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A la sombra de una higuera

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Antonio Agredano

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Pasa con la razón lo mismo que con aquella gorra verde de la Caja Rural, que todo el mundo la ha tenido alguna vez en la vida. Presumir por ello es de horteras. Aprendí más en la cagada que en la ovación. Agradezco a los que me corrigen y sonrío con timidez a los que me piropean. Sacarte del error, con respeto y tacto, es un acto de generosidad y pasarte la mano por la espalda puede ser el primer plano de una película de terror. He visto puñaladas suceder a alabanzas en lo que dura un pestañeo. Desconfío de quien me quiere incondicionalmente sin mediar matrimonio o lazo de sangre. Lo siento. Nací en una zarza.

Si te dicen “estás muy guapo” están diciéndote que antes te vieron feo. Tiene que ir uno por la vida palpando la culata de la pistola como en el Oeste. Si ahora te ven delgado cómo te debieron ver antes. Las balas encajan en el tambor. Detecto últimamente un género periodístico-literario muy propio de estos días inválidos que nos acontecen. El mamazo siempre ha sido un arte cortesano, fino, escrupuloso, casi terapéutico, pero ahora se está retorciendo el estilo y asisto, entre arcadas, al zampapollismo zampapollismomás exaltado, dócil y agradecido que puedo resistir. Hemos descubierto que la única forma de competir con el silencio es el cumplido. Que la crítica es criticada pero que el besito mejillero tiene cierta aceptación, que se es condescendiente con quien alaba e implacable con el que cuestiona. Y la vida es supervivencia y sofá. Las trincheras evitan el debate y sin debate no crecen las ideas. Un país donde se editan más panfletos que libros no puede salirnos bien.

Nada escapa a la disciplina del halago, al chiflido continuo, al piropazo de andamio. De la política -ese clásico humillado, esa escalerita de servicio-, a la cultura -aplausos a los míos, ironía, chistes herméticos y desprecio intelectual a los demás-, pasando por el fútbol. Es en este deporte donde la crítica higiénica, el qué sé yo, está siendo sustituido por una especie de relato meloso y olímpico. Exaltación de la humildad. Apelar a los colores. Golpes en el pecho como si de las jornadas de exaltación del tambor y el bombo de Baena se tratara. Se confunde la información con el lametazo y hemos llegado un punto en el que se exige a opinadores y profesionales de la información que remen a favor de los equipos. Que se cuelguen la bufanda, que muchos llevamos en el bolsillo, y nos dediquemos a reírles las gracias al gerifalte de turno. Como en el Larios Cola, todo debe ir en su justa medida. Ni revanchas, ni lamealmejismo. Para opinar, saber. Para saber, preguntar. Para preguntar, no creernos cualquier cosa. Para no creernos cualquier cosa, mantener las distancias. Para mantener las distancias, saber dónde estamos. Para saber dónde estamos, ética y humildad.

El periodismo independiente, por lo visto, es aquel que nos da la razón. El que nos mece en su cuna editorial. El que nos da las buenas noches con un beso en la frente y nos dice lo buenos que hemos sido hoy. Está bien así. Ya no queremos informarnos sino reforzar nuestras opiniones, por muy traslúcidas que sean. El dogmatismo es encontrar placer en acariciar una roca. Sólo los niños traviesos levantan las piedras para buscar gusanos. La bufanda al cuello pero no tan apretada. Disciplina de partidos. Alguien levanta la mano y ya sabemos qué votar, qué decir, qué defender, contra quien cargar. Nuevos viejos tiempos.

El problema, si lo hay, es que la razón es poliédrica y extraña. Está llena de espinas aunque en su corola luzca hermosa. No hay argumentos absolutos ni caminos fáciles. Todo es bosque oscuro y lobos riendo por lo bajo escondidos tras el follaje. Por eso ya no pierdo el tiempo en convencer a nadie. Sólo opino y me siento a esperar bajo la caliente sombra de una higuera. Sus raíces nudosas y ensangrentadas. Encontrando la paz que dan esas palabras lanzadas al aire sin buscar nada a cambio. En la misma balanza el afecto y el repudio. El juicio de Osiris, donde se pesan moral y verdad. Asumiendo los errores, que serán muchos, los aciertos, que tampoco lucen tanto. Y el jornal. “Pasar de los fantasmas de la fe a los espectros de la razón no es más que ser cambiado de celda”, escribió Pessoa. Como lucir orgulloso una gorra de la Caja Rural. Buscar en el aplauso nuestra verdad. Renunciar a la herida. No poder presumir de cicatriz tras el verano.

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