Drogas, muerte y fútbol
Diez años tengo. Es el primer mundial que veo y jamás olvidaré aquel gol, ni el rostro de aquel tipo yéndose a cámara. Luego oigo por el telediario que lo echan de la competición.
“Por drogadicto”, sentencia mi padre.
Días después, matan a otro futbolista de aquel mundial. Andrés Escobar, se llamaba. Lo asesinan en Colombia por marcar en propia meta. Eso dicen en el telediario.
“Por las drogas”, sentencia mi padre, sin entrar demasiado en materia.
Drogas, muerte y fútbol. Luego viene la sangre. La de Luis Enrique. Y mis lágrimas.
Perdono a Maradona cuando descubro, años después, que Calamaro lo ama. Y yo amo a Calamaro. Además, es un amor que puedo compartir con mi padre, que prefiere que escuche al gaucho en el coche, en vez de a los Smashing Pumpkins. Ambos disfrutamos del himno aquel que compuso en honor de Diego y que, siempre lo digo, debería durar 1 hora y 50 minutos, en vez de 1'50''.
Soy ya adulto y discrepo con mi padre. Solo coincidimos en que nunca nos gustó de verdad el fútbol, así que ninguno vibró con Maradona en la cancha. Fuera de ella, yo sí lo estimo. Porque lo vinculo con tipos que me flipan, como Kusturica y Oliver Stone. Y porque me fascina su compromiso político y que se alinee con Chávez, Evo Morales y Castro.
En 2018, tengo la misma edad que tenía Maradona en USA 94. Pienso eso cuando lo veo en el televisor. Está totalmente puesto en el palco del mundial de Rusia. Se mantiene de pie a duras penas. Recuerdo pensar en mi padre.
“Por drogadicto”, hubiera sentenciado Juan Velasco Senior.
“Porque puede”, le habría respondido yo.
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