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El cuidado arte del dorado

Rafael Ávalos

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https://youtu. be/9kJGMHdRxh0

Surgido de los talleres de artesanía de la Merced, Rafael Barón es uno de los doradores y restauradores de patrimonio más destacados de Córdoba | En su taller, descubre los secretos del oficio

Es uno de los rincones especiales de Córdoba. En sus callejas, pequeños espacios se abren a la vida por medio del color de la flor. Especialmente en mayo. En pleno barrio de San Lorenzo, tiene el taller en su propia casa Rafael Barón. Es dorador y también restaurador de patrimonio, ya sea cofrade o de iglesias. También cuidador de uno de esos patios que atraen a los de aquí y a los de allá. Se trata de un universo diferente, el de un hombre apasionado por cuanto hace y por la ciudad que le viera nacer. Tras una puerta, en el pasillo de entrada a la vivienda, en la planta baja, se esconden los secretos de alguien dedicado a ofrecer la riqueza de un oficio artesano del que quizá se ignora o sobre el que se presupone demasiado. Un pequeño retablo, la talla de una Virgen o piezas de un paso que necesitan de labores de rehabilitación. Faltan apenas dos semanas para el comienzo de Semana Santa y tiene trabajo, el escaso que por desgracia en estos tiempos tiene contratado.

Cuando le preguntan por la labor de dorado, explica que nada tiene que ver con lo que piensa al respecto el común de las personas. “Mucha gente piensa que es coger una latita de pintura y dar unos brochazos sobre la madera. Pero no, es un trabajo artesanal”, indica de inicio mientras trabaja en la pieza de un paso. Al tiempo, explica el proceso a seguir -vídeo-. Es capaz de hablar y de continuar con su tarea. Muestra las láminas de oro que se aplican a la talla en cuestión. “Vienen en pequeños libretos, porque es tan fina que no se puede tocar con las manos. Hay quien la confunde con oro alemán, oro falso, que es latón laminado y no tiene nada que ver con esto, ni en tamaño ni en esplendor”, explica al respecto de esas láminas, que no se pueden tocar con las manos, sino con una polonesa -pequeño cepillo con pelo de marta-. Es ésta una de las herramientas que utiliza en su día a día un dorador, como el bruñidor -con piedra de ágata- con el que se frota la madera recién tratada para sacar brillo o los pinceles para la aplicación de elementos como yesos, bol -barro mezclado con cola- cola -animal-.

Al tiempo que se explica, Rafael Barón trabaja con las láminas de oro sobre el pomazón, una almohadilla de piel de cabrito vuelta donde se colocan éstas. Aclara que “lo que bruñe no es el oro, sino el bol, que le da el brillo al oro” después de ser tratado. Expone Barón la importancia de que “no se tapen los volúmenes” cuando se acomete el lijado de cada pieza. En sus manos están obras de gran valor, muchas de ellas pertenecientes al patrimonio de las hermandades. Obras que en ocasiones necesitan una restauración, labor que también realiza este artesano nacido de los talleres de la Merced, con motivo de la recuperación del retablo de esta iglesia. Recuerda esa etapa con cariño al tiempo que confiesa descubrió “tarde” la Semana Santa. “Siempre visitaba a la Virgen de los Dolores con mi abuela. Eso era un poco lo que conocía, hasta que con 16 años empecé a conocer a gente de la hermandad de la Merced y empezaron a introducirme en la hermandad y quedé enganchado. Me encantó y fueron unos años muy activos”, relata. Fue en el citado taller de la Diputación cuando empezó a “aprender el oficio”, que afirma tuvo que “ir perfeccionando con el paso del tiempo” y que “se aprende con la práctica”.

En ese sentido, señala Rafael Barón que en las restauraciones “descubres como trabajaban antiguamente y a lo mejor das con truquillos que ellos han ido usando y que después te sirven en tus labores”. Además de dorador, es restaurador de piezas patrimoniales, un trabajo que “depende del tipo de pieza que sea, si es moderna o antigua”. “Si es una pieza antigua se siguen unos criterios de reversibilidad, de discernimiento, que se vea qué es lo que se ha restaurado y lo que no. En cofradías dependemos de sus gustos”, explica antes de destacar que siempre aconseja a las hermandades a “recuperar la visión estética del original”. Eso evitaría que después hubiera que realizar una recuperación más profunda. En el taller cuenta con algunas piezas que pasan precisamente por el proceso a falta de días para que comience la Semana Santa. Sobre los deterioros en las obras, apunta que “la madera se recubre con yeso, que es un material inerte y adapta la forma de la madera”, por lo que si ésta “encoge, la pieza dorada queda al aire y si agranda se raja”. “Los doradores lo que hacemos es ponerle unos lienzos en las pegas de la madera, que lo que hace es que la madera se mueva por debajo”, señala sobre un procedimiento que “no es infalible” tampoco.

Acerca de su labor, mientras la realiza, advierte de la importancia de que existan procesos de dorado en las hermandades. También reivindica el papel de su oficio y la necesidad de que haya estrenos en los que trabajar por parte de las corporaciones. “Cuando sale algún estreno, lo primero que hacen es criticar y no se dan mucha cuenta de que cuando la cofradía estrena algo tiene muchas vertientes”, comenta para añadir que “eso genera puestos de trabajo, no sólo directos, como sería el del carpintero, el tallista o el dorador”. Trabajo es lo que quizá falta en la actualidad, en tiempos en los que las cofradías ponen mayor interés en sus respectivas labores sociales. Respecto de dicha circunstancia, resalta que sobre todo se encuentra dentro de proyectos de la Iglesia, con restauraciones de pequeños retablos por ejemplo. Es precisamente uno de estos, el camarín del Carmen, estrenado para su coronación canónica, una de sus obras más queridas. Así como el paso de la Sangre, uno de los pocos que se doraron en la ciudad.

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