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Muerte de un ciclista

Monumento en Almodóvar del Río.

Julio Díaz Sánchez

Revelociona SCA —

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Muerte de un ciclista es un título de culto para los amantes del cine clásico: Bardén, Bosé, coches, atropellos y conciencias que se resienten y resisten a sentarse en el diván. Una obra maestra.

Sin embargo, es un titular muy inoportuno cuando se trata de anunciar en la vida real un infausto suceso réplica del que ocurre en el film.

Porque lo que ocurre ficcionado en la película de los años cincuenta, y que cincuenta trágicas veces se repite al año de media por nuestra geografía, no puede resumirse como la simple muerte de un ciclista. Y de eso trata este escrito, de intentar poner nombre y apellidos al reduccionismo con que abordamos estos episodios.

En primer lugar porque no es una muerte natural por enfermedad o un desvanecimiento. Es una muerte violenta. La violencia ejercida consecuencia de un traumatismo por impacto mortífero. Tampoco es un accidente, como lo sería la caída imprevisible de un árbol o el desbordamiento súbito de un río. Se trata de una muerte inducida por un acto cruento de irresponsabilidad. Y, por último, no se trata de un “ciclista”. No estamos hablando de una subespecie de ser humano. Circunscribir a la condición de ciclista a la víctima, despojar de adjetivos a la “muerte” u omitir las circunstancias trágicas, violentas, del acontecimiento, sólo tienen un valor eufemístico y una intencionalidad clara: mitigar la gravedad del suceso y hacerlo digerible socialmente.

Pongamos un par de ejemplos: “Dos personas son asesinadas por un conductor borracho en la Av. de Libia de madrugada” no produce el mismo estremecimiento que “Dos personas fallecen atropelladas en la Av. de Libia de madrugada”. Y, aún más: “Un ciclista muere en un accidente en Posadas”* es mucho más asumible socialmente que “Un hombre joven es asesinado de manera violenta mientras paseaba en Posadas”.

Y es que este es el caso que nos ocupa, el de un hombre cuyo merecido homenaje se celebra estos días con una marcha en bicicleta que lleva su nombre, la inauguración de un monumento a la entrada de Almodóvar y un tsunami de cariño en forma de varios recuerdos ofrecidos a la familia por quienes lo conocieron y quisieron.

La fulminante luz cegadora que arrebató la vida de Victor no es la “muerte de un ciclista”: Por muy ciclista que fuera, que lo era, enorme, además. De valor, con valores y muy valorado. Era mucho más que un ciclista. Era una persona joven y sana. Un vecino querido. Un ser humano bellísimo. Un buen padre. Un agente de policía y un ciudadano ejemplar. Un compañero, hijo, esposo, amigo... Un guayabo bien parecido, pardiez, bastante. Muy guapo. Un hombre sensible, íntegro y honrado, una buena persona con media vida por delante y que se llamaba Víctor Manuel García Alba. Copón.

Celebramos el primer aniversario de este suceso funesto. Que no por habitual (44 muertes violentas de personas en bicicletas en 2022, casi 500 desde 2015) puede convertirse en cotidiano. Porque ahora que el tormento va transformándose en sólo dolor al pensarlo, y aunque no fuera el primer paisano al que le arrebatan la vida mientras la disfrutaba a dos ruedas; el terremoto de Víctor deja, y de eso hay que enorgullecerse como pueblo, además de un río infinito de desconsuelo e incomprensión, también un ejercicio de rabia colectiva no violenta, un coraje canalizado hacia la esperanza del que salir más fuertes, mejores personas y más unidos como comunidad que se reconoce despojada de toda fútil certidumbre.

V de Violencia Vial

Y es que puestos a recurrir a un titular cinematográfico más bien tendríamos que buscar en la sección del cine de terror.

Probablemente la cultura del tráfico motorizado cargue sobre sus ruedas sanguinolentas la mayor lista de condenados a muerte de la historia de la humanidad. Desde Manolo Caracol o Jesús de la Rosa, hasta James Dean o Grace Kelly, pasando por Nino Bravo, Cecilia, Tino Casal, Juanito, Fernando Martín o los cientos de miles de amasijos de hierro anónimos... El listado es interminable. Aunque, si nos dejan, sobre esto quizá hablaremos en otra ocasión.

Por eso, estos días, celebremos el legado de unión y amor que como sociedad sabemos extraer de un evento tan trágico. Pero que el aroma de las flores no impida exigir unos entornos más amables y seguros. Decir basta ya a la violencia ejercida contra personas inocentes. O llamar a las cosas por su nombre: V de Violencia. La ejercida por quién se pone al volante con el Instagram entre las piernas y revisando de reojo las actualizaciones.

Denunciar que tú, yo y tod@s conducimos un arma de 1,5 toneladas muchas veces sin necesidad. Que usamos el móvil al volante. Que conducimos borrachos porque nos parece normal que 1500 personas destrocen su alma y la de su familia cada año. Alzar la voz y no dulcificar con estadísticas que cada año haya 5000 nuevos mutilados por violencia vial. O cincuenta fantasmales bicicletas blancas que peregrinan huérfanas hacia el cementerio o hacia un ramo de flores secas en una carretera.

Esta deshumanización, esta aceptación de la cultura de la muerte es posible porque hemos consensuado socialmente que nos compensa, que la asumimos en pos de una supuesta libertad de circulación. Y anestesiados convivimos con ello porque sabemos que nadie va a pedirnos ninguna responsabilidad, ni tan siquiera el juez. Que una sociedad y una ley indulgentes con la violencia vial han creado un escudo de impunidad que establece que, si cometemos un homicidio al volante contra una persona por temerarios, como mucho pagaremos una multa, nos quitarán el carné unos meses y a correr, que no tenemos tiempo para tantos llantos... V2 de VIOLENCIA VIAL.

Por eso mismo, porque es tal cuál lo que se cuenta, déjennos que hablemos de Víctor, una vez más de él. Porque ahora que el verano se calma y se acortan los días, y con permiso de ese firmamento de estrellas estrelladas al volante, en su pueblo que es el mío, hemos decidido que septiembre ya para siempre será el tiempo para recrearnos en su figura. La de un ciclista que se nos fue como el rayo. Pero que ha quedado indeleble en nuestras almas y en nuestras conciencias como una costura colectiva. Una cicatriz metafísica que con la llegada del otoño supurará sólo bocanadas a la reivindicación, a la alegría y a la comunión: Reivindicar que pedalear es un acto de salud y rebeldía contra un modelo normalizado de muerte y destrucción. El júbilo consciente de estos septiembres en los que reír con memoria, llorar de alegría y celebrar con música irlandesa un nuevo florecer social. El del imparable azahar mandarino como el aroma de la bicicleta que Víctor empuña con rabia hacia el infinito.

(*Titulares aparecidos en prensa el 12/09/2022)

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