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Cuando marzo mayea, mayo juniea

Carlos Puentes

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Puede que sea cierto, puede que lo peor haya pasado. Los indicadores de lo macro empiezan a gustar entre quienes se agolpan ante los micrófonos para anunciarlo. Está claro, necio es negarlo, que por estas tierras de rancio folclore andaluz, desde que abriese en abril la Semana Santa, las calles se han llenado de consumidores compulsivos de camas de hoteles, cañas servidas de aquella manera, y platos combinados que estos días andan llenando las urgencias con “el virus ese que anda por ahí”. Los indicadores de lo macro toman forma en lo micro, como el mismísimo milagro de la Santísima Trinidad, por la abundante proliferación de barras portátiles que se añaden durante el mes, aquí y allá, a la ya de por sí abundante proliferación de barras de bar que desde el inicio de la recuperación tomase cuerpo como vía de escape para tanto extinto currela.

El tiempo, desde mediados de marzo, ha querido acompañar con una sucesión de días de sol y altas temperaturas un tanto fuera de lo normal. El habitual desconoje atmosférico al que abril nos tiene acostumbrados, no ha querido este año cuajar para alegría de lectores de indicadores económicos. La Historia, si es que algún día la hecatombe económica tiene a bien morirse de puñetero asco, deberá reservar un trocito de su libro, para el tiempo meteorológico de la primavera de 2.014, y para todos los señores y señoras del tiempo que con sus adecuadas lecturas animaron a encender adecuadamente el interruptor del turismo estacional.

La Agencia Española de Meteorología presentaba esta semana su habitual informe climático del mes anterior, en este caso el de abril, para devolver un espeluznante mapa ibérico coloreado de rojo, cuya significación radica en la extrema sequedad y calidez que vivimos para jolgorio de hosteleros. Estaría bien que algún estudioso pusiese datos sobre el efecto de las buenas previsiones meteorológicas en el PIB nacional. Por pura intuición convendremos en que muy distintos hubiesen sido los datos del paro en el mes de abril, si un borrascón del demonio se hubiese anclado sobre el Cabo de San Vicente mandando ábregos sobre playas y destinos de interior.

Una tendencia que comenzase en marzo, y que este año ha tenido a bien destrozar el sabio refranero español. De la dinámica atmosférica, de la que carece de fundamento científico, al menos, habríamos previsto que este año, el mayo cordobés, estaría marcado por un frío de huevos y lluvias torrenciales. Lo cierto es que estamos a día 7, con un sol que parece de junio y el cielo más anodino que la cuenta de resultados de El Corte Inglés. Meteorológicamente hablando, el anticiclón de las Azores ha cogido relativa fuerza en sus propios dominios, estabilizando una circulación de las borrascas atlánticas más allá del paralelo 45, dejando por estos lares tiempo anticiclónico con la visita periódica de la dorsal sahariana.

Hablando en plata, el calorazo del demonio que ya habrán saboreado si han salido estos días a probar eso de la recuperación. Y la tendencia que sigue para más allá de mediar el mes sigue siendo la misma. Una buena noticia para propietarios y paseantes de patios, que no deberán preocuparse por más agua que la que se echen al bolso para combatir tardes que parecieran más propias de junio. Una tendencia que pudiera volver a batir estadísticas cuando el mes que viene Aemet presente su informe climático del presente, con unos datos que lejos de asustar por su extrema calidez, supongan una estupenda noticia por el buen marchar del país.

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