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“Compañeros y compañeras...”

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Ángel Ramírez

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Me vais a permitir el maniqueísmo pero en la izquierda hay mucha más buena gente que en la derecha. La derecha antes era otra cosa, estaban los democratacristianos, que eran intolerantes pero compasivos, y los liberales, que eran tolerantes pero crueles. Los metieron en el laboratorio allá por los setenta y el experimento salió mal, la nueva derecha sacó el culo de papá y la nariz de mamá en lugar de lo contrario, y salió el engendro intolerante y cruel que desde entonces se enseñorea por Europa, descojonándose del desamparo, las necesidades y el malestar de muchos y particularmente de muchas. La izquierda no, la izquierda es otra cosa, y tiene fácil explicación.

El presupuesto fundamental de la izquierda es la promoción de la igualdad, o sea privar de algunos recursos a los que les sobran para facilitárselos a los que les faltan, en plan Robin Hood. Como es lógico, semejante tarea atrae a las almas más generosas que hallarse puedan, así las asambleas de los partidos de izquierda son como los bautizos de los testigos de Jehová, una sucesión de loas y salves a los compañeros y compañeras que a mí, la verdad, me emociona. Hay un tipo de persona de izquierda que me tiene subyugado, yo iba a las asambleas nada más por verles, eran todo un ejemplo para mí. Recuerdo uno en particular que me encantaba, con su barba cana, su barriga prominente y su pantalón caído, me ponía nervioso en cuanto lo veía dirigirse al atril, y no había reunión en que eso no ocurriera.

“Compañeros y compañeras…” empezaba siempre, y después todo eran emociones, sacrificios, vidas ejemplares, no había pensamiento, acción o duda de aquel hombre que no estuviera causada por su ilimitada capacidad de entrega, su generosidad, siempre eran los compañeros y compañeras las que lo llamaban a él, que por supuesto no tenía ambición alguna. Lo recuerdo ahí arriba con la mirada perdida, las manos temblorosas y el dedo enhiesto apuntando al cielo como el obispo Osio de la plaza de las Capuchinas, siempre nos contaba su desinterés, toda su vida destinada a la causa, y me sentía mal porque frente a tanta entrega yo algunos fines de semana los utilizaba para ir a la playa o repanchingarme a ver películas. La unidad,¡ qué le gustaba la unidad¡, ese era todo su norte y su guía, volver a unir lo roto, la conjunción perfecta del yin y el yan, la vuelta del hijo de Dios,  y en eso se dejaba su vida y su mucha energía.

Claro que todo eso no le salía gratis. Estos personajes despiertan la envidia y tienen muchos enemigos porque dicen las verdades a quien no las quiere oir, y no le faltaban maledicencias. Había quién decía que ése que tan bien hablaba en cuanto salía de plano tenía la lengua del demonio, y no había compañero y compañera que no se llevara su ración de veneno, una cizaña que corría por el sistema nervioso del partido como un reguero de pólvora; que estaba detrás de la mayor parte de los trolls que campaban por la red y que conseguían la unidad del partido pero por convertirlo en un exacto infierno hasta el último de sus rincones; que él provocaba que de pronto tantos dejaran de hablarte o te miraran con desconfianza. Pero eso era la contrapropaganda interesada, que a mí no me engañan, aún lo recuerdo y me emociono, nunca me harán dudar de su bondad y su abnegación.  Cuánto lo voy a echar de menos a él y a tantos como él, ahora que estoy en una organización que no es de izquierdas…¡

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