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La dura vida del minero

David Val

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Desde que en 1545, los españoles empezaran a explotar las minas de Potosí, el Cerro Rico no ha dejado de dar mineral, aunque las condiciones de los mineros son tan duras como hace cinco siglos

moreAlgunas llamas deambulan solitarias por el cerro Sumaj Orcko. Su dueño, el indio Diego Huallpa las busca desesperado. De pronto, las divisa en lo alto del cerro y va en su busca. Es el año 1545. Huallpa no podía imaginar que esta insignificante anécdota iba a afectar a la riqueza del mundo y, concretamente, a la de la colonización española de América. Ese día, hacía mucho frío. El cerro, situado a más de 4.500 metros de altura, invitaba a ello. Diego decidió encender una hoguera para recuperar fuerzas en su duro camino en busca de las llamas perdidas. Fue entonces cuando ocurrió el milagro. El fuego fundió el mineral que descansaba en el cerro y decenas de hilos de plata pura corrieron a lo largo de su ladera. Diego Huallpa acababa de explotar por primera vez el famoso Cerro Rico de Potosí.

El conquistador Pizarro, al tener noticia de la riqueza de la montaña, envió allí a Diego Villarroel para explotar sus entrañas a favor de la Corona española. De esta manera, se tomó posesión del cerro en nombre de su majestad el rey Carlos I de España y V de Alemania y se fundó la ciudad de Potosí. La ciudad fue creciendo de forma acelerada y desordenada: en 18 meses se construyeron más de 2.500 casas para 14.000 personas. Muy pronto, el rey le concedió el título de “Villa Imperial de Carlos V”, y a Villarroel, el de fundador de la ciudad. En 1611, el presidente de la Real Audiencia de Charcas levantó un censo de la villa con 150.000 habitantes entre españoles, indígenas, negros esclavos y extranjeros. En 1650 ya eran 160.000 las personas que habitaban la urbe, una población superior a la de París o Londres de la época, por lo que Potosí se convirtió en apenas unas décadas en la ciudad más rica y también en la más poblada de América y casi del mundo. Madrid, a finales del siglo XVI, albergaba a 10.000 vecinos, mientras que Sevilla no superaba los 45.000.

Las numerosas órdenes religiosas que ya deambulaban por Sudamérica se asentaron en la ciudad y, con el apoyo de los ricos mineros, levantaron 32 templos y varios conventos, cuya fastuosa y variada arquitectura todavía hoy se conserva, al igual que las casas solariegas y otras edificaciones administrativas como la famosa Casa de la Moneda. Testigo de las riquezas de la ciudad es el emblema de su escudo, en cuya parte inferior figura la siguiente leyenda: “Soy el rico Potosí, del mundo soy el tesoro; soy el rey de los montes, envidia soy de reyes”.

El virrey Francisco de Toledo, que llegó a Potosí en 1572, consolidó en las minas la mita, un sistema de trabajo organizado por grupos indígenas para labores colectivas obligatorias. Fue institucionalizado por los incas, pero también se aprovechó de él el virrey Toledo, con el fin de dotar de mano de obra barata y constante de las minas de Potosí. Según este sistema, todos los varones de 18 a 50 años debían asistir al trabajo minero de forma periódica a cambio de un pequeño salario. Miles de indígenas murieron a causa de los derrumbes y del gas. Tanto trabajo había, que los españoles trajeron esclavos africanos para ayudar con el arduo trabajo. Y así fue como durante más de 200 años, el Cerro Rico proporcionó plata de manera incansable y continuada al Imperio Español.

Pero el 10 de noviembre de 1810 estalló un grito libertario en contra de la ocupación española. Potosí se levantó contra los invasores y consiguió expulsar a los colonizadores de sus tierras. La guerra de la independencia, que se prolongó hasta 1825, dejó muy diezmada a la población, perdiéndose gran parte de las riquezas acumuladas y reduciéndose su población hasta los 9.000 habitantes. También es cierto que esa época coincidió ya con la decadencia de la plata en el cerro, tanto que, desde 1866, el principal mineral extraído fue el estaño.

La mina hoy

Han pasado casi 190 años desde que los indígenas consiguieran expulsar a los invasores españoles de sus tierras. Sin embargo, en todo este tiempo, el Cerro Rico no ha dejado de ofrecer mineral. La revolución boliviana de 1952 produjo, entre otras transformaciones, la nacionalización de las minas, aunque desde 1985, el cerro se explota mediante el trabajo de 49 cooperativas reunidas bajo la FENCOMIN (Federación Nacional de Cooperativas Mineras). De sus entrañas, todavía se extrae gran cantidad de zinc, plata, estaño y plomo.

El trabajo sigue siendo extremadamente duro dentro de la mina. No hay máquina alguna que facilite la labor y los mineros reducen su vida a cuatro condicionantes: hoja de coca, alcohol potable de 96 grados, tabaco y dinamita. Es todo lo que necesitan para adentrarse en las tripas del Cerro Rico. Además, es fácil ver a chavales de 13 o 14 años trabajando en condiciones realmente duras y penosas, arrastrando con sus propias manos las pesadas vagonetas atestadas de mineral. A veces, la carga que empujan dobla su propio peso. La única seguridad que existe es la del casco. Por ley, los niños no pueden entrar tan pronto en la mina, pero aquí no hay ley que valga.

Mi visita al Cerro Rico fue de la mano del minero Choco Loco, de la Cooperativa Korimayo. Antes de entrar, nos encontramos con Juan, el presidente de la cooperativa, que abrió esa galería hace 30 años junto a otros 300 mineros. Solo quedan tres vivos, a los demás, se los llevó el cerro hace unos años cuando, tras un derrumbe, solo Juan (apodado el Loco), Sancho y Mike Tyson lograron salir de la mina después de pasar cuatro días encerrados. Dentro de la mina, nos explicaba el Choco Loco, no hay mapas. No hay nada. Solo túneles y, muchos de ellos, se han de recorrer a gatas. La única forma de guiarse es a través de la poca luz que emana del casco y del ruido de las explosiones. De esa forma, sabes a qué distancia está otra cooperativa abriendo vetas de mineral. Cada grupo que se adentra en la mina está compuesto por 20 o 25 personas. De ellas, uno es el jefe y se encarga de organizar un poco la jornada dentro de la galería. Normalmente, los grupos pasan 5 o 6 horas dentro de la mina, aunque a veces ese tiempo se multiplica.

Dentro de las minas, los mineros han levantado altares a la Pachamama, la diosa de la tierra y, especialmente, al Tío o Supay, espíritu subterráneo responsable de resguardar a los mineros o de tragárselos si así lo cree conveniente. Los trabajadores de la mina ofrecen coca, alcohol y cigarrillos al Tío (cuyo origen está en el demonio cristiano) para que siempre esté congraciado con los mineros y no se lleve a ninguno. En la mina, solo hay alcohol potable, coca y tabaco para poder trabajar muchas horas. No necesitan comida. No necesitan más. La temperatura ambiental entre el exterior y los niveles más bajos de la extracción, puede fluctuar unos 45 grados, por eso es normal ver a los mineros consumiendo coca en cantidades ingentes y con muy poca ropa para poder así soportar el intenso calor del interior. Si hay una explosión y los mineros se quedan encerrados, solo hay una solución: hacerse un buen bolo de coca, hacer bromas, reír y esperar que alguien les pueda sacar. En la mayoría de los casos, eso no ocurre nunca. Porque la única norma que existe en la mina es la de tratar de no morir dentro. Por desgracia, cada año son muchos los mineros que no pueden cumplir esta regla de oro dentro del queso gruyere en el que se ha convertido el otrora valiosísimo Cerro Rico de Potosí.

Tras más de tres horas de tour dentro de la mina, un minero se me acercó y me preguntó si me gustaba la mina. “Claro”, le respondí. “Pues te la regalo”, me contestó con resignación.

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