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Periodismo

Manuel J. Albert

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Creo que él no lo recuerda, pero ocurrió. Cuando iba a hacer las pruebas para entrar en el máster del diario El País, me tomé un café con Aristóteles Moreno, periodista de Abc y bloguero de CORDÓPOLIS. Él había pasado por la misma escuela unos cuantos años antes y, en noviembre de 2003, tuvo la paciencia de sentarse un rato conmigo -no nos conocíamos- en el Café Málaga. Hablamos de las pruebas de acceso, de cómo era el máster, contó su experiencia.

Pero de todo eso apenas me acuerdo. Lo que se me quedó grabado fue que me preguntara muy en serio si realmente me quería dedicar a esto del periodismo. En ese momento me extrañó un poco porque parecía claro que así era. Aristóteles no insistió. Tampoco hizo sangre del oficio, como nos gusta hacer a todos los plumillas y foteros del gremio. Solo me lo preguntó.

Algunas veces me acuerdo de aquella sencilla interrogación. Y esta semana me ha asaltado a la memoria varias veces. El periodismo es una empresa muy puta. De hecho, cada vez es más puta y menos empresa. Los freelance podemos hablar mucho de eso. Por cada día hermoso, de esos en que te acuestes contento, tal vez haya otro en que, sin ser amargo, sí te pellizca incómodamente la boca del estómago, sembrándote la duda.

Es en esos momentos, al juguetear con la idea de cerrar la libreta, guardar el boli y apagar el ordenador para siempre, cuando algunos ejemplos te acarician la mejilla y te hacen pensarlo dos veces. Puede ser un simple artículo bien hecho, un reportaje redondo, un libro. O un gesto que, por sencillo, abruma. Como el que hoy nos ofrecen los compañeros de El Correo de Andalucía, decano de la prensa en el sur de España y estafado -casi por dos veces- por empresarios y capitalistas de más que dudosa reputación. Reporteros gráficos y redactores sacan esta mañana una edición especial en medio de la incertidumbre que supone estar con un pie al borde del precipicio y el otro colgando en el vacío. Sin capital que les pague, sin responsable máximo y con un horizonte tan cercano como oscuro, los periodistas toman las riendas. Sus primos de la recientemente asesinada Radio Televisión Valenciana, el antiguo Canal Nou, hacen lo propio cuando acaban de conocer el cierre de la cadena pública. Estafados, en este caso, por el poder político.

Tal vez sean solo ideas románticas y dentro de unos meses, si ambas cabeceras cierran definitivamente, muy pocos nos acordemos de esas muestras de periodismo de trinchera. Pero de alguna forma -sospecho que bastante naive por mi parte- me reconcilian con este oficio al que, ni siquiera en los momentos más tristes, he logrado mandar a la mierda. Y me descubro una vez más respondiendo de manera imaginaria a aquella pregunta que me hizo hace diez años Aristóteles. “¿De verdad quieres ser periodista?”. Sí.

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