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La valentía es otra cosa

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Antonio Agredano

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“Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Es el comienzo de Ana Karenina. El fútbol es una tristeza con bajialtos. Un puñado de clubes lo ganan todo y otros cuantos miles de clubes sobreviven a sus propias contradicciones. Una íntima competición contra la miseria. Estadios destartalados, gradas fracturadas, mesías de saldo, canteranos mal vendidos, profesionales del despeluche, lesiones crónicas y pañoladas. Como en todas las familias humildes, hay dolor y desengaños. Llantos en la cocina. Una nube gris en el pecho. Y esta incertidumbre de los hogares que tiran con poco. En un presente incómodo y eterno. Sin pasado, sin futuro. Combatiendo en el hoy con entusiasmo pueril y espadas de cartón.

El Córdoba C.F. está viviendo uno de los capítulos más bochornosos de su historia. Tras la dictablanda de Carlos González, de su avaricia y su dejadez, la figura de Jesús León se nos hizo enorme. Es legítimo. Tras días de lluvia siempre sonreímos cuando el sol asoma, aunque sea con timidez. Todos fuimos leoniers aquellos días de febrero. Llegaron fichajes, se cambió el césped, empezamos a sumar puntos. Nos creímos cada palabra del nuevo presidente. El libertador, el de la tierra, el que merecíamos tras años de circo y despelote. Respiramos aliviados, como cuando despertamos tras la pesadilla y constatamos, agarrando el edredón, que todo había sido un mal sueño.

Hasta Oliver nos parecía un tipo fiable, como cuando en el colegio nos queríamos juntar con los malotes repetidores porque así nos sentíamos más importantes y protegidos. Frente al Sporting de Gijón rugió El Arcángel como hacía tiempo que no rugía. Era un grito de desahogo. Encontramos consuelo en aquellos goles. En aquella temporada que ya moría. Habíamos escuchado los tiros, nos habíamos palpado el pecho, y no habíamos encontrado heridas. Los descendidos fueron otros. Estábamos vivos. Mirábamos el horizonte con confianza. Con ganas. Con orgullo. “El objetivo de la próxima temporada será ambicioso”, dijo León en junio. Decía la verdad. Pero no era ambición como club, sino ambición personal. Coger el dinero y salir huyendo tras un verano cargado de errores, vanidad e incapacidad. Tras un verano que fue una pesadilla, como cantaban Los Planetas. 

“Por ti las madrugadas y el estiércol, la mentira en la boca y la amenaza. Por ti agachar la cabeza, vender mi nombre y renunciar a los sueños. Por ti el desvelo y la espalda quebrada. Por ti colgar el teléfono, marcar de nuevo y decir, está bien, lo que usted diga”, escribió el poeta Pablo García Casado. Le hablaba al dinero. Ese combustible de la inmoralidad. León está retorciendo el sentimiento cordobesista. Lo apela y desdeña en cada rueda de prensa. Detrás de su guiñol sólo hay especulación y supervivencia. Detrás de sus palabras malsonantes, de su vehemencia, de su soberbia, tiembla un empresario al que el negocio le está saliendo rana. Dinero. Todas las preguntas pueden ser contestadas con la misma palabra: DI-NE-RO. “Dinero, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Di-ne-ro: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Di. Ne. Ro”, remedando a Nabokov.

El cordobesista es orgullosamente ingenuo. Nos va esperar lo inesperado. El Córdoba es nuestro club y seguirá siendo nuestro club aunque de él sólo quede una montaña de chatarra abandonada en un solar. A ese montón de hierros también lo llamaremos hogar. Jesús León, como tantos otros que llegaron antes que él, se está aprovechando de esta militancia ciega. El fútbol es un buen caladero para pescadores del aplauso y el pelotazo. El episodio ucraniano sirve para abrirnos, aún más, los ojos. A Jesús León el Córdoba le importa tanto como a mí el Racing de Santander. Vino a morder la carroña del animal muerto y saciar su hambre. Más hiena que león, más oscuro que brillante, su gerencia es un teatrillo de sombra, deserciones, acuerdos desconcertantes, golpes de pecho y excusas. Un trile interminable. 

Lo que digan los ucranianos me da exactamente igual. Tiendo a ser desconfiado. Y no acepto piropos del que no aceptaría críticas. Pero de lo que dice mi presidente cojo hasta apuntes, y tras la rueda de prensa de León me comían las dudas: ¿Qué hace el presidente de un club de fútbol profesional viajando a otro país para vender a sus futbolistas? ¿Por qué dice que el club no está en venta cuando acaba de firmar un contrato de preventa? ¿Por qué dice que salvarnos fue una cagada? Queriendo vender e irse, ¿qué garantías tenemos de que va a invertir en enero para conseguir una salvación que parece complicada?

Jesús León es un tipo que te dice que es vegano con la boca llena de pringue de chorizo. Ya no podemos creer nada. La verdad es un músculo que hay que ejercitar a diario. Pasan estas cosas, que ya todo está lleno de agujeros y grietas. La casa se nos viene abajo. Debería saber León que una cosa es la valentía y otra la chulería. Ser valiente es ser sincero, apechugar, dar la cara, no medrar, no insultar, tener la templanza suficiente para guiar el timón con pulso firme. Ser valiente es aprender a escuchar, no pagar peajes, cumplir la palabra. Ser valiente es jugar a la ruleta rusa con balas de verdad, y no con fogueo. Ser valiente es ser de un club condenado a las cloacas de nuestro fútbol. Sentir los colores. Gastarse setenta euros en una camiseta blanquiverde para tu hijo. Ser valiente es pagar los abonos cada año. Coger un autobús hasta el Arenal. Mancharte de barro cuando llueve. Blindarse el corazón si perdemos. Vivir cada temporada con la esperanza rota, tirar los sueños al contenedor a la altura del Eroski. Recorrer los vomitorios sabiéndose intrascendente tras una goleada en contra. Eso es la valentía y no venir a dar lecciones de cordobesismo.

La valentía es bondad y arrojo. Pero la chulería es otra cosa. La chulería es mediocridad y huida. En el desafío hay más cobardía que entereza. En los gritos hay más miedo que firmeza. Que cada uno lleve sobre su conciencia la gestión de estos meses. Como aficionado siento tristeza. Una tristeza plomiza e invernal. Mi club se deshace como cartón mojado y yo no puedo hacer nada para parar esta triste lluvia.

El Córdoba es una radio desintonizada. Ese ruido continuo. El Arcángel es el paraíso de los arribistas, de los pelapájaros, de los mercachifles. Cuántos años ya viendo desfilar por sus oficinas a personajes siniestros y descamisados. Todos con la boca llena de cordobesismo, todos vendiendo burras flacas, todos mercadeando con el blanco y el verde, con nuestros símbolos. León es sólo el último concursante de esta Operación Triunfo del tiesismo.tiesismo En un aeropuerto de Ucrania dejó olvidada la credibilidad que le quedaba. Hay que decirle a Jesús León que él no se ha jugado su patrimonio, lo ha invertido, que es cosa distinta. Vendría a ser como si yo saco pecho por haberme gastado 80 euros en décimos de Navidad y luego no me toca. Dios me libre de los salvapatrias, de los gurús, de los que se creen imprescindibles. No es ser desagradecido, es aprender a valorar lo que somos. Guardo mi gratitud para el que da sin pedir nada a cambio. A los que visten con brilli-brilli lo que es pura mercadería, sólo les ofrezco mi cautelosa confianza, como hice con León hasta que la turbia realidad sepultó su discurso.

Nosotros, los cordobesistas, seguiremos poblando las gradas. Pitando a los que mandan. De abajo a arriba. Ellos tienen la pasta, pero nosotros tenemos la verdad de unos colores manchados por sus manos. Por dignidad, León debería vender y marcharse por la misma puerta por la que salió González. Asumir sus errores, su inoperancia este verano y su incapacidad para revertir la situación de un Córdoba que agoniza institucional y deportivamente. No hay legados que valgan, sólo una gestión sombría y una planificación deportiva que puede costarnos un descenso. A estas alturas de la película, ya sólo confío en la nobleza de nuestros futbolistas, en el desempeño de Curro Torres, en las volteretas de Koki, en la fe de Pepillo, en los didácticos guantes de Sebas, en los tifos de Incondicionales, en las gargantas de Brigadas, en todas esas familias con bufandas camino del estadio. Esas cosas que son el fútbol y no las chapuzas de un presidente que no ha estado a la altura de un club en duda permanente, de un club orgulloso y herido.

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