Risto Mejide estuvo de nuevo a la altura de Risto. Desafortunado, hiriente, mezquino, prepotente. Pero ni esto es nuevo, ni nadie puede negar que eso es lo que siempre se espera de él. Si Risto no llevará años humillando y maltratando a concursantes, no tendría la audiencia que tiene. Simpático no es.
Pero para que haya “Ristos” tiene que haber quienes disfruten de ver cómo se humilla en directo; y para que haya programas rosas - y de todos los colores- tiene que haber quienes estén enganchados a las casposas vidas ajenas; y para que triunfen series de sagas familiares, como la de “la más grande”, con hija vengativa contra su propia hija, yerno “fucker”, marido torero con sexualidad en entredicho, hijos adoptivos con problema de drogas y hasta exmujer del viudo venida arriba, tiene que haber quienes sigan con auténtica devoción morbosa semejantes vidas.
Y me pregunto… ¿qué fue antes? ¿el personaje, el morbo que despierta o la necesidad cada vez mayor de ese morbo? En medio de la obligada pseudo disculpa que Risto ha pedido a Ana Obregón, ante la avalancha de críticas, ha dicho algo real: son los que los contratan a ellos, en momentos determinados de sus vidas y los exponen ante nuestros ojos para que veamos cómo reaccionan, si lloran o ríen, o si están demacrados, tras la muerte de un hijo, en un embarazo, o después de los cuernos más sonoros, los responsables de fabricar esa telebasura que ya inunda las parrillas.
Nos están haciendo adictos al morbo y no nos enteramos. El narco fabrica la droga, el camello la hace llegar y el adicto la consume y se vuelve dependiente. Mientras no nos desintoxiquemos de las vidas, de los polvos, de la sexualidad, o de los dolores inconsolables ajenos, seguirá habiendo narcos en los despachos televisivos que fabriquen más “TV droga” y camellos que por dinero se presten a vender su “morbo historia” (¡la que sea!). Ninguno es mejor que otro. Los adictos tampoco.
No creo que sea cuestión de machismo, ni de género, sino cuestión del morbo que se retroalimenta con más morbo, ese que fabrican en los despachos televisivos y que consumimos los que estamos a este lado. Ya no importa la verdad, solo el morbo narcoléptico que nos atrapa. Y no, no es excusa querer adormecernos ante la dura realidad de la vida, de la guerra, de la inflación, de tanta miseria social y emocional, tanta corrupción y tanta mentira.
Mientras consumamos la exhibición de las vidas ajenas, en vez de saborear la propia, por más que duela, seguirán a toda máquina las fábricas televisivas vomitando más y más morbo y nuevos camellos que por dinero estén dispuestos a engancharnos a su droga.
Por cierto, Tamara Falcó se ha reconciliado. Ni Lourdes pudo evitarlo. Y a la madre de nuevo la tenemos soltera. ¡Carbón nos merecíamos todos! … y una gran cura de desintoxicación.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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