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El traje del emperador

Luis Medina

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La primera (y no tan inesperada) derrota en casa del Córdoba en la presente temporada confirma que el club está perdiendo el tren de sus propios (y un tanto forzados) objetivos. Paso a paso, punto a punto, zancada a zancada. Como el veterano Bill Murray corriendo para llegar al tren rumbo a Darjeeling. Se le escapó. Wes Anderson escenificó así el relevo en el protagonismo de su filmografía.

Si el problema acuciante eran los desplazamientos y las oportunidades perdidas en Eibar o Jaén, los puntos no conservados en Murcia, o el despropósito de buena parte del partido en Miranda de Ebro, la consecuencia era sobredimensionar la presión por seguir haciendo bien algo crucial: sacar adelante los partidos como locales. Ante el Hércules, por ejemplo, vimos un buen partido del Córdoba que, sin embargo, bien pudo empatar. Hubo algo de suerte al final. Por no mencionar el enésimo fracaso y momento clave de cada temporada. Ese momento en el que una victoria nos hubiera catapultado a puestos de ascenso directo, y para lo que se llena el campo con un ambiente especial. Me refiero al día del Sporting de Gijón. Pero el Córdoba, tradicionalmente, falla en esos partidos. No recuerdo uno de esas características en que hayamos dado un golpe en la mesa. Y no sólo volaron dos puntos. También muchas de las buenas sensaciones que pudiera haber en parte del plantel. Hombres de peso en el vestuario como Abel (vaya partidito el sábado) o Armando, andan definitivamente desajustados en su fútbol. El otro, Xisco, en su personal viaje sin retorno al jugador que pudo ser. Las excusas de su peso, de sus lesiones anteriores, de su etapa en Newcastle, sus dudas en los penalties, sumadas, suenan a incapacidad para volver a sentirse futbolista. Otra apuesta en la punta de ataque que le sale rana al Córdoba. Eso, o quizá, en su descargo, haya que pensar en la más preocupante incapacidad (a tenor de su historial en la recuperación de lesiones) del cuerpo médico, ese que el Presidente dice el mejor de España.

Queremos pensar que la gestión económica del club es realmente positiva, como se ha publicado estos días, y no un plano bien estudiado en la escenificación de la venta del club. Una venta que, de ser el objetivo último de González, sería más fácil y rentable con un equipo realmente candidato al ascenso en el año en que más barato resulta, con mucha diferencia, conseguirlo. Era el año de apostar. Y una apuesta huele a veneno cuando supone hipotecar los ingresos por abonos de la temporada siguiente de no mediar un milagro para el que, aunque podemos aspirar, lo hacemos no en mejores condiciones que otros doce o trece clubs de la categoría. Sólo así se entiende una política de precios de entradas que irrita a quien a duras penas se sacó su abono en verano, y que suena a conseguir ingresos con los que sanear una venta ante el panorama que se avecina. Sólo así se explica que el año en que pudiera haber sido se haya confiado en un entrenador que, aunque no exento de virtudes y de futuro, es absolutamente bisoño en la categoría y falto de ascendente sobre jugadores veteranos.

Ahora, los aficionados, con nuestra asistencia, podemos decidir el precio de las entradas, o podemos diseñar la camiseta de la temporada siguiente. Pero, puestos a tener voz, hubiéramos preferido ser preguntados sobre las ventas, en menos de poco más de un año, de Javi Hervás, Fernández, Borja, Fede Vico o dejar marchar sin recibir nada a cambio a Fuentes o al mismísimo Paco Jémez, en quien se basó un proyecto, y a quien se aburrió hasta el punto de no tener ganas de liderarlo siete meses después. En los próximos días será un juvenil que apenas ha debutado con el segundo equipo. Es comprensible desprenderse de jugadores. ¿Pero es necesario hacerlo de todos? Habría que distinguir entre un equipo vendedor y un equipo que liquida existencias. Esto último obliga a saltos mortales continuos, un nivel de acierto en los fichajes incompatible con el presupuesto que se les dedica, y huele a hacer caja.

El equipo trata de competir. Pero es blando y carece de fe en sí mismo. Algo terrible si con una mala racha acabamos compitiendo por otro objetivo. ¿Recuerdan el cuento de Hans Christian Andersen “El traje nuevo del emperador”?. Empiezan a ser menos los que le dicen que su traje es precioso.

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