P. ¿Y la vacuna le ha cambiado algo a usted?

R. No. Hasta el punto de que yo fui a ponerme la vacuna en el coche. Y me dijo el vacunador: “Si quiere, se la pongo en el coche”. Pero yo dije que no. Yo preferí salir a que me la pusieran.

(Interviene su hijo Mateo: “Te quiero hacer un inciso sobre la vacuna. Como llevaba tanto tiempo sin salir y viendo las noticias y toda esa cosa catastrofista, él me dijo: Yo no me esperaba que esto iba a estar tan bien. Eso cuando vio cómo le trató la gente).

Oh sí. Salió una muchacha con un estilazo (Risas). Y me llegó como si yo fuera alguien importante. 

Me siento libre porque cualquier cosa que venga la voy a aceptar

P. Hombre, usted es alguien importante.

R. Me esperó en la calle. Y me llevó adentro. Bueno, como si yo fuera alguien de leyenda.

P. Usted ha tenido una vida de leyenda, ¿no?

R. ... (Se ríe y levanta las manos) 

P. A pesar de la vacuna y de la pandemia, usted sigue haciendo lo mismo que hacía antes, ¿no?

R. Sí. Yo aquí, en mi estudio.

P. ¿Usted ha sido siempre muy trabajador?

R. Siempre. Mi profesión es activa. Un no parar. Hasta el punto de que, por ese motivo, me he incorporado y he hecho cosas que no me tocaban. Porque, al cumplir de cualquier manera con mis encargos, me he hecho imprescindible en algunos sitios. Y porque lo que yo hacía, no lo hacía nadie. Y yo, sin embargo, era capaz de hacerlo todo. Incluso, cuando iba al teatro, siendo muy joven, en Córdoba, en el entreacto de una ópera, yo corriendo llevaba el dibujo para que apareciera en el periódico al día siguiente. Yo he estado siempre en acción. Siempre.

Siempre he huido del tópico

P. ¿Cuándo empieza usted a dibujar?

R. De siempre. Además, cuando ya llega la hora de estudiar, yo ya había dibujado mucho.

P. Usted pintaba para escapar de la realidad del país en el que usted nace. Porque la España de sus primeros años fue dura.

R. Muy dura. Pero no. No es por eso. La guerra duró poco, afortunadamente. Y la gente se dio cuenta de que la única forma de superar la guerra era olvidarlo todo. Porque, ¿qué es eso de carlista, falangista, monárquico, hijo de cristo rey, comunista, republicano, no sé cuántos? Todo eso eran nombres. Y la gente no quería saber nada. Incluso las víctimas. Lo que querían es vivir. Yo creo que en España la gente es muy activa. El hecho de que no sea culta es porque no le ha llegado la cultura, pero la actividad que tienen es tremenda. 

P. ¿A usted qué le inspiraba cuando empezó a dibujar?

R. Pues a mí observar a la gente. Observar la vida. En ese pueblo fronterizo donde hubo un río hace siglos que está seco y que se llamaba El Salao. Allí había un ambiente muy especial. Y era muy divertido. Había mucha vida en las calles del pueblo. Y esa forma de hablar (Imita una onomatopeya). Qué lenguaje… Yo que sé. Era genial el pueblo. Yo me ponía en la fila del autobús para bajar y cuando ponía un pie en el pueblo ya había una niña para llevarme la maleta. Y luego esa familia mía tan pobre y con una fuerza... Una fuerza como no puedes imaginar. 

P. Y uno sale de todo eso y de repente se planta en París. ¿Qué cambio de esquemas no?

R. Los esquemas no cambian. Esa escala humana la tienen todas las ciudades. Unos son más cultos que otros, otros son más alegres. A mí no me extraña nada. Porque yo estoy siempre cambiando, como tú y como el otro. La vida, las personas, es algo que, sin que tú te lo esperes, aparece.

Sería muy aburrido ser siempre feliz

P. ¿Por qué se marcha a París? 

R. Yo me fui en los años 50 como exiliado alegre a Francia. Yo no tenía ningún resentimiento con nada. Y lo que te encontrabas en París era para echarte a temblar. Pero yo quería estar en París, porque París es muy interesante. No se puede negar la importancia de Francia en la cultura. Sería ridículo.

P. Ginés, ¿qué plasma mejor la realidad, un cuadro o un poema?

R. Eso no tiene definición. Lo puedes plasmar de mil maneras. ¿Te puedo enseñar una cosa?

P. Por supuesto.

(Se agacha y coge un manojo de dibujos, en su mayoría variaciones de ángeles, todos ellos hechos en distintas técnicas)

R. A veces intento que sean cosas sin importancia. Está todo insinuado, no existe el término ni la definición. Como puedes comprobar, no existe una técnica única. Todo depende. 

P. ¿A usted no le gusta mucho explicar su obra?

R. Claro que no. 

Juan Bernier es una figura máxima y universal de la literatura

P. Y además, por lo que veo, no le gusta ceñirse a una sola técnica. Siempre le ha gustado hacer de todo.

R. Sí, porque la gente no se da cuenta de que tenemos una cosa que se llama libertad. Y, por lo tanto, hago lo que me da la gana y lo que puedo hacer. Aparte de que yo dibujo el inconveniente. Siempre quiero que se pongan en contra de mí.

P. ¿Usted es libre cuando pinta?

R. Sí. Siempre. Pero es que yo siempre me siento libre porque cualquier cosa que venga la voy a aceptar. Porque me la manda la vida. ¿Qué quieres que haga? Eso no tiene arreglo.

P. ¿Qué siente cuándo dibuja o pinta?

R. Yo dibujo sin saber dibujar. Lo que hago es desdibujar. Es decir, de la misma manera que cambiamos, pues también tenemos la suerte de poder cambiar cosas dentro de uno mismo.

P. ¿Su imaginación es muy fértil?

R. Como la de todo el mundo, supongo. Todo el mundo tiene imaginación. Yo, lo que pasa, es que tengo cien años. Pero yo también he sido torpe. He sido muy torpe, el más torpe del mundo. Al no creer los demás en mí, tú tampoco crees en ti. Y yo hacía que no me importara. Pensaba: ¿Por qué tiene nadie que creer en mí? Qué aburrido tener éxito total. Lo interesante es tenerlo a tiempo parcial. Para poder valorar el trámite.

Pablo García Baena es un cronista fantástico, pero es un cronista suave que me estás matando

P. ¿Usted no ha tenido un éxito total?

R. No. Porque hay obras mías que son geniales que nadie ha leído. Pero yo estoy convencido de su genialidad. 

P. ¿Usted llegó a dudar de su talento?

R. A partir de un momento he empezado a ver que yo era tan sumamente raro… El periodista Jesús Cabrera fue el que lo descubrió. Jesús me dijo: “Esto no caduca”. Él lo vio. Jesús ha tenido siempre una visión vanguardista y se dio cuenta. Y yo, como es muy amable, me pareció muy bien que creyera en mí. 

P. Usted era el pintor de Cántico, a pesar de que escribía.

R. Yo no escribía.

P. Más bien no publicaba. ¿Qué supuso para usted formar parte de Cántico?

R. Yo estoy encantado con Cántico y con Córdoba. Mira, Juan Bernier es una figura máxima y universal de la literatura. Te recomiendo que leas su obra completa. Escribe de tal manera que lo que Juan Bernier no lo ha dicho nunca nadie. Así que por favor, búscate este libro. Yo estoy harto de pregonarlo. Pero él no me tomaba en serio. 

Ricardo Molina era el sentido del humor máximo. Y la sensualidad y el gusto por saborear la vida

P. ¿Quién, Bernier no le toma a usted en serio?

R. Sí porque yo he tenido siempre mucho sentido del humor y decía muchas tonterías. Bernier se reía de mí porque yo hablaba de las tíacas y de las pitiperras.

P. ¿Las pitiperras?

R. Sí. Yo empleaba mi lenguaje propio porque lo que quería era divertirme. 

P. Nunca le ha gustado a usted la sobriedad en el mundo del arte, por lo que veo.

R. No hombre. Me paso el día entero oyendo música clásica. De la más selecta, cuidado. Yo frívolo no soy. Y si hace falta ser frívolo, pues soy frívolo. Todo tiene su momento.

P. Hablando de personas poco frívolas, hablemos de Pablo García Baena.

R. Pablo García Baena es un cronista fantástico, pero es un cronista suave que me estás matando. No es un cronista serio. Porque si llega a ser cronista serio, hubiera dicho muchas cosas de las que nos hubiéramos reído en Córdoba. Él lo que sí era es conferenciante. Hacía unas conferencias de caerte. La conferencia que hizo en el colegio donde había estado en su infancia, no he visto una cosa más bella.

Frívolo no soy, pero si hace falta ser frívolo, pues soy frívolo

P. ¿Y Ricardo Molina?

R. Uy, Ricardo Molina… Voy a ver si encuentro un poema de Ricardo Molina (Se da la vuelta y se aproxima a una estantería llena de libros. Comienza a buscarlo sin éxito. Y se empieza a enfadar porque no da con el libro. “Pero mira que soy ridículo”, dice, mientras golpea la mesa con una fuerza sorprendente). Es que es fundamental para hablar de Cántico este poema y ahora no lo encuentro. Ese poema es una cosa que os explicaría muy bien a vosotros que sois profanos en Cántico. Es la cosa más divertida del mundo, porque Ricardo habla con Dios como si Dios fuera un cualquiera. No te puedes imaginar las cosas que le suelta, la falta de respeto que le tiene Ricardo Molina a Dios. Y Dios está sonriendo. Qué lástima que no lo encuentre. 

P. No se preocupe usted, Ginés. Eso le puede ocurrir a cualquiera.

R. Lo que pasa es que tengo una memoria terrible. No tiene arreglo. 

P. No se preocupe, hombre. Yo le preguntaba casi más por la esfera humana de Ricardo.

R. Ricardo Molina era el sentido del humor máximo. Y la sensualidad y el gusto por saborear la vida. Ricardo era una persona que te decía: “Vamos a tomar un café en el sitio más elegante de Córdoba”. Y te llevaba a una taberna pequeña con olor a pis y a café. Se estaba burlando siempre. Y luego llevaba una vida muy sencilla. Sin embargo, por la ventana, cuando nosotros estábamos en la calle, nos ponía la Suite en Re de Bach (Silba). No te puedes imaginar. Y nosotros, García Baena y yo, en la calle escuchándolo. A nosotros nos formó en la música Ricardo. Ricardo era el ser más completo. Fue también el que me llevó a escuchar cantar a a Pepe Lora.

P. ¿A usted le gustaba el flamenco también, no? He leído algún fandango de los que escribía cuando era joven.

R. Sí. Pero el flamenco de entonces. Había un flamenco en el Campo de La Verdad que se llamaba Pepe Lora, que aquello era… Lo que yo veía era la elegancia del cante flamenco. Porque la gente se movía muy poco. Era sobrio. Ahora ya no es así. Porque como han comido tanto hamburguesas, ya es “tacatá, tacatá, tacatá”. Entonces, cuando se cantaba una saeta en un concurso, la saeta duraba… Primero la cantaban por martinete, después por petenera. El flamenco es… La sobriedad existe. Lo que hace falta es expresarla.

Qué aburrido tener éxito total. Lo interesante es tenerlo a tiempo parcial

P. ¿Ustedes se sentían especiales dentro de aquella Córdoba de posguerra?

R. No. Córdoba tiene mucha categoría, cuidado. Lo que hacíamos era una cosa completamente nueva y, bueno, tampoco nos importaba lo que piensen de nosotros cuando estamos viviendo. Que piensen lo que quieran. Aparte de que Córdoba tiene algo que no tiene ninguna otra ciudad andaluza, que es la sierra y el río en la misma ciudad.

P. ¿Y artísticamente? 

R. Artísticamente de qué hay que hablar. ¿Pero te parece poco Romero de Torres? Hay que ver lo que era Romero de Torres. Mira, Córdoba ha sufrido la destrucción total. Lo que pasa es que a Córdoba no la destruye nadie porque lo que Córdoba tiene no lo puede destruir ningún arquitecto ni nadie. 

P. ¿Cuál es su ciudad favorita?

R. Hay muchas. Como los pintores. Aunque hay una en la que pienso ahora mucho. Me gustaría volver a Bahía. Esa ciudad es… Lo de Bahía es lo más artístico que he visto. Ahí se conjuga todo. Es como si fuera un corte frente al mar. Es muy difícil de explicar. Y hay una gente. Las mujeres tienen las caras perfiladas como esculturas. Son altas y hacen la comida con las manos (Se sublima, “Ohh”). Cuando yo fui por primera vez a Bahía, me sentí como si yo fuera de allí. 

P. Hay un libro suyo que cuenta sus viajes por Lisboa, París, Roma… Con apenas 20 años. Qué suerte haber podido viajar en aquel entonces. ¿Cómo lo hizo?

R. No era normal, no. Pero como yo soy tan trabajador…

Yo empleaba mi lenguaje propio porque lo que quería era divertirme

P. ¿Cómo lo logró?

R. Pues porque el Gobierno Español quiso borrar ante el mundo la huella de la Guerra Civil. Y a Franco se le ocurrió invitar gratis a toda Hispanoamérica a que viniera a España. Y se le ponía, hotel, comida, todo. Y yo entonces trabajaba en el Instituto de Cultura Hispánica haciendo planos para excursiones con todo detalle.

P. Debió usted conocer a gente muy interesante.

R. Hombre, entre los extranjeros que vinieron estaba la pianista brasileña que fue durante un tiempo mi amor ilegal. Y que luego me quiso matar. Pero esa es otra historia.

P. La política, sin embargo, nunca le ha interesado. 

R. No. Nada.

P. Una duda, ¿irá usted a votar el próximo 4 de mayo?

R. Sí. A votar sí. Claro que sí. Votar es otra cosa. Eso es distinto.

P. Se lo pregunto, porque tiene usted un carácter un tanto anarquista.

R. ¿Anarquista? Anárquico no soy. Todo esto que ves aquí tiene un orden.

P. Este caos de su estudio está cuidadosamente elaborado, ¿verdad?

R. Y sin embargo no hemos podido encontrar el dichoso libro.

El halago es muy estúpido

P. Usted una vez escribió: “Cualquier imbécil podría hacer arte moderno”,

R. Jajajaja. Bueno, son cosas que uno escribe...

P. Han pasado 70 años desde que usted escribió esa frase y sigue vigente.

R. (Se ríe) Sí, porque el arte moderno es coger una mancha, otra mancha, otra mancha y ya. Pues no se entiende.

P. ¿A usted le ha gustado el artisteo?

R. A mí lo que me ha divertido siempre ha sido reírme. Porque en París, igual que en Córdoba, hay un lado cursi. No hay nada que se pueda clasificar como una cosa absoluta.

P. ¿Se siente afortunado por la vida que ha tenido?

R. Sí. Muchísimo. Y lo que yo me he reído y lo bien que lo he pasado.

P. ¿Se imaginaba cumpliendo cien años?

R. No no. Yo que sé. Yo no me imagino nada. Yo sigo a lo que hay en cada momento. Pido perdón cincuenta veces por la memoria que tengo. Y a veces, tengo que acostarme de repente, cuando me canso.

P. Hay quien dice que el futuro empieza cada vez que uno se levanta por la mañana

R. Eso es un tópico. Un lugar común. Yo siempre he huido del tópico. 

Me fui en los años 50 como exiliado alegre a Francia. Yo no tenía ningún resentimiento con nada

P. ¿Y ha conseguido esquivar al tópico?

R. Sí, siempre. 

P. ¿Se arrepiente de algo?

R. Hombre, sí. A veces me he portado mal. Pero no me gusta tener rencor por nadie, aunque se haya portado mal. No me enfado yo fácilmente. La gente hace lo que tiene que hacer. Pues que lo haga. Yo no quiero tener rencor.

P. ¿A qué le teme usted más, a la crítica o al halago?

R. El halago es muy estúpido. Los críticos generalmente son unos pesados. El crítico es el peor. Los críticos son los que han estropeado Córdoba, pero a Córdoba no lo estropea nadie.

P. ¿Qué le queda a usted por delante?

R. Es tanto. (Se pone a buscar algo en su escritorio)

P. ¿Qué está buscando usted?

R. Yo que sé (Encuentra un papel garabateado). En uno de los viajes que te he contado, un viaje que hicimos a Roma con todos estos estudiantes, Fraga, que tenía una vitalidad enorme, nos llevó a un palacio, un palacio que se llamaba Procula Metela. Ya te puedes imaginar la carcajada. Pero él lo decía porque era verdad. Yo escribí un poema en seguida (Comienza a recitar el papel que ha cogido):

“Quién es esta arpía Matrona de perla Que en la hombría de Roma Se pasea dantesca Procula Metela / Quién de fantasía Y en pelos envuelta Visita el tugurio De la lentejuela Procula Metela / Quién es la bicorne Que depende y cuelgas Lleva los colgajos Como una jamelga Procula Metela / Quién en su servicio de caracolillo Pasada por penca Lomo somorrillo Quién a toda orquesta de broche de pluma Cerdea la noche de capa moruna Procula Metela / La vía Apia tiene una cuesta Donde unas locas tocan la orquesta”.

Esto fue porque yo le conté a la brasileña que había una costumbre de que la gente pagaba por una masturbación 1 peseta. Entonces, ella decía: “Pero cómo son estos españoles, que pagan por una cosa que se puede hacer con la propia mano”. 

P. ¿Usted ha sido mujeriego?

R. Esa palabra es muy cateta. Es una palabra tópica. Yo he tenido mucho respeto porque creo que lo más interesante es justamente evitar que haya exceso. Lo que te he dicho antes. El exceso lo convierte todo en una porquería, menos el exceso de amor, que es sublime.

No me gusta tener rencor por nadie, aunque se haya portado mal

P. Hábleme del amor, Ginés.

R. Los conejos se reproducen. Eso es muy ordinario, ¿verdad? En cambio, una persona tiene su momento... El momento es lo bueno. Por eso considero muy ordinario el exceso. Para la gente joven, el amor es “otra vez, otra vez y otra”. Sin embargo, si yo cuento el amor con la brasileña, que tardó tanto en aparecer.

P. ¿Cómo es eso?

R. Apareció en París. Yo no había estado nunca. Venía de un viaje político a Italia y quise viajar a París. Y cuando llegamos, en la estación nos estaba esperando la brasileña con un brasileño -un escultor o pintor, era- y su novia Nicole. Y nos fuimos a cenar. Y te ves en París, con aquella gente, al lado de la brasileña… Nosotros nos habíamos conocido mucho tiempo antes, pero no hace falta correr tanto. Hay que dejar que llegue el momento. Así que, después de comer, nos fuimos al hotel. Y allí teníamos una botella de cinzano. Y copita a copita (da una palmada) apareció el amor. Tanto en ella como en mí. Se había juntado todo y salió el amor más fuerte del mundo.

P. Se queja usted de la memoria, pero fíjese qué anécdota. No sé si la próxima vez que nos veamos va a tener usted 200 años

R. Deja de burlarte de mí.

P. ¿Es usted el último de su generación?

R. Sí.

P. ¿Y qué se siente?

R. Ni me lo preguntes. Tú lo sabes tan bien como yo.

P. ¿Usted podría vivir sin pintar?

R. Escribiría. Escribo mucho. Pero ya soy un autómata. De profesión activo. 

Yo dibujo sin saber dibujar. Lo que hago es desdibujar

P. Pintando se le ve feliz.

R. Sí, mucho.

P. Usted siempre ha parecido feliz. En las fotos siempre sale risueño.

R. Hombre, somos felices y otras cosas. Sería muy aburrido ser siempre feliz. Aburridísimo. Todo en la vida se pasa, la penuria, la felicidad, todo… Para qué me voy a preocupar. Están siendo ustedes conmigo excesivamente descarnados.

P. Yo me voy de aquí con la sensación de que a usted lo que le inspira es la propia vida.

R. Sí, claro. Pero no el tópico. Y ahora, si me perdonan, se pueden ir, que yo me voy a acostar.

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