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Los coches no serán para los pobres

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Alfonso Alba

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Llevo unos años leyendo a Antonio Turiel. Me asomo de vez en cuando cada vez que Miguel Antúnez (@malababbdon en Twitter) comparte alguno de sus artículos. Siempre pensé que era un exagerado, que eso del peak oil, que el principio del fin del petróleo, estaba más lejos que otra cosa. Y que bueno, nada sería para tanto. Pero me sorprende leerlo seis años después y ver que el tiempo, aunque no tan rápido como preveía, le ha dado la razón. Esta entrevista que ha publicado esta semana El Confidencial es demoledora.

Muriel contradice de una manera clara y con unos argumentos incontestables lo que la tesis oficial impone que está pasando en Francia. Y que acabará pasando en España. Miles de franceses con chalecos amarillos no se han echado a las calles porque quieran contaminar más. No. Lo han hecho porque el Gobierno francés le ha subido el precio al diésel sin ofrecerle una alternativa y con el argumento de que es un combustible a extinguir por su alta contaminación y efectos sobre el calentamiento global. Contaminar ha contaminado siempre, pero es que ahora se está acabando.

La transición energética no va a ser pacífica. Lo reconocía este mismo viernes la ministra del ramo del Gobierno de España, Teresa Ribera. Pero todavía no sabemos cómo.

Para empezar, si hay una certeza de cara al futuro es que los coches no serán para los pobres. El precio del combustible subirá. Aumentarán los impuestos y poco a poco los coches viejos serán insostenibles. Pero los coches no contaminantes, los eléctricos, estarán al alcance de pocos bolsillos. El que no quiera contaminar pero tiene un coche diesel que se compró en el año 2003 tendrá que tirar de bolsillo y gastarse más de 40.000 euros mínimo en un eléctrico, o directamente renunciar a algo tan asentado en la cultura occidental como es tener un coche aparcado en la puerta de casa.

El problema no está tanto en las ciudades como en los pueblos. La movilidad urbana puede ser sostenible sin usar el vehículo. En Córdoba es absurdo, por ejemplo, moverse diariamente en coche a no ser que vayamos a la sierra o los polígonos industriales. Del centro a cualquier barrio no hay más de diez minutos en bicicleta o 30 andando. Y el transporte público de Aucorsa, aunque mejorable, funciona relativamente bien... fuera del casco histórico. Pero en un pueblo la vida gira en torno al coche.

El agricultor necesita un vehículo para ir a su trabajo. La tierra tiene que ser cultivada con fuerza motor. Y los suministros no llegan por otro sitio que no sea la carretera. Incluso la movilidad se tiene que realizar en coche. Para ir al médico, al cine, a hacer trámites administrativos o simplemente para visitar a un amigo. No hay otra alternativa. No hay otra movilidad. Y sabemos que además en las zonas rurales no abunda el dinero para convertir toda esa masa mecánica que mueven los motores de combustible con vehículos eléctricos. No. Simplemente no se puede.

Las protestas en Francia vienen precisamente del campo. Francia es un país mucho más rural que España (solo hay que poner una etapa del Tour). Y los franceses han sabido proteger a sus agricultores. Nos tiraban la fruta precisamente para conservar su medio de vida rural. Ahora, son esos franceses que nos volcaban los camiones los que literalmente están incendiando las ciudades. Atacan sus centros, el Arco del Triunfo y las tiendas de lujo, que le son tan ajenos como antaño lo fueron las ciudades para sus abuelos que siempre vivieron en el campo. En esta peonza que es la historia parece que volvemos a la eterna lucha campo-ciudad.

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