Hoy he recibido un audio que me ha helado la sangre. Una docente, al frente de una clase, tuvo que asistir a una alumna de cinco años inconsciente, vomitando y con una saturación de oxígeno del 56%. ¿La respuesta del sistema ante una urgencia vital? El 061 la dejó en espera. Es el reflejo más cruel de una degradación que ya no es invisible, sino cotidiana. Cuando lo público se vende, el bienestar se convierte en un lujo y la emergencia en rutina.
La Sanidad y la Educación públicas se están desangrando en Andalucía a la velocidad de un cohete, mientras la sociedad permanece en un estado de hibernación que solo beneficia a quienes necesitan silencio para seguir recortando. No es casualidad que la precariedad avance; es un proyecto político ejecutado a base de recortes, promesas huecas y powerpoints que maquillan el abandono de los servicios públicos. Lo que antes garantizaba igualdad hoy se subasta al mejor postor.
Ya nos sucedió con la vivienda: dejamos que se destruyera su función social y ahora el acceso a un alquiler digno es un privilegio improbable. El negocio siempre empieza donde mueren los derechos. Si seguimos en este letargo, cuando queramos reaccionar la sanidad y la educación serán los siguientes lujos inalcanzables.
No podemos aceptar que se nos venda “el oro y el moro” a costa de convertir derechos esenciales en nichos de mercado, mientras se recorta personal y se multiplica la burocracia política. Privatizar lo básico no es modernización, es abandono, una operación quirúrgica destinada a amputar lo público pieza a pieza. Cada vez que privaticen un servicio, recordemos que no están mejorando nada: están poniendo precio a lo que antes era un derecho.
Por desgracia lo he estado viendo durante muchos meses en las urgencias del Hospital Reina Sofía: profesionales excelentes completamente desbordados, obligados a que pacientes oncológicos esperen durante horas, sentados en sillas de ruedas, mientras el sistema les pide paciencia como si la paciencia curara. Dejar caer los servicios públicos para justificar su privatización es la jugada más vieja, execrable e indecente del manual político.
La sociedad debe despertar ya de esta hibernación inaceptable. Nos están acostumbrando a sobrevivir entre migas para que olvidemos que merecemos un sistema robusto, no uno en estado terminal. Es imprescindible alzar la voz y exigir responsabilidades a quienes, entre recorte y recorte, solo piensan en privatizar, blindar intereses y subirse los sueldos. Convertir ciudadanos en clientes cautivos es la forma más elegante de empobrecer a un país sin que haga ruido.
Si no reaccionamos ahora, pagaremos un precio mucho más alto. Igual que la inacción pasada nos arrebató el acceso a una vivienda digna, la inacción presente nos arrebatará el derecho a ser atendidos, educados y protegidos sin tener que sacar la tarjeta de crédito. Mañana, lo que hoy es esencial será un lujo. Y para entonces, será demasiado tarde para que la espera tenga respuesta.
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