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Una mascarilla para el Twitter

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Juan Velasco

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Se la he liado en Facebook. Se la he liado en Twitter. Vaya Zasca se ha llevado. Me escribió en el grupo y se fue calentito. Le di a me gusta. Dejé de seguirle. He silenciado sus notificaciones. No quiero ni ver sus stories. Me he salido del grupo.

Así nos comunicamos y dirimimos nuestros pleitos. En mi móvil tengo cuatro redes sociales desde las que estoy en contacto con gente a la que quiero, gente con la que trabajo, gente con la que me cruzo y gente a la que le tengo menos aprecio que a una piedra.

Un microcosmos relacional que, en gran parte, está dominado por la falta de calidez. Una parte importante de la comunicación ahora va de frialdad. Un mensaje en un chat grupal o comentario público en redes siempre es malinterpretable por muy certero que sea el lenguaje. Falta eso otro. Los ojos.

Pero insistimos en ello. En dejar que nuestras ideas, por muy arraigadas que estén, sean pasto de especulaciones. Lo hacemos todos. Hasta el más pintado. Hasta el que les escribe.

Estos días, asisto con naturalidad y aburrimiento a la enésima pelea navajera en Twitter de la izquierda andaluza. Vuelan los cuchillos y lo yoismos en un pleito que huele a rancio, pero que va a tener consecuencias más graves de las que se piensan quiénes lo protagonizan. Tercer y último aviso.

Los navajeros, sin embargo, parecen encantados de comunicarse así. De dejar por escrito y a la vista de todo el mundo sus heridas. Están encantados de darnos de comer a los periodistas, a los que luego nos escriben en plena noche para afearnos que hayamos malinterpretado lo que han dicho.

“Es que yo no he dicho eso”, te dicen. “No lo has dicho, no. Lo has escrito”, les escribimos.

Y, permítaseme la aliteración, así es como se está escribiendo la historia de la izquierda en este país desde 2015. A golpe de tuit. Entre pitos y palmas. Sin la P más importante: programa. programa. programa.

¡Qué ruidazo meten!

Ojalá una mascarilla para Twitter.

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