Píncheme otra vez, por favor, le dijo el plato al motor
Colocas la aguja y la pinchas. Sobre los surcos, te aseguras cuatro o cinco cortes de un placer inducido, artificial. Durará entre tres y cinco minutos cada uno de los breves momentos de éxtasis. Pasas de la cara A a la cara B. Y vuelves a picar con la aguja.
Este es, entre otros muchos, uno de los argumentos que esgrimen los coleccionistas de vinilos para justificar su adicción. Su pasión por la música los ha llevado a engancharse a un trozo de cartón amarillento y estampado, contenedor de una galleta de plástico negra. Son una legión en la sombra dispuesta a darlo todo por el formato. Están entre nosotros, aunque no lo sepamos. Pueden ser el tendero que te vende el pan, tu compañero de trabajo de la mesa de la izquierda o el bloguero que te suelta el rollo.
Defienden el sonido analógico, el aspecto táctil, el formato grande, ande o no ande, etecé, etecé. Orgullosos de impregnarse los dedos de una capa negra de polvo y ácaros, en la búsqueda de la ganga, al igual que el rociero de llenarse de mierda sus botos de Valverde del Camino en su travesía a la Ermita de la Blanca Paloma.
Parece un hobbie, pero no lo es. No se lo toman a broma. Es más bien un vicio. Nunca tienen suficientes vinilos en sus estanterías. No hay mas que dejarse caer por una de esas ferias anuales sobre el tema y escuchar alguna conversación.
“Yo he traído 100 euros, ¿tú cuánto?- Yo 50, pero si me hace falta más tengo la tarjeta y justo ahí tengo un cajero”
“Cuando me muera, quiero que me incineren, y con las cenizas hacer un vinilo con mis diez canciones favoritas - Pardillo, eso ya hay una empresa que lo hace, tres uves dobles an vinilil punto nosequé ”. Quizás quiso decir www.andvinyly.com.
Una vez conocí a uno de ellos. David DJ. Gran artista. Tuvo que coger un día las maletas Ortofón, y marchar con la música a otra parte. Actualmente reside y es residente en Graná. Cuenta la leyenda que si pone todos sus discos en fila india podría ir y volver a la Luna 2,3 veces. A ritmo funk. Recreando el vaivén de un Chrisler por las calles de San Francisco a 45 revoluciones por minuto.
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