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Almanaques y calendarios

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Ángel Ramírez

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Estos últimos años se ha puesto de moda lo de hacer calendarios. Comenzaron los bomberos despelotándose por alguna buena causa y después le siguieron deportistas, panaderos y cualquiera con abdominales o con ganas de pasar a la posteridad. Más recientemente están siendo lxs diseñadorxs, creativxs y pintorxs lxs que se han puesto a ello (este año he visto los de Pedro Peinado y Margarita Merino). Me gustan los almanaques (me posiciono) me gusta ese ejercicio de memoria, de nostalgia, de aventurar el futuro, relacionar imágenes con nuestras experiencias, la forma en que lxs niñxs se enfrentan a ellos como si les dieran claves secretas de lo que pasará, de lo que serán, ellxs que cambian por días, por semanas.

La cosa es que veo como por Córdoba, y creo que en Andalucía en general, unos le llaman almanaques y otros calendarios y he pensado que ahí hay tema. Sabéis que estoy poseído por el espíritu del Niño de las Taxonomías y a la que veo una grieta cojo la cuerda y me pongo el casco. No es lo mismo decir calendario que almanaque; calendario se me atasca como un taco inoportuno, un plazo de entrega (deadline le dicen). Calendario suena a mesa de despacho, a plazo para presentar documentación, a funcionario, a formulario y orden. Tengo una primera intuición, indago y se confirma. Resulta que calendario viene de calendarium, que era como los romanos llamaban a los libros de contabilidad. Calenda era el primer día de cada mes (luna nueva), día en el que llegaba el contador con su libro calendarium a cobrar. Calendarios son los de las cuatro culturas (ésta os la debo), el alcalde Nieto, los Bodegas Campos, Gabriel Pérez Alcalá, el bulevar de Gran Capitán, la Operación Salida, el Mercado Victoria, la Carrera Oficial, el director general de Google, el que está en Iberia, el portavoz de Hostecor y la cola del pastel cordobés el día de los Custodios.

Almanaque viene del árabe al-manakh (ciclo anual),  al-munakh significó en primer lugar  “parada en un viaje”, y de ahí pasó a albergue, mansión, y finalmente clima, mientras que en Europa se asimiló a calendario. Otra cosa. Un almanaque se lo imagina uno fuera de su tiempo, en la pared de la casa del campo, con imágenes pasadas de moda, emotivas, un recuerdo de la infancia, vacaciones, algo en desuso y superior, como la propia palabra, que sobre todo es cosa de mayores, de abuelas. Son almanaques Manuel Harazem, el sastre de Santa Marina, el Pele, la Plaza de la Corredera, los patios fuera de concurso, la tres culturas, El Astronauta, el sector sur, el caimán de la Fuensanta, Antonio Gala y el recuerdo de Cosmopoética.

Como tras muchos esfuerzos no hemos conseguido explicarnos la ciudad y parece que se avecina una serie de terremotos de magnitud 6 en la escala política de Richter entre marzo de 2015 y marzo 2016, propongo una nomenclatura de reminiscencias bolivarianas, los almanaques y los calendarios, a ver si cruzando estas variables con las apariciones milagreras que cada vez se dan más a menudo conseguimos entendernos. O mejor, pasamos de intentos de comprensión, nos lo pasamos bien jugando con la cosa y haciendo listas de unos y otros. Así que lanzo el guante.

Nota: En la imagen calendario 2015 que realmente es un almanaque, de Pedro Peinado, otro almanaque.

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