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Hay que salvar la Mezquita
Las últimas manifestaciones de los responsables del Cabildo de la catedral cordobesa acerca de utilizar el futuro centro de interpretación de la Mezquita-Catedral para “acabar con el reduccionismo cultural de la Córdoba islámica”, suponen un paso más de un proceso que pretende ocultar un determinado pasado, acrecentado con la llegada a la sede episcopal de su actual titular, Demetrio Fernández, y del que son muestras palpables, entre otros, la falta de rigor histórico en los textos que acompañan al montaje de luz, sonido e imagen de la llamada “Alma de Córdoba”, el intento –afortunadamente no consumado- de eliminar la palabra mezquita en todos los indicativos y folletos del monumento o la existencia de inscripciones apartadas de la realidad histórica, como la que se puede leer en el muro norte del Patio de los Naranjos. Por no hablar de la progresiva ocupación de elementos ornamentales, espacios museísticos y exposiciones temporales continuadas en las naves de la mezquita omeya.
Decía Cervantes, en boca del bachiller Sansón Carrasco, que “uno es escribir como poeta y otro como historiador: el poeta puede contar o cantar las cosas no como fueron sino como debieran ser; y el historiador las ha de escribir no como debían ser sino como fueron, sin añadir ni quitar verdad” (El Quijote. Segunda parte, capítulo III). Sabias palabras, sin duda, que nos las debemos aplicar quienes nos dedicamos al oficio de desentrañar nuestro pasado. Por ello es necesario alzar nuestra voz para que de una vez por todas se acaben los atropellos que está sufriendo un edificio, la Mezquita-Catedral de Córdoba, que es mucho más que lo que su nombre indica y que, más allá de sus valores estéticos, representa la más extraordinaria síntesis de lo que fue nuestro pasado, ese pasado que nos permite comprender nuestro presente. Porque, “acabar con los reduccionismos” oculta ladinamente la pretensión de reescribir la historia al antojo de unos pocos y no como aconsejaba el bachiller de El Quijote.
Nadie puede poner en duda que la Mezquita alhama de Córdoba es, junto a Medina Azahara, el máximo exponente de lo que fue una de las etapas más gloriosas de la historia de España, la del emirato y califato andalusí. Destruida la ciudad palatina en las guerras civiles que acabaron con el califato, solo permaneció en pie la Mezquita que, tras la conquista castellana, pasó a ser una catedral cristiana al conceder Fernando III el uso de la misma -¡no la propiedad!- al restaurado obispado de Córdoba, lo que con toda seguridad contribuyó a su perpetuación. De momento, apenas se modificó la esencia del edificio, caracterizada por la horizontalidad, la penumbra y sus formidables perspectivas geométricas, en la que las únicas concesiones a la decoración eran los mosaicos del mihrab. La principal transformación de la antigua Mezquita se produjo a principios del siglo XVI al construirse en su interior un crucero catedralicio. Esta obra, que empezó a realizarla de modo magistral Hernán Ruiz el Viejo y que continuaron su hijo, su nieto y Juan de Ochoa hasta el siglo XVII, rompió para siempre la unidad del edificio omeya. Pero introdujo en la antigua Mezquita la altura, la luminosidad y la decoración que exigía la liturgia cristiana. De esta suerte, si grandiosa era la concepción del espacio de los arquitectos andalusíes, la obra de los maestros renacentistas introdujo en ella un elemento nuevo que posibilitó el contraste, y yo diría también que el diálogo pétreo, entre dos maneras de entender la vida: la de los creyentes islámicos de al-Ándalus y la de los devotos cristianos que continuaron con el uso religioso del edificio. Y esa es la auténtica alma de Córdoba, no la de la imposición de unos sobre otros.
Ese diálogo mezquita-catedral ha sido posible a lo largo de mucho tiempo. ¿Por qué ahora se pretende subvertir ignorando ese pasado que evidencian las piedras de nuestro principal monumento? Alguien tendrá que responder por ello. Pero no solo quien está profanando su esencia sino también quien calla ante los atropellos que progresivamente van rompiendo su singularidad. Lamento que hasta ahora las autoridades y otras instancias del mundo de la educación y la cultura de Córdoba miran hacia el otro lado cuando se deteriora hasta extremos insospechados la principal seña de identidad de una ciudad que en todo el mundo se conoce como la de la Mezquita. Esta reprimenda va también dirigida a los medios de comunicación y creadores de opinión, no solo de nuestra ciudad sino de toda España, e incluso a la UNESCO, porque la trascendencia de la Mezquita-Catedral va más allá de ella misma ya que se trata del monumento que mejor y más nítidamente sabe expresar con toda su grandeza esa mescolanza de culturas que han configurado nuestra realidad histórica.
Hace unos días, el pasado 5 de marzo, el ensayista Kenan Malik, en un artículo publicado en The Guardian, se hizo eco de la gravedad de las intenciones del Cabildo catedralicio de Córdoba respecto a la Mezquita-Catedral y compara lo que se está haciendo aquí con las actuaciones del gobierno turco sobre Santa Sofía, la otra obra que él mismo califica como “lugares únicos en el mundo”. Convendría que todos leyéremos ese artículo. A ver si este aldabonazo, que nos viene de uno de los más prestigiosos rotativos británicos, es capaz de movilizar a nuestra opinión pública para que se acabe de una vez por todas con la progresiva desnaturalización de uno de los edificios más significativos del planeta. Que las fuerzas vivas de la ciudad no callen. Que salvemos a nuestra Mezquita-Catedral de los malos usos que pretenden borrar su pasado.
El 28 de mayo de 1986, con un año de retraso, se conmemoró el XII centenario de la Mezquita de Córdoba. En un acto celebrado ante su mihrab tomaron la palabra el entonces obispo, José Antonio Infantes Florido, el alcalde Herminio Trigo Aguilar, el presidente de la Junta de Andalucía José Rodríguez de la Borbolla y el rey Juan Carlos I. El obispo dijo que en la Mezquita se sintetizan “la concordia, la voluntad de diálogo, los deseos de convivencia y los progresos de los pueblos”. Y el monarca recordó que no solo representa “un minucioso y prolongado esfuerzo de creación artística” sino la permanente vocación espiritual de los pueblos y la esencial identificación de Córdoba “como enlace espiritual de dos mundos”. Hoy, treinta y siete años después de aquella conmemoración, nos hacemos algunas preguntas: ¿Están presentes en la Mezquita cordobesa los valores que entonces se le atribuyeron? ¿Son compatibles esos valores con la pretensión de “acabar con el reduccionismo cultural de la Córdoba islámica”? ¿Repetiría el sucesor de Infantes Florido sus palabras de 1986? ¿Las autoridades actuales afirmarían lo mismo que se dijo entonces para evitar que desaparezca para siempre lo que la historia ha enseñado en la Mezquita? ¿Estamos dispuestos a impedir que nuestro monumento más singular deje de ser “la perenne clave del entendimiento de Oriente y Occidente”?
Manuel García Parody
Académico correspondiente por Córdoba de la Real Academia de la Historia.
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