En otoño llega el apocalipsis. No saldrá agua del grifo, encender la luz costará diez euros el minuto, no habrá combustible para los coches y el mundo como siempre lo habíamos conocido será poco menos que el día después a la caída del meteorito que extinguió a los dinosaurios.
Hace unos meses, en una larga entrevista en Cordópolis, Daniel Benabé nos decía que el “colapsismo era reaccionario”. Y no puede tener más razón. En las últimas semanas se suceden los titulares hiperbólicos en los que todo está mal y es normal que haya una multitud de personas que directamente han dejado de leer noticias. Muchas, totalmente descontextualizadas, son capaces de generar un trastorno que ya tiene hasta nombre: ecoansiedad. O infoxicación.
Desde hace décadas, los periodistas nos preguntamos que porqué nos creen tan poco. En las encuestas del CIS se suele preguntar al ciudadano qué o quién le ofrece menos credibilidad. El primer lugar lo ocupan los políticos. El segundo, los periodistas. Por algo será.
Estoy bastante seguro de que en otoño no va a llegar el apocalipsis. Sufriremos (ya sufrimos) una crisis económica. La inflación es insoportable, la factura de la luz alcanza niveles nunca vistos y repostar en una gasolinera es un dolor. La sequía va a encarecer aún más el precio de los alimentos, pero dudo mucho que nos falte comida. Tampoco que vayamos a dejar de encender las luces e incluso nos podemos permitir el lujo de calentar las casas.
Obviamente, las crisis castigan siempre a los que menos tienen, que son los primeros a los que les faltará de todo. Aumentará la pobreza, volverán los desahucios y las colas del hambre. Pero el Estado aguantará y por eso es tan importante que exista un sistema social bien fuerte y bien defendido por todos, para que los que menos tienen no se queden atrás.
Aunque insisto, el apocalipsis, tal y como lo están dibujando, no va a llegar. Y ya es mala suerte para los profetas de la desgracia, para aquellos que solo comparten noticias catastrofistas desde su cómodo y seguro puesto de trabajo, para los que en el fondo, me temo, están deseando un colapso solo por tener razón. No va a pasar.
Y cuando no pase, la credibilidad de esos titulares catastrofistas volverá a ser nula, nos meterán a todos los comunicadores en el mismo saco y crearán a una ciudadanía aún más desconfiada y propensa a informarse por su cuenta en casi cualquier sitio.
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