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P.P.P: Palimpsesto Permanentemente Pesado

Juan José Fernández Palomo

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A punto ha estado de celebrarse un torneo mundial de pádel en el anfiteatro romano de Mérida. Hubiera tenido sentido si no fuera porque el pádel es un deporte muy pijo y muy limpito alejado de la sangre y la efervescencia de lo que se le supone a un anfiteatro.

Los zumbados peligrosos suníes del llamado Estado Islámico la emprenden a porrazos con las estatuas de un museo de Mosul y se cargan toros alados de Nínive y demás vestigios sumerios que nos explican, al menos, de dónde venimos aunque no, viendo lo que hacen esos cabrones, a dónde vamos.

También se quemó la biblioteca de Alejandría, la de Bagdad o la de Tombuctú y, visto lo visto, no pareció importar mucho.

La alcaldesa de la capital del reino, a la que le quedan dos informativos de telemadrid, va a terminar su mandato chupando con fruición un huesecillo de Cervantes rezando para ver si a las monjitas teresianas del lugar le montan una especie de parque temático con un relicario gestionado por alguna fundación que centrifugue dinero con el invento. Lo de leer al presunto propietario del cerebro que impulsó al huesecillo ni se contempla.

Se celebra un encuentro sobre no sé qué de la importancia del turismo halal (donde lo mismo hablan de bidets como de trazabilidad de los alimentos ¿?) y, a la vez, unas jornadas técnicas sobre el sector del porcino y sus potencialidades.

En esto días, again, vamos a ver cómo ídolos cristianos de dudosa calidad estética desfilan cruzando una espectacular mezquita occidental para llegar a una mediocre catedral incrustada dentro de ella. Las aceras de un casco histórico patrimonio de la humanidad se llenarán de cáscaras de pipas, las compañías de telefonía móvil lo petarán, en la vía pública se hará negocio privado y el gastrocofrade elevará sus plegarias al cielo esperando, más que la penitencia, la llegada de un anticiclón.

No seré yo el primero que lo diga; pero, viendo lo visto y lo que habrá que ver, el único sentimiento de unificación religiosa es el dinero. La única teocracia tiene que ver con la “pastora” y sus mejores acólitos lo mismo llevan alzacuellos que corbata, kufiya que kipa, traje de Armani o chándal de Decathlon. Da igual, si no estamos hablando de ropa y complementos: eso es en otra planta.

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