Baloncesto cordobés: mis adorables vecinos
Ya están todos los del baloncesto en danza. Una temporada más, liados con lo suyo. Grandes batallas domésticas. Intrascendencia fuera de las fronteras provinciales. Se sigue detectando -benditos sean los que mantienen la esperanza- la sensación de que existen todos los ingredientes para hacer un buen guiso, pero es patente la incapacidad para encontrar la receta. Y si se consigue, se pelean los cocineros. Vivimos bien instalados en la indignación. Es muy divertido. Entre los choques de egos, los rencores enquistados, los profetas del desastre y los conflictos de intereses, Córdoba se presenta en el curso 17-18 con un panel de participantes de lo más curioso.
El Yosiquesé Cordobasket es el máximo representante de la provincia. Quién lo iba a decir. Compite en la Liga EBA -la cuarta división- con el equipo más joven del campeonato, exceptuando los filiales de ACB. Tiene a diez jugadores cordobeses y dos extranjeros. Una propuesta atractiva y valiente, en principio. Es el segundo curso que compiten con un equipo senior en categoría nacional. El año pasado jugaron la Fase Final de Ascenso a LEB Plata, con opciones hasta el último partido. Se colaron en el Top 16 nacional. Un buen punto de partida para mirar hacia arriba, pero el caso es que después de un extraño verano se han conformado con mirar a los lados y hacia atrás. Salen a pelear y a lo que salga, buscando otro milagro deportivo de la mano de Rafa Sanz.
El entrenador cordobés, un tipo controvertido -pero eficaz con sus equipos, como demostró un año atrás en el Bball y bastante antes en el Cajasur-, volverá a nadar a contracorriente. Sabe de qué va esto y exprime como pocos el material humano con el que cuenta. Pero hay quien le quiere matar. Como al presidente, Ángel Lopera, que arrastra una legión de furibundos detractores. Algo lógico a poco que se conozcan un poco los códigos tribales del baloncesto de base en Córdoba, al que el palmeño lleva dedicado más de dos décadas. Ahí tienen una desventaja con el proyecto anterior, el del Bball Córdoba, que se desplomó en apenas cuatro años. Los dirigentes del club del lince eran desconocidos en el mundo del baloncesto, por lo que difícilmente les podían señalar. Los rostros más famosos salieron pronto de la escena. Jesús Lázaro -actualmente en el staff de la FEB con la U19- se marchó a Kuwait, Rafa Gomariz -ahora entrenador del Real Betis en Liga EBA- se dedicó a labores de despacho y el estadounidense Bill Masterson, uno de los ideólogos de un plan que tenía como destino la ACB, acabó siendo repudiado por la directiva del club que creó y declarado persona non grata después de un esperpéntico comunicado. Después de cambiar de plantilla por completo tres años seguidos -con muchos veteranos y extranjeros-, el Bball se autodestruyó este verano y desapareció del mapa de las competiciones federadas como tal. Su heredero es el Club Baloncesto Europa Ciudad de Córdoba, la sección de cantera con la que compartió denominación -dejémoslo ahí- durante unas temporadas turbulentas.
Estar expuesto permanentemente en el escaparate del basket local es un riesgo para quienes se sitúan en primera línea. La sucesión de proyectos desde que se diluyó el Cajasur a principios de siglo es digna de estudio proyectos. El baloncesto cordobés no ha sido capaz de generar una vía que le lleve a progresar. El Baloncesto Córdoba 2016, el Ciudad de Córdoba, el Bball Córdoba... Clubes con corta vida y coleccionistas de frustraciones. Que sea precisamente el Cordobasket el heredero de todos ellos resulta paradójico. Le diferencia de los anteriores que pretende crear una estructura de abajo hacia arriba, y no de arriba abajo. Tendrá -que los tiene- sus defectos, pero si el Cordobasket no hubiese dado el paso de ingresar en la EBA, Córdoba bajaría aún más en el ranking del baloncesto andaluz masculino (si es que se pudiera caer más bajo).
Con el Cordobasket como abanderado y referencia principal en el baloncesto masculino, el resto sigue sobreviviendo con dignidad. En Primera Nacional, dos clubes -Montilla y Espejo- dieron un paso atrás para descender voluntariamente de categoría a la espera de una mejor coyuntura. Siguen el CBE Ciudad de Córdoba -heredero del Bball-, el CP Peñarroya -el club más antiguo de la provincia y un luchador incombustible- y el Colegio Virgen del Carmen, que en los últimos años ha afianzado alrededor de un cuadro directivo y técnico de primer nivel un proyecto con sello propio: es el único club cordobés que tiene representación en Primera Nacional tanto en categoría masculina como femenina.
Y ahí están también ellas. Un ejemplo, se mire como se mire. El Adeba lleva más de veinticinco años compitiendo en féminas y cosechando éxitos en las bases; el CB Deza Maristas se ha confirmado como una potencia andaluza y, para completar una participación de récord, CV Carmen y La Carlota iniciaron el curso en Primera Nacional.
Eso es lo que hay. Un equipo de EBA y siete en Primera Nacional (tres masculinos y cuatro femeninos). Ese es el baloncesto de Córdoba. Después están las bases, una verdadera jungla con guerras soterradas por el control de escuelas deportivas, entrenadores que se llevan a sus niños allá donde vayan, pelea de cuotas, progenitores revolucionarios y venganzas que se sirven frías. Pero de todo eso ya hablaremos otro día.
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