El largo plazo
“Cada cosa a su tiempo”Refrán español
Hay dos formas de pasar el río: construyendo un puente o recorriendo su ribera hasta encontrar un lugar donde el cauce se estreche, o la profundidad nos permita cruzar a nado. No hay una opción perfecta, depende de las circunstancias. Por ejemplo, el río de las injusticias es preferible cruzarlo con valentía, tomando una barca o improvisando una pasarela, aunque no sea segura, aunque las prisas nos expongan a un riesgo. Hay que ser valientes, por eso me gusta el decreto de vivienda de la Junta de Andalucía porque, aunque quede en un simple espolón de conciencias, para mí será un buen punto de partida. Los mandatarios nos han acostumbrado a unos niveles tan bajos de cumplimiento y creatividad de sus promesas que cuando alguien legisla pensando en la utopía o desde el sentido común, pese a que el recorrido de sus medidas tenga escasas perspectivas, la sensación de aire fresco es absolutamente regeneradora.
Sin embargo, confío mucho más en el largo plazo. Las cosas bien hechas son, en muchos casos, las realizadas con calma, cimentadas en una profunda reflexión, alejadas de las modas, escapando de las prisas. Pienso en un buen vino, mejorado año a año, o en un pintor que mantiene una obra honesta, alejada de encargos oportunistas. La tentación de cruzar el río apresuradamente puede ser un giro inteligente o una traición a sí mismo. En determinados casos es mejor ir bordeando la ribera hasta encontrar el lugar preciso, no hay que porqué llegar el primero.
Pienso esto porque esta semana he acudido a las obras del Mercado Victoria. Abrirá el próximo 1 de mayo y, pese a que les deseo el mayor éxito posible, no escondo una seria distancia entre el proyecto y mis preferencias. Y esas preferencias tienen que ver, de nuevo, con los ritmos, los plazos y las palabras. Empecemos por el final: las palabras. La palabra Mercado impregna al espacio una serie de connotaciones que no tienen otras palabras como Supermercado, Centro Comercial, Parque Temático, etc. Igualmente, las palabras gourmet, gastrobar o delicatessen juegan a impresionarnos y salpican el concepto de una serie de características poco fiables a priori, más relacionadas - en mi imaginario - con las burbujas y las vacas gordas, infladas. La palabra mercado, en el caso del Mercado Victoria puede ser una intención (yo lo dudo) pero no un hecho consumado. Lo habitual es que un mercado no brote de un día para otro, sino que se vaya modelando en el tiempo. Ojalá, no obstante, acabe siendo un lugar honesto y no una amalgama de bares y semi-pubs. También espero que quienes van a ofrecer allí sus productos no se desanimen y acaben dando rancho, véase flamenquín pobre y mayonesa en cantidad. Los ritmos y los plazos, el tiempo en definitiva, decidirán su identidad.
Por el momento, me conformo con acudir al Mercado Sánchez Peña para, con sus ventajas y defectos, seguir viviendo la evolución pausada de las cosas, con paso firme, entendiendo que uno va ya al mercado no sólo a comprar sino también a degustar y que no hace falta escribir gourmet para aparentar calidad. La calidad es calidad, sin apellidos ni extranjerismos u ocurrencias verbales en busca de público impresionable. Entiendo que el gobierno municipal -tan crítico con las maquetas- se vuelque con el Mercado Victoria puesto que es, hasta el momento, la única realidad palpable conseguida. Lo que no entiendo es que se frenen las otras aspiraciones, también legítimas, de quienes quieren seguir impulsando el mercado de la Corredera. Fomenten lo artificial pero no capen lo natural, por favor.
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