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Crueldades

Ángel Ramírez

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Yo no soy creyente, aunque tampoco soy antinada, intento ser una persona equilibrada en esto. Siendo difícil en Córdoba, procuro no dejarme llevar por la polarización y la parcialidad de los últimos tiempos, así, incluso pienso que se puede ser a la vez una persona religiosa y buena persona. Es más, creo que hay tantas buenas personas entre los que creen como entre los que no, o sea, que la religiosidad de alguien me resulta bastante irrelevante.

Siendo esto así siempre me ha sorprendido una forma de maldad singularmente religiosa. He conocido a sádicos, incluso a psicópatas, laicos (especialmente en política) y cada uno lo era a su particular manera. Disfrutaban haciendo daño, tenían incapacidad para la empatía, ya se sabe… sin embargo me llama la atención un tipo de crueldad específicamente católica, un síndrome que aparece cuando coinciden un cierto catolicismo, clasismo tipo Los Santos Inocentes, y adoctrinamiento liberal deudor de Hayeck en cualquiera de las mejores escuelas de negocios del mundo que están en España (un misterio cómo con tan buena formación, tenemos los empresarios y directivos que tenemos).

Un catolicismo más del viejo que del nuevo testamento, ese del ojo por ojo diente por diente, un concepto vengativo y cruel de la justicia; desprecio por lxs pobres o por los que lo han sido, y la asunción de ese pseudodarwinismo que consiste en que el que da primero da dos veces, que si no comes te comen, conforman un tipo con mucha presencia en nuestro país en los últimos tiempos. No hay más que ver a Monserrat Gomendio Kindelan, secretaria de estado de educación, cómo disfruta cuando comenta cualquier resultado negativo de nuestro sistema educativo reflejado en algún informe internacional (PISA u otros), menospreciando a los profesores; o el propio Wert como ningunea a lxs creadorxs; o el enfermo de Losantos, cuando refiriéndose a la auxiliar Teresa Romero infectada de ébola dice aquello de “en el pecado lleva la penitencia”.

De todos modos el ejemplar más espectacular es el del consejero de Salud de la Comunidad de Madrid, Francisco Javier Rodríguez, que para salvar el desastre de gestión que ha acompañado la importación del ébola organizada por nuestro gobierno ha llamado mentirosa a Teresa Romero. Teresa se jugó la vida por cuidar a un enfermo, mientras que el biencomido del consejero el riesgo laboral mayor que tiene es un poco de diabetes e hipertensión, de tantas comidas de trabajo e inauguraciones a las que está sometido. Él dice que no tiene problema en irse porque es un biencomido, se supone que no como los demás, muertos de hambre, canijos que no debían pasar de llevar camillas o encargarse de la basura, y ahí andan con responsabilidades políticas o profesionales. Alguien debía estudiar esta mutación por la que una persona pía y abnegada, si pertenece a determinadas clases sociales, y es expuesta al neoliberalismo imperante, puede desarrollar esta curiosa patología y convertirse en todo un canalla. Y a ver si, al menos, conseguimos controlar esta plaga.

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