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El nuevo orden

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Paco Merino

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Reconozcámoslo. No es sencillo rehacer la vida en unas circunstancias como las que se ha encontrado –además de las que se ha buscado- el Córdoba CF, cuyo descenso a Segunda División ha dejado reducida a una historia de Disney cualquiera de las peores pesadillas de los profetas del apocalipsis. Casi nada se puede rescatar del naufragio absoluto del curso del sesenta aniversario. No siguen ni el entrenador, ni la mayoría de los jugadores, ni el secretario técnico, ni el asesor deportivo... Sí continúa al frente del negocio Carlos González, que después de cuatro temporadas en la entidad ha optado por pegar otro volantazo en la política deportiva, o proyecto, o como quieran ustedes llamar a ese conjunto de medidas que se toman cuando llega el verano para que la clientela vuelva a ilusionarse y la noria siga girando. En El Arcángel vuelve a amanecer.

González, en sus momentos más bajos de crédito, se escondió en la cabina y ha salido con el traje de supermán. Primer capítulo: precios de saldo para los abonados. En menos de 48 horas, el Córdoba logró más de un millar de socios. Segundo capítulo: fichajes en la cúpula deportiva. Emilio Vega, ex jugador y director deportivo del Córdoba, regresa con más bagaje y un desafío pendiente. Albert Puig, coordinador de la cantera del FC Barcelona entre 2010 y 2014, llega para poner los cimientos de una fábrica de futbolistas en un lugar en el que se carece de una instalación decente. Para aliñar sus primeras medidas, González anunció una más y de alto impacto: prohibición del cobro de cuotas a los jugadores de la cantera. “Evaluaremos quiénes tienen el nivel para jugar en el Córdoba y lo harán de manera gratuita”, dijo el mandatario durante la presentación de Vega y Puig. En este aspecto, ampliamente debatido por los seguidores del deporte de base, siempre se llega al final a un viejo dilema. Hay entidades deportivas que –de manera legítima, vivimos en un mundo libre- toman el tema de la proyección de jóvenes talentos como un asunto secundario, colocando por delante –nadie va a culparles por eso, insistimos- la viabilidad económica. Las familias apuntan a sus chavales como una actividad extraescolar, pagan sus mensualidades, llevan a los niños a los entrenamientos y el fin de semana a sus partidos. Una rutina excelente para la salud físíca y la formación de los chavales.

El Córdoba no renuncia a eso, pero añade algo más. Algo imprescindible en el discurso de un club de fútbol profesional que pretende –está dando los pasos para ello- construir su futuro con jugadores de fabricación propia. Quiere –sobre todo a partir de ciertas edades- contar con los mejores y establecer como requisito de entrada un peaje distinto al dinero. La cuota se suple por los méritos y el esfuerzo. Después de un doble descenso esta temporada con plantillas en las que la presencia de jugadores formados en la cantera local ha sido mínima, el Córdoba necesita a toda costa dar solidez a su nueva estrategia con hechos. La supresión de cuotas para la cantera, el acuerdo para una residencia de jugadores y, finalmente, la apertura de la nueva Ciudad Deportiva –prepárense, que vienen curvas- dibujan, aunque todavía en boceto, un panorama sugerente. El ascenso del equipo juvenil a División de Honor –un punto clave para el diseño de la estrategia de bases- y los sobresalientes resultados de las formaciones menores han sido los únicos motivos de sonrisa en un Córdoba torpedeado durante un curso devastador.

González busca apuestas seguras. Esto es fútbol y todo puede pasar, pero el mandatario no ha tirado con balas de fogueo. Para la dirección deportiva ha traído a Emilio, que fue en su momento la mano derecha del legendario Rafael Campanero, un presidente de honor que en los últimos tiempos no ha tenido con González unas relaciones fluidas, por decirlo de modo suave. Y para las bases recluta a Puig, uno de los protagonistas junto a Guillermo Amor de una etapa brillante en la cantera del Barcelona durante el mandato de Sandro Rosell. El Córdoba, destrozado tras su experiencia de Primera –y con la dolorosa impresión de que nunca llegó a estar realmente dentro-, aborda un tiempo nuevo con mensajes clásicos. El cordobesismo, pendular en su ánimo –se ilusiona o se deprime con facilidad-, ha acogido las medidas con tibio entusiasmo. Ahora los aficionados esperan el siguiente paso: la confección del equipo. De momento, el “fichaje” más ilusionante es la certeza de que la mayoría de los futbolistas que durante el pasado campeonato se disfrazaron de cordobesistas no volverán. Hay, no nos engañemos, cierta inquietud. El mensaje de la apuesta firme por la cantera, por la construcción del producto propio, lleva implícita una exigencia de tiempo y paciencia, dos variables que casan poco con el frenesí que ha caracterizado el cuatrienio de González, un depredador de la gestión que busca la meta sin atajos.

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